Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

18 marzo 2011

Un hijo ilustre de Porcuna: "El galgo Pacheco" (1921-1933)

Diana Cazadora 1924

   Este galgo velazqueño, de prestancia triste y señora, especie de prolongación de la figura de su amo, el genial pintor cordobés Julio Romero de Torres, había nacido en Porcuna (Jaén) en fecha cercana al año de 1921.
  Aun no perteneciendo al todopoderoso género humano, su condición de leal y fiel compañero del artista y su plasticidad inmortalizada en algunos de los más bellos cuadros del pintor, son avales suficientes como para reservarle su sitio dentro de la historia local. 




   En el año de 1903, terminada la obra de fábrica del nuevo Templo Parroquial de Porcuna (Jaén), el contratista  propone para su decoración al joven y prometedor pintor cordobés Julio Romero de Torres. El trabajo a realizar, una pintura mural con el tema de la Asunción de María en la bóveda del horno del presbiterio. Una vez aceptadas las condiciones, tras la presentación de los bocetos previos, se pone manos a la obra. La admiración que despertó la ejecución de su trabajo, propició que le fueran encargadas también sendas pinturas murales en las capillas del crucero con la temática de la Santa Cena y la Sagrada Familia.
   En periodos discontinuos, comprendidos entre los años 1903 y 1905 durante los cuales se desarrollaron los trabajos, el pintor se hospedará en la casa del industrial y propietario don José Julián Gallo García de Linares, con el que trabará una especial relación de amistad que se prolongará con el tiempo. Ya durante este periodo, quizá como muestra de agradecimiento, pintó a su primogénito José con tan solo 4 años de edad. En 1918 en su estudio cordobés pintaría sendos retratos de sus hijas Pilar y Carlota.
   José Julián Gallo, perteneciente a una familia porcunense de rancia tradición militar, no pudo seguir la carrera de las armas (si sus tres hijos varones), y por aquellos años, además de dueño de considerables extensiones de fincas rústicas y de un molino aceitero, era el concesionario, explotador y suministrador de aguas potables de la ciudad de Porcuna. Este negocio emergente, con el eficaz concurso de su hermano José, comandante de artillería y encargado de los trabajos técnicos, se extendería con el tiempo a poblaciones cordobesas como Bujalance, Castro del Río o Espejo.
   Ideológicamente se le adscribe al liberalismo, por su amistad con Luis Aguilera y Coca, varias veces alcalde y jefe del Partido Liberal, y con su sucesor el farmacéutico Emilio Sebastián González. Aunque no se le conoce participación activa en la vida política local.
   Gran aficionado a la caza de liebres con galgos, pasión compartida con otros señores de Porcuna aglutinados en torno al famoso coto de El Lebrel, ubicado en terrenos del cortijo de Casasola, propiedad de don Pedro Funes Pineda, y del que Emilio Sebastián era gerente y secretario. 

Coto El Lebrel hacía 1919
Emilio Sebastián (tercero por la izquierda)

   En alguna ocasión, acudiría con sus perros a Jerez de la Frontera, a la famosa y aristocrática Copa la Ina, que por aquellos tiempos ya tenia ciertos visos de campeonato de España de la modalidad.
   Asiduo también de las cacerías organizadas en el coto El Matacán de Praena (Córdoba), cortijo propiedad del político conservador y acreditado ganadero de reses bravas Don Florentino Sotomayor, suegro de su sobrino Pedro Criado Gallo.

José Julián Gallo (1922)



    En el año 1906, cuando todavía no se había inaugurado el templo parroquial, el joven y prometedor pintor Julio Romero de Torres concurre por primera vez a la Exposición Nacional de Bellas Artes. Su cuadro “Vividoras del amores rechazado por inmoral por el jurado. El escándalo terminaría repercutiendo en su favor, ya que el Salón de los Rechazados sería más visitado que las propias salas que albergaban los premios de la Nacional.

   En la del año 1908 obtiene por fin justo reconocimiento. Su cuadro “La musa gitana” resulta premiado con una primera medalla. Sus amigos de casino y cacerías de Porcuna, llenos de entusiasmo y orgullo, no tardan en trasmitirles sus felicitaciones.


    En la correspondencia privada del pintor cordobés, recientemente colgada en la red por el Archivo Histórico Municipal de Córdoba, aparecen tres cartas remitidas desde Porcuna. Las enviadas a título personal por el ingeniero José Gallo García de Linares y Francisco Aguilera y Aguilera, y otra de grupo en la que aparece estampada la firma de aquellas élites locales que cultivaron su amistad durante el periodo de ejecución de su obra pictórica para la nueva iglesia parroquial.






  En la primavera del año 1922, el ya consagrado pintor Julio Romero de Torres recala una vez más en Porcuna. Su visita responde a su deseo de trasmitir personalmente sus condolencias a la familia de José Julián Gallo, por la reciente y dolorosa pérdida de uno de sus miembros, el joven alférez de infantería José Gallo Martínez, fallecido meses atrás en la campaña de África. Aquel, que ya pintara de niño durante su primera estancia en Porcuna, lo volvió a inmortalizar en un nuevo retrato sacado de una fotografía. 

