Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

05 junio 2012

Mis Corpus en Villardompardo: historias de familia, vivencias y recuerdos.

Un altar olivarero (2004)
    Es de agradecer la buena acogida que entre los habitantes y naturales de El Villar (Villardompardo) ha tenido “Mi Portfolio Fotográfico Provisional del distrito de Martos” (más de 250 visitas directas en el mes de mayo), en el que se muestran y divulgan unas casi desconocidas fotografías de sus monumentos más emblemáticos (Castillo e Iglesia Parroquial), tomadas del Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén de don Enrique Romero de Torres (1913-1915). Las misivas de agradecimiento que me han llegado, incluida la de su Ilustre Ayuntamiento, tal vez hayan propiciado que se despierte la curiosidad entre sus vecinos sobre mis vínculos con este pueblo, que ya delata mi primer apellido, pero que he tenido que explicar a quienes se han dirigido a mi correo con tal propósito.
     Mi afición por el género memorialista, ya puesta de manifiesto en una entrada dedicada a la Fonda la Esperanza de Porcuna, regentada por mis abuelos maternos, unida al empujón anímico generado por los agradecimientos, han hecho que me plantease embarcarme en un proyecto similar para con mi familia paterna.
    Aprovecho la fecha, por la peculiar, tradicional y espectacular celebración del Día del Corpus en esta villa, para emplearme en ello.

      
     La fotografía que se muestra, en la que un servidor aparece piadosamente arrodillado delante del artístico altar que para tal festividad se confeccionaba a la puerta de mi abuela Encarnación, debe de ser del año 1966 o a lo sumo 1967. Quiero recordar que se corresponde con el mismo día en que por la tarde pude presenciar en la Plaza de Toros de Martos el debut en lides taurinas del valiente novillero Herrerito de Porcuna (véase Mi Tauromaquia). Mi prodigiosa memoria (que Dios o quien sea me la conserve) me permite incluso atribuirle la instantánea a un famoso fotógrafo ambulante de Porcuna “Aure”, conocido de mi progenitor, que por allí merodeaba aquel día. Mi padre es el que aparece con gafas de sol con mi hermano Felipe, hecho un guarín, entre sus piernas. Las niñas, mi hermana, que forzosamente tenía que llamarse Encarnación, y una amiga (la hija de la vecina Lucia).
 
Los abuelos
      Siempre he tenido la curiosidad de investigar sobre el origen de mi apellido Gay, muy extendido en otras regiones como Galicia, Castilla, Aragón y Cataluña, y que en la provincia de Jaén parece tener su foco de irradiación en el pueblo de Villardompardo. Hay un famoso catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Granada, Juan Gay Armenteros, cuyas raíces creo que son también villarengas. Sería cuestión de echar una temporadilla en El Villar curioseando en su archivo parroquial y municipal y, si la documentación lo permite, intentar llegar hasta los primeros Gay que se asentaran por tierras jiennenses, y desentrañar el porqué de la elección de esta pequeña villa (ardua tarea, pero no imposible).

     De momento sólo llego hasta mi abuelo, que debió nacer en el las décadas finales del siglo XIX. Se llamó Manuel Gay López (Manolito Gay). De profesión labrador, que en la segunda década del siglo XX contrajo nupcias con Encarnación Calvache Serrano (mi abuela), de cuyo matrimonio vendrían al mundo seis hijos varones: Antonio, Bartolomé, José, Francisco, Manuel y Alberto Gay Calvache.
Los infantes - Manuel y Alberto (primeros años 30)
     Asimilado a la categoría de mediano propietario, complementaba sus actividad agrícola con el arrendamiento y la administración de las fincas de un propietario absentista, don José Contreras y Escobedo, Caballero de la Orden de Calatrava y IV Vizconde de Begijar , dueño de bastas extensiones de fincas rusticas diseminadas por diferentes municipios jiennenses. Aunque, por disponer de una bien acondicionada residencia y de un molino aceitero en el Cortijo de Uribe, frecuentaba con relativa frecuencia la villa para inspeccionar sobre el terreno sus intereses particulares.

El baúl del niño Federico
Noviembre de 1909

     Mi padre me contaba que el patio, de un por entonces semiderruido y abandonado Castillo, era utilizado por mi abuelo para guardar sus aperos y pertrechos agrícolas.