  Las informaciones, sobre la producción pictórica de Romero de Torres relacionada con la familia Gallo, proceden en su mayoría de los testimonios orales de Carlota Gallo (hija de José Julián) recogidos por Manuel Bueno Carpio en su libro "La Parroquia de Porcuna y los murales de Julio Romero de Torres", del que me estoy valiendo mayormente para esta introducción. El retrato del Alférez Gallo, según Manuel Heredia Espinosa, cuando elabora su Historia de Porcuna, se hallaba en manos de su hermano Sebastián Gallo en Madrid.

  Probablemente fuera durante esta visita, marcada por el luto, en la que el pintor  entregara a José Julián Gallo el retrato realizado en homenaje a su hijo, y, afectada ya su vida y obra pictórica de cierto simbolismo y sentido trágico, recibiera o arrebatara de su perrera un galgo joven de intenso y brillante color negro, que terminaría convirtiéndose en su leal compañero, amen de modelo en algunos de sus cuadros.

   El pintor aprovecha su estancia en Porcuna, para mostrar su malestar y recabar información, tanto de la autoridad civil como eclesiástica, sobre el atentado que se había cometido contra sus pinturas murales de la Santa Cena y la Sagrada Familia. Estas habían sido tapadas en 1917, por expreso deseo del señor cura párroco, con unos retablos de madera de escasa calidad para así zanjar definitivamente cierta disparidad de opiniones surgida entre el vecindario:

   “Una vez abierto el templo al culto en 1910, los murales de las capillas absidales dieron lugar a opiniones encontradas entre liberales y conservadores, según cuentan los ancianos. Los primeros se sentían orgullosos de tener en su pueblo pinturas de una artista que empezaba a ser famoso. Los segundos decían que los pechos de la Virgen, en la pintura de la Sagrada Familia, eran muy prominentes y que la modelo que posó para el pintor no gozaba de buena reputación en el pueblo. La cara de Jesús en la Santa Cena tampoco les inspiraba religiosidad, haciéndose las comparaciones mas odiosas”.

   Detrás de estas actitudes pueblerinas, debía de estar ya esa temprana fama, en torno a sus disipadas costumbres. Pese a que el pintor se mostró dispuesto a realizar nuevos bocetos de la Virgen y a restaurar los daños causados al instalar los retablos, todo siguió conforme estaba.

 Sagrada Familia


   Quienes puedan mostrarse interesados sobre los avatares históricos de la pintura de temática religiosa realizada por Julio Romero de Torres para el Templo Parroquial de Porcuna, les remito al nuevo libro “Julio Romero en Porcuna” de Manuel  Bueno Carpio y Juan Miguel Bueno Montilla, editado en el año 2017, con nuevos aportes, descubrimientos y una excepcional fotografía.
  Aquel galgo negro, traído desde Porcuna, una vez en Madrid, sería bautizado con el nombre de Pacheco, en memoria de aquel bandido valiente y leal, asesinado en Córdoba durante La Gloriosa, cuyo retrato amarillento, por la huella melancólica de los años, y su trabuco conservaba el pintor en su abigarrado estudio madrileño.


   La datación de su probable fecha de nacimiento responde a un elemental criterio fundamentado en la esperanza de vida de esta raza canina, que oscila entre los 12 y 14 años. Habida cuenta de que Pacheco dejo de existir en la primavera del año 1933, es por lo que sitúo su nacimiento en torno al año 1920-21.
    Desde entonces estará unido entrañablemente a la vida y al ambiente del pintor. Su presencia no pasará desapercibida para cuantos tuvieron la posibilidad de acercarse hasta su estudio y reparar en su mirada inteligente y triste.  Este galgo fino, silencioso y señorial acostumbraba a dormir la siesta, repantigado en un diván o junto a un brasero dorado, mientras el maestro se entregaba a su arte. Pacheco, hierático y majestuoso contemplaba silenciosamente el basto desfile de periodistas, actrices, toreros y modelos de los que el pintor solía rodearse. Pacheco, era en la vida y decoración del estudio uno de los motivos principales. Sus ojos se alzaban reconocidamente a su amo al sentir sobre el lomo la caricia de la mano inconfundible.
   También fuera del estudio, Pacheco terminaría haciéndose popular en Madrid como su inseparable compañero:

“Los dos iban juntos por entre la noche de Madrid a la caza de silencios maduros, de estrellas finas y de lunas nuevas”.