     El fracaso de la sublevación militar del 18 de julio de 1936, que trajo consigo un largo y cruento conflicto civil, afectaría tanto al arrendador como al arrendatario. El primero encontraría la muerte en Madrid, al poco del alzamiento, asesinado en circunstancias que no he sido capaz de desentrañar. Mi abuelo, cuyos posicionamientos ideológicos desconozco (imagino que los que fueran con arreglo a sus intereses), por aquello de su condición de empleador, fue detenido por orden del Alcalde, permaneciendo en el arresto municipal entre el 25 de julio de 1936 y el 6 de febrero de 1937, en que un Tribunal Popular lo pone en libertad. Un hermano de mi abuela llamado Jacinto Calvache Serrano sufrió la misma suerte, aunque con un periodo de confinamiento ligeramente inferior. Son varios los apellidados Gay, posiblemente parientes, quienes también aparecen como detenidos dentro de una relación inserta en la Causa General de la que he tomado los datos (Ramón Béjar Gay, Pascual Gay Béjar, José Gay Calahorro, Manuel Gay Águila, Diego Gay González  y Juan Gay Moya).
    Pese a su larga estancia en prisión, no creo que mi abuelo fuera un elemento demasiado significado de la derecha, ya que su casa se libró de los típicos asaltos y saqueos, y su nombre no figura entre quienes, según la Causa General “fueron sometidos a crueles torturas o simulacros de fusilamiento” por parte de las denominadas “hordas marxistas”.
     Casualmente entre los elementos dirigentes marxistas aparecen también individuos apellidados Gay y Calvache. Es el caso de Fernando Gay Cámara (exiliado en Francia), a quien se la atribuye participación en las profanaciones y quemas de imágenes de culto, o Juan Gay Medina y José Calvache Águila, señalados “por oponerse al triunfo del Glorioso Movimiento Nacional en esta villa”, que permaneció bajo control republicano hasta el final de la guerra. Otro villarengo derrotado, llamado Manuel Águila Gay, eludió la represión franquista al embarcarse en el famoso vapor Sinaia rumbo a México.


     Seria demasiada casualidad, pero recuerdo perfectamente como mi padre, en un determinado momento de nuestras vidas, marcado por la estrechez económica, refería una hipotética herencia salvadora de un pariente cercano que había cruzado el charco y del que no se tenían noticias (el mito del indiano rico).
     A Manolito Gay (abuelo) no llegué a conocerlo pues falleció antes de que un servidor viniese al mundo. Sobre él sólo me han llegado noticias o anécdotas indirectas. Parece ser que era del puño cerrado. Mi padre, que colaboraba con él en las faenas agrícolas, se las veía y deseaba para obtener una mínima recompensa económica. Tenía que acudir a subterfugios con los que obtener un dinerillo para el gasto corriente de un mozo. Con nocturnidad y alevosía, y la interesada colaboración de amigos y compinches, se perdía de vez en cuando algún saco de trigo de los almacenados en las cámaras de su vivienda.

     Con respecto a mi abuela Encarnación, mis recuerdos se circunscriben a mis primeros diez años de vida, pues falleció en 1970, poco antes de que lo hiciera mi madre, que se llamaba igual que ella y por la que profesaba especial devoción. Fue ella precisamente quien me llevo en sus brazos hasta la pila bautismal cuando me acristianaron.
Mi madre y mi vecina Amelia de Porcuna, expléndidas (a la izquierda)
Vivencias y recuerdos
     
    Mi padre, cuando contrae matrimonio, traslada su residencia hasta Porcuna. Estuvo un tiempo al frente de la Fonda heredada de mis abuelos maternos, finalmente cerrada por inviable. Probó después con un pequeño almacén de maderas y materiales de construcción en la Riverilla que tampoco funcionó. Las representaciones comerciales terminarían finalmente convirtiéndose en el sustento de su familia.
 




     Para tal fin se agenció una furgoneta Citroën dos caballos, que además de para efectuar el reparto del género comercial (cerveza "El Gavilan", gaseosa "La Pitusa", vinos de las bodegas "Pérez Barquero" y la multinacional Coca-Cola, que por aquellos tiempos era un producto de lujo) le brindaba la posibilidad de no perder el contacto con su madre y hermanos residentes en El Villar. Unos asientos portátiles, que se anclaban en la parte trasera, nos permitían visitar a la abuela con frecuencia.