   La cita pertenece a una semblanza poética que le dedica el poeta y amigo del pintor, Alfonso Camin, tras la postrera muerte de Pacheco en las páginas de la revista gráfica Estampa:

   “Un día entrevistamos a Romero de Torres en su estudio madrileño. Y en ninguno de los movimientos, ni de las palabras, faltó la curva de gracia del fino galgo de seda. A nuestras preguntas, paseaba él la admiración de sus ojos -ternura y gravedad- por nuestros semblantes. Aquellos ojos de Pacheco, fraternos y limpios, como dos avellanas doradas sobre la proa de su hocico, buen azuzador de auroras y adorno de aquella frente de heráldica pensativa. Pacheco era una larga ese mayúscula. Una ese de salves y de “salud, hermano”. Por su figura correcta y preocupación armoniosa, podría llevar dentro de si, sin temor a desdoro, el alma de otro pintor con gran semejanza con el galgo de Romero de Torres. Ese pintor era Van-Dick que, acaso, como Pacheco, llevaba en la jaula del pecho, todo en neblinas, prisionera, una alondra que se ahogaba de sol. Pacheco y Van-Dick hubieran sido también buenos amigos. Porque pacheco tenía un alma profunda como una noche fresca y silenciosa. Odiaba la pandereta y no gustaba de las guitarras si al sonar no lloraban de veras. Sacudía las orejas en señal de protesta si escuchaba un cuplé en los tablaos y oía con religioso silencio todas las coplas flamencas, con una gran comprensión humana que no se ha visto jamás entre las gentes del colmado. Tenia, en esencia, el mismo gusto estilizado y andaluz de su amo”.

Cante Jondo

   En 1924 Julio Romero pintaba en Madrid su cuadro Cante Jondo, composición en la que se abrazan el amor y la muerte. Pacheco, ese perro largo, delgado y negro azabache, ocupa un lugar principal en la parte superior del lienzo, lanzando un lúgubre y supersticioso aullido de misterio, junto a una mujer desnuda, erguida e impasible, que simboliza la fuerza inexorable y ciega de la fatalidad.
   También datado en ese mismo año, es el lienzo Diana Cazadora, donde Pacheco comparte protagonismo con la actriz Marichu Begoña (Mimi). Tema rescatado de la mitología clásica, en el que la figura femenina descalza y semidesnuda sujeta al galgo, con un tenebroso fondo teatral en el que aparecen unos lebreros que completan la escenografía (ver cabecera).
   Un tercera obra en la que aparece Pacheco, también de 1924 es la titulada "La Buenaventura" (en total son tres los cuadros del pintor que se titulan igual). No se conoce su paradero. La única noticia que disponemos sobre ella es la que proporciona un reportaje firmado por José Montero Alonso publicado en el diario "La Libertad" (27 de febrero de 1924), que incluye una fotografía de Alfonso en la que reportero y el pintor posan ante el lienzo.


    Por la mala calidad de imagen apenas si se aprecian el galgo y la modelo femenina. Los fondos del recientemente inaugurado Archivo Digital Julio Romero albergan una fotografía de Pacheco con la canzonetista Sarita Secades. Bien pudiera ser esta imagen el negativo que utilizara el autor en su día para confeccionar ese lienzo inacabado o extraviado:


   Ambos cuadros, de los que el pintor nunca quiso desprenderse, pasaron tras su muerte, acaecida en mayo de 1930, a engrosar los fondos del Museo creado en Córdoba en la casa donde naciera, solemnemente inaugurado por don Niceto Alcalá Zamora, a la sazón Presidente de la  II Republica Española, en noviembre de 1931.

   Otras fotografías en las que aparece Pacheco:

Valle-Inclán, la actriz María Banquer, Julio y Pacheco (Madrid en 1926)







   Durante el velatorio de Julio Romero, Pacheco se pasó toda la noche aullando lastimeramente al lado del cadáver del que fue su amo. Parecía con ello querer rendirle un último tributo de fidelidad.
   Su entierro en Córdoba fue toda una multitudinaria manifestación de duelo. Mujeres y hombres de todas las clases sociales, confundidos en las calles, unidos por un solo sentimiento, demostraron su afecto por el insigne pintor cordobés.
   Inmediatamente la asociación de la prensa de la ciudad de Córdoba  lanzó la idea de erigir un monumento a Romero de Torres.



 
    A la suscripción abierta para tal fin no tardarían en llegar aportaciones desde Porcuna.
    La prensa cordobesa recoge una larga lista de porcunenses que contribuyen en la medida de sus posibilidades con su donativo. Encabezaba ésta con 75 pesetas el Ilustre Ayuntamiento y otras tantas de su amigo José Julián Gallo, seguidas de las 6,50 con las que colaboraron cada uno de sus cuatro hijos Miguel, Sebastián, Pilar y Carlota, hasta un total de 3210,65 pesetas recaudadas en la localidad.

Defensor de Córdoba 30 de octubre de 1930


   El proyecto, encargado al escultor almeriense Juan Cristóbal, íntimo amigo del pintor fallecido, no se materializaría definitivamente hasta la tardía fecha de 1940 en que fuera inaugurado, enclavado en la parte sur de los Jardines de Agricultura. El galgo Pacheco ocupa un lugar principal en la escultura junto a su dueño.


 


   Los asiduos de la Casa del Pueblo de Córdoba, a quienes el pintor regalara uno de sus cuadros poco antes de morir, por razones obvias, no pudieron asistir a su inauguración. Tampoco José Julián Gallo ni  sus hijos, que contribuyeran con sus generosos donativos a su erección, pudieron hacerse presentes. José Julián había fallecido en Figueras en 1938, su hijo Miguel Gallo Martínez, teniente coronel del ejército de la República, fusilado en Alicante en 1939, y Sebastián Gallo Martínez, alférez de navío (habilitado como capitán de corbeta) con mando sobre submarinos de las clases B y C de la armada republicana, represaliado por el nuevo régimen.

   Fueron exactamente tres los años que Pacheco sobrevivió a la muerte de su amo. Cuando fallece Julio, Pacheco y la fiel Mariquilla, que durante muchos años asistió al pintor en Madrid, dos figuras que se habían hecho populares junto al pintor, emigraran a Córdoba, para acogerse al amparo de la familia de Romero de Torres. Allí, entre los aromas perfumados del patio del Museo, iría poco a poco apagándose su vida:
   “Este pobre Pacheco, ha muerto ahora. Y ha muerto en Mayo y en Córdoba. La voz de la lógica y de la razón dirá que murió de enfermedad, de vejez. Pero lo cierto es que murió de pena”.



 
 
   Su muerte sirvió de pretexto a la prensa para volver a ocuparse de la figura de su amo y de la especial relación de éste con su perro. A la ya citada rememoración poética de Alfonso Comín en las páginas de Estampa, se suma el redactor del diario madrileño La Libertad, Antonio Dubois, a quien pertenece el entrecomillado anterior y el siguiente párrafo:

Después de la muerte del artista

Estudio madrileño del pintor antes de ser desmantelado

   “Cuando murió Romero de Torres no hubo modo de alejar a Pacheco de la capilla ardiente. Ésta fue instalada en una sala del museo. El ataúd, sobre una mesa antigua revestida de damasco. Al pie de esta mesa, la silla de tijera en que el pintor se sentaba, la paleta y los pinceles. Un cuadro al fondo: “El Calvario”. Otros por las paredes. Cirios y flores. Y “Pacheco” allí inmóvil, mas hierático que nunca, abrumado por la tristeza, cerca de aquel cuerpo que ya no se inclinaría sobre él con un propósito de caricia. En tres días no quiso comer Pacheco, ni quiso marcharse de aquella estancia.
   Cuando el hijo del pintor vino a Madrid para levantar el estudio y trasladar muebles y cuadros a Córdoba, trajo consigo a Pacheco. Eran los últimos días del estudio que había sido marco a tantas horas de labor, de alegría y de entusiasmo. Desfilaba mucha gente para ver por última vez la estancia, que era como un relicario de sonrisas flamencas. Y Pacheco estaba allí, como tantas otras veces; pero ahora en una actitud y con un espíritu nuevos, dominado por la tristeza de no ver  al amigo de toda su vida.
   Un día estaba en el estudio, con otras personas, el gran recitador José González Marín. Sabía unos versos dedicados al pintor en la hora de su muerte. Alguien propuso que los recitara. La gente hizo corro en torno al actor y éste se dispuso a comenzar.
   Cerca, sobre un diván, como casi siempre, estaba Pacheco, indiferente, deprimido. Al ver que la gente se arracimaba alrededor de González Marín, el perro abandonó su sitio, se abrió paso entre los oyentes y se colocó en primer término ante el actor. Así estuvo quieto, atento, hasta que el recitador acabó la poesía en recuerdo de Romero de Torres. Entonces el perro volvió al diván y se tendió otra vez, en su misma actitud indiferente y apesadumbrada de antes…”.


    En el año 2003, en el marco de la magna exposición en honor del pintor cordobés Julio Romero de Torres, “el galgo Pacheco”, su fiel e inseparable compañero, volvería a ser inmortalizado por un artista plástico en una colosal estructura metálica. Saltó a las páginas de prensa el caprichoso e irracional atentado nocturno que sufrió. Parte de daños: cuartos traseros, rabo, los genitales partidos en varios puntos y alguna pintura levantada.

    Cosas del arte, que como cualquier otra manifestación humana, no se libra de la lógica discrepancia entre defensores y detractores. Ya pasó en Porcuna durante la segunda década del siglo XX cuando la presión mojigata consiguió que el párroco accediera a tapar los frescos de los ábsides laterales (presunta similitud del rostro de la virgen del mural de la Sagrada Familia con una paisana de costumbres relajadas que le sirvió de modelo y rostro poco respetuoso del Jesucristo del mural de la Santa Cena). 














10 marzo 2011

"Teatralerías castreñas de principios del siglo XX" II




   La temporada estival de teatro en Castro del Río durante el año de 1902, estuvo marcada por una fuerte competencia entre las dos empresas locales, con la consiguiente proliferación en el número de espectáculos programados (ver Teatralerías I).
  
   La de 1903 se caracterizará, por todo lo contrario, su escasez.
 
   El empresario del teatro del Castillo, tras hacer balance económico, reconsideraría su actitud, convirtiendo su local de verano en un rentable coso taurino, en el que se programan y  celebran numerosos espectáculos durante aquel verano.