    A la derecha: "Casa de la abuela". Puerta y tres ventanas en planta baja, con sus correspondientes balcones en la primera planta (dormitorios), y una hermosa cámara-almacen aireada por cuatro ventanucos en la planta superior. 
     Las fiestas de guardar eran de obligada comparecencia en esta hermosa casa, situada justo a mitad de la principal arteria de la localidad, la popularmente conocida como calle larga (entonces Calvo Sotelo y ahora Av. de Andalucía). Mi abuela ya mayor, con el imprescindible concurso de Carmen (también Gay), especie de servidora-ahijada, solía hacer gala de sus artes culinarias. Las albóndigas en caldo y los filetes de cerdo al limón eran sus platos estrella en esas comilonas festivas donde solía darse cita el resto de la familia. Este ultimo plato, sencillo y exquisito, lo adoptó mi padre para su cocina, y todavía hoy, de vez en cuando, aparece en la mía.
     Inolvidables esos altares del Corpus, por la parafernalia que se organizaba en torno a su elaboración. El exorno floral procedía casi íntegramente del patio de la casa, por el que se diseminaban una cantidad ingente de macetas de todas clases, resguardadas del sol por unos frondosos limoneros y regadas periódicamente con el agua que se extraía de un pozo con brocal de forja situado al fondo del mismo. El tiro de garrucha, con la sempiterna supervisión de Carmen, era uno de mis entrenamientos favoritos. Con las cubas se llenaban unas hermosas tinas de cerámica depositadas contra una pared, de las que posteriormente se tomaba el agua para las regaderas.



    Grabado en mi memoria está la víspera de ese día, momento en que mi primo Rafael, el menor de mi tío Bartolo, aparejaba una burra mansa que dormía en el establo para dirigirse hasta el arroyo Salado de Arjona en busca de las típicas juncias con las que se alfombraba la calle. Berrinches y llorisqueo, pues ni yo, y menos aún mi hermano Felipe, teníamos la edad oportuna como para introducirnos en ciénagas pantanosas. Finalmente nos conformábamos con ayudarle en la descarga, seguida de un paseo guiado en burra antes de que ésta volviera a sus dependencias.

    Nada más amanecer, acudía en masa el vecindario implicado y se ponía en marcha el proceso de confección del típico altar y adorno de calle. No solía faltar el dulce y el licor. Mi abuela, de arraigadas costumbres religiosas, carácter dulce y bondadoso, se arrogaba el mando a la hora de distribuir y disponer el ornato (casi todo salía de su casa). Mi madre, también muy dada a lo artístico, se convertía en su fiel consejera. Se estaba retocando hasta casi el momento mismo del paso de la custodia, en que tocaba echar las rodillas en tierra y persignarse. A renglón seguido llegaba la esperada hora de las botellas de gaseosa para los menores y espumosas, vinos y aperitivos para el resto de la congregación. La jornada festiva se remataba con un suculento almuerzo familiar, elaborado por Carmen que había echado su mañana de Corpus metida entre fogones.

     Dejando ya de lado este jueves festivo (ahora en domingo), y para no ponerme demasiado pesado, es menester ir cerrando. Pero ya puestos. tengo forzosamente que echar mano de otros recuerdos relacionados con El Villar, donde también solíamos pasar temporadas de vacaciones. Se mantiene fresco en mi memoria el olor a pan tierno y dulces de los hornos que regentaban mis tíos Bartolo, Pepe y Manolo, o el acompañamiento mañanero de escolta, que mi hermano y yo, le hacíamos a mi primo Antoñuelo, que siendo aun un chavalillo, ya colaboraba con la economía familiar repartiendo churros por las calles. Éstos se conservaban calientes gracias a una cajonera de ascuas depositada sobre el carrillo de reparto. Después de aquello ya podíamos disponer de él para el resto de la jornada lúdica.