   José Blanco y Arcas (Vista Hermosa), tras el desprestigio ganado u ocasionado entre los aristocráticos aficionados y abonados al teatro, opta por el arrendamiento. Sería un profesional de la escena, el barítono Leopoldo Suárez, el responsable de su explotación directa a través de una compañía cómico-lírica que él mismo dirige.
   Como de alguna manera la garantía de cobro del alquiler estaría condicionada a la acogida que se le tributara a la nueva empresa, el señor Blanco y Arcas recurre a una pluma amiga con el propósito de limpiar su deteriorada imagen ante su potencial clientela del año en curso. Se trata de S. Rodríguez Navajas, corresponsal del independiente Diario de Córdoba que le dedica unas elogiosas letras a su instalación:

   “En el año último tuvo la idea el señor Blanco de construir un teatro de verano, no omitiendo para llevar a cabo su empresa gastos de ningún género, y al efecto adquirió un local hermoso que reúne las mejores condiciones para la estación estival en la que nos encontramos. Su situación topográfica permite que se disfrute en él de una temperatura primaveral, además de unas vistas encantadoras en las que se descubre la hermosa vega del Guadajoz en una extensión de más de dos leguas.
    El señor Blanco, como hombre de grandes iniciativas, es digno de aplauso y de que este culto vecindario siga como hasta hoy, brindándole protección y apoyo, ya que él espontáneamente tantos sacrificios se ha impuesto en beneficio de sus convecinos”.

Desaparecida noria en la ribera del Guadajoz


   El capotazo periodístico debió surgir durante alguna de las habituales visitas del cronista a la repostería y refrescante terraza de verano del Vista Hermosa:

   ¿Han pasado ustedes, queridos lectores, alguna noche de la presente estación, con mosquitos en la alcoba?
   ¿Qué no?
   Pues si no la han pasado no saben lo que es bueno.
   Anoche creí que perdía la razón. Me acosté y comenzó la función con un solo de cornetín que me impidió cerrar los ojos.
   Después de aquel solo que parecía interminable, y como toque de llamada, acudieron más de quinientos mosquitos los cuales me acribillaron con sus terribles picotazos.
Intenté taparme la cabeza con la sábana, pero ¡na!
   Nunca lo hubiera hecho pues varios músicos se quedaron dentro y no me dejaron tranquilo ni un segundo.
   Total que a eso de las dos de la madrugada tuve que levantarme de la cama y dándome bofetones en todas partes, me vestí como pude y me lancé a la calle, renegando del verano y de los mosquitos.
   Y eso que las pulgas brillaron por su ausencia.
   Una vez en ella (la calle) páreme un tanto, con el objeto de calcular donde daría con mi humanidad a aquellas horas, y acordándome del teatro Vista Hermosa, a él me dirigí con mesurado paso, por ser el sitio más a propósito en ésta para tomar el fresco, y al mismo tiempo adquirir algunas noticias de la localidad dignas de mencionarse en el diario.
   Con efecto: allí me enteré por el dueño de dicho teatro, don José Blanco, al mismo tiempo que nos fumábamos un cigarrillo, que hoy ha llegado a ésta la compañía que dirigen el reputado barítono don Leopoldo Suárez y el no menos popular maestro don Francisco Lozano, la cual debutará el sábado próximo con las notables zarzuelas “El puñao de rosas” y “Los granujas” ambas estreno en esta localidad”.

   La antigua animadversión del cronista de El Defensor de Córdoba, José María Jiménez Carrillo, desaparece como por arte de magia, mostrándose bastante más benevolente:

Defensor de Córdoba 17 de julio de 1903


Defensor de Córdoba 29 de julio de 1903

   El señor Rodríguez Navajas, recién estrenado en las tareas de corresponsal también se ocuparía del debut:

Diario de Córdoba 20 de julio de 1903



   El cambio de actitud de Jiménez Carrillo lo presuponemos relacionado con el anuncio del estreno de la zarzuela “Bohemia Estudiantil”, de cuyo libreto es autor su primo hermano don José Jiménez Rodríguez, musicada por el joven y autodidacta compositor también local don Francisco Algaba Luque:
   “De estrenarse, no había que dudar de que obtendría grandes aplausos, puesto que se conocen las buenas cualidades, tanto del escritor como del músico, y francamente sería una lastima que se desaprovechara la ocasión ahora que tenemos una compañía tan excelente como la que dirige el señor Suárez”.

   Entre el coro, compuesto por 18 coristas de ambos sexos, sobresalía ya una jovencita de apenas 14 años, Cándida Suárez,  hija mayor del barítono y novel empresario Leopoldo Suárez, de cuya educación musical se habían ocupado concienzudamente sus padres desde pequeña, y que por necesidades del oficio realizaba su rodaje aquella temporada junto a su progenitor.
   En un par de años más terminaría consagrándose como una excelente tiple del género chico y de la opereta vienesa muy en boga durante la época. 


   
   Estuvo a punto de abandonar tempranamente su carrera para casarse con el torero Rafael Gómez Gallito, para posteriormente hacerlo con un acaudalado hombre de negocios que la retiró de la escena cuando se encontraba en su pleno apogeo, para, tras enviudar, volver con renovadas fuerzas.




   En una entrevista que concede a la revista gráfica Nuevo Mundo en 1923, a su regreso a los escenarios, al hacer balance de su trayectoria artística, nos informa sobre el desenlace final de aquella iniciativa empresarial de su padre en Castro del Rió durante aquel verano de 1903:

   “Siendo aún una niña, mi padre, con mil pesetas que tenía ahorradas, se hizo empresario en Castro del Río, y me llevó a mi de corista. Le dio al público por no ir al teatro, y fracasó la Empresa. Mi padre y yo tuvimos que salir de noche y a pie por la carretera huyendo de acreedores…Recuerdo que yo llevaba una bata larga de mi madre, y la cola no me dejaba andar por el camino enfangado. Al amanecer nos sentamos bajo un árbol, y mi padre me dijo: “Aquí Candidita esperaremos a la diligencia. Si en ella, como supongo, viene a por mí la guardia civil, tú te vas sola a Madrid. Toma estos cuarenta duros que he podido reservar, y arreglaos con ellos en casa hasta que yo vuelva…” Afortunadamente no vino la guardia civil, termina la artista riendo encantadoramente…



  Detrás de esta escasa respuesta del público castreño debería estar, sin duda, la Sociedad Obrera Luz del Porvenir, cuyos asociados a principios de verano sostuvieron una tenaz y prolongada huelga agrícola en demanda de mejoras salariales y condiciones de trabajo. La falta de jornales en los días previos al inicio de las representaciones pudo influir en el retraimiento en taquilla de las clases populares, aunque me inclino a pensar que éste obedecería mayormente a la proliferación de una nueva moral proletaria que rechaza abiertamente el teatro cómico-lírico por sus connotaciones burguesas. Mi tesis la sostiene el hecho de que ya en la temporada siguiente sería el género cómico-dramático el que prevalezca con importantes éxitos en taquilla de dramas de carácter social como Electra, Juan José o La Aurora, así como las apreciaciones que el notario e historiador Juan Díaz del Moral recoge en su Historia de las agitaciones campesinas andaluzas al referirse al carismático líder de esta sociedad obrera castreña de principios de siglo:

   "... ejercía sobre las muchedumbres obreras la misma sugestión que los grandes conquistadores sobre sus soldados. El empresario de teatro que tenía la fortuna de conquistar el favor de Justo Heller conseguía espléndidas ganancias. Cuando Justo recomendaba una función quedaba rápidamente agotado el papel de la taquilla"

  A los pocos días de la precipitada huida nocturna de Leopoldo Suárez con su hija, y mientras que el señor Blanca se hallaba de viaje en busca de una nueva compañía que le sustituyera, el teatro Vista Hermosa desaparecía pasto de las llamas de un devastador incendio:




  A pesar de que el cronista de El Defensor de Córdoba atribuye dicho incendio a la casualidad, el posible desamparo en que quedaran los integrantes de la compañía tras la huida nocturna de su director y la consiguiente reclamación de haberes que recaerían sobre el señor Blanco, nos induce a pensar, de que serían las compañías de seguros las encargadas de aportar la suficiente liquidez para subsanar la deuda o en un simple acto de represalia ante la ausencia de respuesta.
  Lo cierto es que las familias distinguidas de la localidad, por dicho avatar, se vieron privadas del estreno de aquella zarzuela de autores locales que tanta expectación había levantado.
  En temporadas siguientes, y hasta la definitiva construcción en 1916 del moderno Salón-Teatro Cervantes se recurriría a nuevos emplazamientos para la temporada de verano, tales como El Truco o el denominado Teatro El Dante, posiblemente ubicado en el antiguo Vista Hermosa, regentado ya por un nuevo empresario.
  De momento, aparco el mundo teatral para retomarlo en futuras entradas, no sin antes ocuparme y dedicarle una entrada al excelso poeta y corresponsal de El Defensor en la villa de Castro del Río, José María Jiménez Carrillo. Es más, si encontrara los apoyos suficientes, estaría dispuesto a publicar un pequeño libro, impreso en papel, bajo el título de: “Castro del Río durante la primera década del siglo XX, a través de las crónicas de José María Jiménez”, en el que lógicamente incluiría una selección de su obra poética.
  Mucho me temo de que “no son tiempos para la lírica”.

08 marzo 2011

“Teatralerias castreñas de principios del siglo XX” I




   Una vez más, recurro a José María Jiménez Carrillo, poeta y prolífico corresponsal del diario el Defensor de Córdoba en Castro del Río durante la primera década del siglo XX, para adentrarme en la vida y costumbres de los pobladores de esta villa cordobesa en los albores del pasado siglo. En esta ocasión, nos ocuparemos del teatro como espectáculo, vehículo transmisor de cultura y divertimiento.

  Durante la última década del siglo XIX, el único espacio escénico del que disponía Castro del Río para dar cabida a compañías teatrales u otros espectáculos era la Plaza de Armas del Castillo.  La temporada, solía iniciarse terminada la Feria de Santiago y, dependiendo del éxito de las representaciones y de la meteorología, podía prolongarse hasta la Feria Real. Este improvisado teatro era conocido entre el vulgo como “La Lechuza”, por aquello de la proliferación de esta rapaz nocturna en sus inmediaciones.