San Francisco (patrón)
     Otros recuerdos guardan relación con las fiestas patronales. Sería por mi carácter tímido y apocado, o vaya a saber porqué, que de chico le tenía verdadero pánico a los gigantes y cabezudos, especialmente a estos últimos que se mostraban más escurridizos y saltarines. No me atrevía a verlos pasar desde la puerta de la calle y me subía al balcón del cuarto de mi abuela. Mi madre, que se hallaba empeñada en que tenía que superar estas fobias, incitaba a mis primos, que solían salir con la cabeza gorda, para que al pasar por la casa hicieran una breve incursión de reconocimiento, a la que yo respondía como una centella encerrándome en las cámaras. El descojone para mis padres, Carmen y la abuela, y el mal rato para un servidor. Hoy, por suerte, ya no me asusto de casi nada, gracias, en parte, a los cabezudos de El Villar.


     También a la feria pertenecen los recuerdos sobre partidos de futbol de máxima rivalidad contra Escañuela. Creo que los visitantes se desplazaban andando, y los encuentros tenían lugar en un improvisado terreno de juego en una tierra calma con varias vueltas de rulo. Por porterías unos postes de madera unidos por unas sogas. Entre los locales siempre se alineaba alguno de mis primos entre los que destacaba Manolito Gay) que con el tiempo ingresaría en la Policía Armada.

Villardompardo F.C. (1965)

     La providencial presencia de una vecina en casa de mi abuela sacando agua del pozo, evito un episodio, que pudo revestir caracteres de tragedia. Mi hermano el guarín, se dedicaba a jugar a los barquitos en una de esas tinas, ya referidas, cuyo nivel de agua estaba por debajo del acostumbrado. Encaramado en lo alto de una silla, hincó la cabeza tanto en busca de la navegabilidad que cayó sobre la misma, quedando con los pies para arriba. A las manos salvadoras de Lucía le debe la vida, aunque tragó bastante agua y nos llevamos un buen susto, especialmente la abuela responsable de nuestra guarda y custodia. 

Era del Cortijo de Uribe (1950)

     Excursiones infantiles dirigidas por Carmen hasta el Cortijo-casería de Uribe, con recolección de hinojos para el puchero por el camino, era otro de los atractivos de aquellos periodos vacacionales. Recuerdo perfectamente las dependencias nobles del mismo, recargadas de cuadros, alfombras, mobiliario antiguo y una armadura que llamaba poderosamente la atención de los infantes. He intentado localizar la fecha exacta del fallecimiento de la vizcondesa viuda, Doña María del Carmen Uribe y Peláez, con resultado totalmente infructuoso.

Obtenida a posteriori (veánse agradecimientos comentario 2)

  Me consta, que después de aquellos tristes sucesos de la guerra, pasaba largas temporadas en sus dominios de Villardompardo. De hecho mantuvo la amistad con mi abuela, y cuando se dejaba caer por el pueblo para escuchar misa, se detenía su coche a la puerta de ésta para que le acompañara. Su influencia sirvió para que cuando mi padre fue reclamado para prestar servicios militares a la patria le adjudicaran un destino cómodo como ordenanza en el Ministerio del Ejército, con sede en Madrid.


    Al fallecer mi abuela en 1970, pese a la proximidad, me desvinculo considerablemente de El Villar. La casa de los abuelos pasó con el tiempo a manos de mi tío Antonio. Fue el único de los hermanos a quien se le pudo costear estudios (bachillerato), suficientes para opositar y ganar una plaza de Secretario de Tercera. Después de permanecer una buena temporada en Pampaneira, un precioso y aislado pueblo de la Alpujarra granadina, en 1972 pasaría a ocupar la vacante provisional de la Secretaría del Ayuntamiento de Villardompardo, con carácter definitivo desde 1974 y que desempeñaría hasta su muerte acaecida poco después.