  En el verano de 1893, durante una representación de Don Juan Tenorio, ocurrió un incidente que pudo revestir graves consecuencias. El graderío de madera, que se habilitaba en la parte trasera para ganar en aforo, como consecuencia del peso excesivo que soportaba, se hundió, quedando unas 150 personas envueltas entre las maderas.    Hubo sustos, desmayos y pérdida de algunas prendas, pero afortunadamente solo resultó herido levemente un niño de corta edad y algunos adultos con contusiones.

  Para la temporada de 1902 un empresario foráneo,  José Blanco y Arcos, sin reparar en gastos, emprendió la construcción de un nuevo y coqueto teatro de verano en el solar donde hoy está enclavado el inservible Gran Cinema (antiguo Teatro Cervantes). Para hacerlo más acogedor y aireado,  le permitieron derribar un tramo del antiguo recinto amurallado que lo encerraba, sustituyéndolo por una artística verja de hierro, con la que consiguió unas maravillosas vistas hacia la hermosísima vega de huertas que riega el Guadajoz, a la vez que se perpetraba un inconsciente (ausencia de sensibilidad) atentado contra el patrimonio histórico artístico de la villa. De ahí que se le bautizara con el rimbombante y aristocrático nombre de “Teatro Vista Hermosa”.



   Por las especiales características del enclave, el nuevo empresario se las prometía muy felices, aunque el veterano regente del “Teatro la Lechuza” (Rafael María Rodríguez) no se resignará a sucumbir. La sana competencia permitirá a los cástrenos disfrutar durante aquella temporada de una doble oferta.
   En una primera tanda de representaciones, el Vista Hermosa apostaría por el género lírico, contratando a la compañía cómico lírica encabezada por Casimiro Ortas, con el tiempo consagrado actor en este género, y la simpática, eminente cantante y primera tiple, señorita Carmen Domingo. Exitosas fueron las representaciones de las zarzuelas La Viejecita, Enseñanza libre, La Diligencia, La Cazarina, La Manta zamorana o La Perla de Oriente. Especialmente destacada la actuación de la señorita Domingo en el papel de Pura en “La Enseñanza libre”, la cual tuvo que repetir, a requerimiento del respetable, hasta cuatro veces el tango del Morrongo. No menos acentuada la actuación de la bella señorita Pueyo, muy aplaudida en el tango del ratón.



   Carmen Domingo adquiriría cierta notoriedad en la provincia de Córdoba, tras contraer matrimonio, en el año de 1903, con el joven profesor e intelectual cordobés Antonio Jaén Morente.

   El empresario del Castillo, para no quedarse a la zaga, conseguiría hacerse con los servicios profesionales de la hermosa y versátil actriz Miss Geraldine Leopold  “La Geraldine: lo mismo hacia ejercicios de trapecio, disparaba con el rifle, interpretaba el papel de Doña Inés, del Tenorio de Zorrilla, que su famosa “danza de la serpiente” con la que causaba sensación entre los públicos.




   Fue famosa en su época por sus espectaculares muslos y por la majestad sabrosa de su carne, de ahí que, los profesionales castreños del gremio de carpintería debieron de afanarse en los días previos, en consolidar suficientemente el andamiaje de madera, para no privar a ningún varón, que se preciara de ello, de un espectáculo de tamaña naturaleza al que no debían de estar demasiado acostumbrados.
   Imposible recabar las apreciaciones de los espectadores al respecto, ya que el probo corresponsal José Mª Jiménez, con su pluma recatada y conservadora las omite. No así las referencias el presunto mal comportamiento de La Geraldine y a la escasa o nula rentabilidad para su amigo el empresario teatral, que ante el agravio la tilda de  titiritera:

   “Enterado de lo ocurrido, me parece demasiado poco llamarle titiritera, y si me parece muy conveniente decir desde las columnas de este periódico, que esa no es manera digna de proceder, como tampoco es esa la forma digna de portarse.
   Perdóneme la bella artista si canto las verdades muy claras, pero mi pluma, cuando ve un acto tan repugnante, no puede permanecer recostada sobre la boca de mi tintero, enmoheciéndose a causa de su pudor.
   Me voy a permitir darle un consejo a la bella artista, y es; que tenga cuidado de no volver a hacer lo que ha hecho, porque si ahora ha dado con un hombre de prudencia (de la cual ella abusó) mañana da con otro de otra clase, y se le pone las cartas boca arriba, como se dice vulgarmente.
   ¡¡Ojo, Miss Geraldine, ojo!!

  Menos considerado es Jiménez  en el trato para y hacia el empresario del Vista Hermosa. Ya durante la primera tanda de representaciones de la compañía de Casimiro Ortas, se queja de la ausencia de la tiple Encarnación Sixto “por haberla anunciado, sin quizá haber pensado traerla” dedicándole una cuarteta al señor Blanco:

Dices que al teatro asista;
que va a trabajar la Sixto,
y a la Sixto no la he visto…
¿Tendré yo mala la vista?

   En una crónica posterior vuelve a predisponer al público en contra del Sr. Blanco, habla de engaño hacia los abonados por cierta alteración en el orden de las zarzuelas representadas, repeticiones y caso omiso a ciertas promesas:

  “Tantos repetidos engaños, han hecho que casi toda la aristocracia se disguste porque no está bien esta tomadura de pelo tan fina. Puedo darle el consejo al señor Blanco y Arcos  de que cierre su teatro, pues me parece que pocos primos cojera para abonarlos”.

   Y le vuelve a dedicar otra graciosa cuarteta:

Porque una vez conociendo
quien es este empresario.
Será mejor que en casita
nos…recemos el rosario.

   Las clases aristocráticas a las que se refiere nuestro cronista, y entre las que se incluye él mismo, no es que tuvieran demasiados blasones, sino más bien, que podían costearse un abono completo para todas las funciones. Por otro lado, las clases medias y populares tendrían que conformarse con la asistencia puntual a alguna de las representaciones. Como los primeros no debían de cubrir al completo el aforo, el empresario, buscando la lógica rentabilidad, optaría por repetir alguna de las representaciones más exitosas. En concreto la Enseñanza Libre en la que Carmen Domingo deleitaba al público con el famoso tango del Morrongo, dándole opción así, para su contemplación, al resto de la ciudadanía. Si a ello unimos el hecho de que el empresario Blanca, era al parecer de la cáscara amarga y forastero, podremos entender esta lucha de clases llevada al terreno de las bambalinas.
   Jiménez, en ejercicio de sus recién estrenadas prerrogativas como cuarto poder, con sus reiteradas críticas, arrimaba de camino el ascua a la sardina de su amigo Rodríguez (también aristocrático, además de algo ingenuo, por haberse dejado enbaucar por La Geraldine). Observen el agravio comparativo:

   “El empresario del teatro del Castillo “La Lechuza” es Rafael Mª Rodríguez; y tengo que decirlo, no vayan a creer los forasteros que es otro Blanco, no; este no es blanco, sino moreno y con formalidad y agrado para todo aquel que frecuenta su teatro”.

   La competencia escénica será una constante durante el resto de la temporada. A La Geraldine en el Castillo le sucede la compañía cómico-dramática de Eustaquio Salado, muy del gusto de nuestro activo corresponsal:

   “Hay en ella actores tan buenos como el señor Salado, el cual vive sus papeles de una forma magistral y a quien el público colma de laureles y le tributa millones de aplausos”.

    Mientras, sus apreciaciones con respecto a su incomoda competencia siguen en su línea hostil: “El Vista Hermosa esta perdiendo dinero a causa de tener una compañía pésima” (que ni menciona). No omite, sin embargo, el mitin de carácter republicano que se celebra el día de la Virgen (15 de agosto) en su aireado y acogedor espacio mientras que la procesión de la Patrona recorría su carrera oficial.

    

  Con posterioridad al día de la Virgen, nueva programación en el Vista Hermosa, a cargo de la compañía juvenil que dirige Don Rafael Camacho y el maestro concertador don Lorenzo Luna, que como debut presentaran las zarzuelas El Santo de la Isidra, Los Borrachos y La Alegría de la huerta.
   En el Castillo prosigue con sus exitosas actuaciones el admirado y aplaudido Eustaquio Salado que anuncia varias representaciones de Don Juan Tenorio, seguidas del drama en tres actos “El lego de San Francisco” y de la comedia “La sota de bastos” con la que la empresa cierra definitivamente la temporada a principios de septiembre.
    

  La iniciativa empresarial del señor Blanco, pese a la insistente campaña orquestada en su contra por José María Jiménez desde las páginas del Defensor de Córdoba, albergó en su patio de butacas a varias de las más ilustradas y distinguidas familias de pueblos limítrofes como Baena, Cabra, Montilla, Espejo o Nueva Carteya, que le honraron con su presencia, atraídas por su programación, por las vistas y  la agradable y aireada brisa en las noches de aquel verano castreño de 1902.
   Esa buena acogida le permitiría prolongar la temporada hasta la Feria Real para la que se hace de los servicios de una nueva compañía cómico-dramática dirigida por el Señor Quilez, que pone en escena las zarzuelas Mascota, Campanote, Marina y El Grumete, entre otras, con llenos fenomenales en todas ellas. Durante la representación de Mascota tuvo lugar la anécdota incidente, ya referida cuando me ocupé de las ferias de principio de siglo,  de aquel carteyano, que tras un ataque de risa, tuvo que ser desalojado por la fuerza pública.
   Por fin, el corresponsal Jiménez pliega ante la evidencia, aunque sin terminar de bajarse de su particular burra hostil:

   “Merece plácemes el señor Blanco, empresario y propietario del teatro Vista Hermosa, por los esfuerzos inauditos que está haciendo por el engrandecimiento de lo que el llama Patria Chica, o sea, mi amado pueblo Castro del Río”.

   El desenlace final de esta rivalidad político-teatral en una próxima entrada bajo el título de “Teatralerias castreñas de principios del siglo XX” II