     Cuando he tenido que visitar El Villar, mayormente por sepelios de tíos y un primo prematuramente desaparecido (otro Manolito Gay), no he dejado nunca de girar visita a esa magnífica casa, que tan buenos y asustadizos recuerdos me evocan. En vida de la viuda Carmina, todavía podía adentrarme fugazmente en ella. Al carcer éstos de descendencia el dominio sobre la misma se desvincula definitivamente del apellido Gay.
     La última vez que estuve allí, hará como dos años, fue en una fugaz parada solitaria de incognito. Quería interesarme por la salud de un pedazo de mujer llamada Carmen Gay, quien asistió a mi abuela, y que a raíz del prematuro fallecimiento de mi madre, pasó generosamente como un año en Porcuna cuidando de mi y de mis hermanos, hasta que mi padre fue capaz de encajar aquel mazazo. A efectos de afectividad es para nosotros como una tía. De hecho mi abuela, supo agradecerle sus desvelos, incluyéndola entre sus herederos como una más. Estuve tentado de pasearme por la calle larga, pero termine desistiendo. De hecho desconozco quien la habita hoy y si se han efectuado reformas. Prefiero quedarme con esa imagen que he capturado en la red, de la que me he servido para trazar esta pequeña semblanza nostálgica ilustrada.


02 junio 2012

“Borrador de noticias antiguas y modernas de la villa de Castro del Río, en tiempo de los romanos, Colonia Ituci, Virtus Julia, después Castro Leal, y finalmente Castro del Río”.

Puerta de acceso a la nave central de la Iglesia del Carmen

     Escribíoslas un hijo de la expresada villa, cuyo borrador no pudo sacar en limpio, ni ponerlas en mejor estado, ni menos trasladarlo en letra más clara y limpia. Año de 1817, 103 folios en 4º y 7 laminas al final; sin numerar.  

     El hijo de la expresada villa era, el ya varias veces mencionado fraile carmelita natural de Castro del Río, Miguel Rodríguez Carretero, de cuya vida y obra ya nos hemos ocupado en una de las entradas dedicadas a la historiografía local. Como mis investigaciones son de mero aficionado y suelen pecar de precipitación en algunas ocasiones, siempre quedan lagunas e imprecisiones que el formato blog permite subsanar o rellenar a posteriori. Aquella entrada ya quedó lo suficientemente extensa y desarrollada, por lo que, antes de retocarla, he optado por introducir una nueva complementaria.
     Quien haya seguido esta serie, recordará cómo se ha venido haciendo referencia a este manuscrito que, no sabemos cómo y cuándo, pasaría a manos del erudito cordobés Rafael Ramírez de Arellano. De sus páginas procede la noticia sobre el tránsito del cadáver de D. Fernando el Católico a Granada, recogida de un desaparecido “Libro de Memorias” de la Parroquia de la Asunción de Castro del Río, que se publicó en el nº 5 (1919)  del Boletín de la Real Academia de Bellas Artes y Ciencias Históricas de Toledo. De la escala mortuoria del rey católico en la villa de Castro del Río, que tuvo lugar el 2 de febrero de 1516, llegó a extenderse acta notarial que a principios del siglo XX se custodiaba aún en el archivo municipal.
     En alguna que otra ocasión hasta he llegado a instar sobre la necesidad de investigar sobre el paradero del legado documental de Ramírez de Arellano (en adelante R. de A.), en pro de intentar recuperar ese manuscrito y otros materiales relacionados con Castro del Río de los que se sirvió este autor para confeccionar su “Ensayo de un catálogo bibliográfico de escritores de la provincia y diócesis de Córdoba” (1916). Las 7 láminas que se mencionan al final del manuscrito tienen que ser forzosamente esos dibujos de temática religiosa que el propio Ramírez de Arellano atribuye a la pluma del talentoso carmelita sevillano Fray Juan Félix Girón. 
     Pasa, muchas veces, que se tienen las cosas delante de los ojos y no se ven. Recientemente, paseándome entre las páginas del Inventario Monumental y Artístico de la Provincia de Córdoba (confeccionado por este mismo autor en 1903), cuando buscaba información relacionada con la producción escultórica de un artista flamenco del siglo XVI conocido por Juvenal Bruno, a quien se la atribuye la autoría del desaparecido Cristo de la Iglesia del Convento del Carmen Calzado de Castro del Río, me topé de bruces con la referencia a un manuscrito que fue básico para Ramírez de Arellano a la hora de redactar los artículos dedicados a Castro del Río en aquel Inventario:

     “De anónimo autor es un libro, curiosísimo e importante, intitulado Borrador de noticias antiguas y modernas de la villa de Castro del Río, del que nos serviremos mucho para estos apuntes, y que es lástima que no se publique, pues pocas historias particulares están escritas con criterio más sano y más certeza de datos”.

     Las referencias al Anónimo son una constante entre los aproximadamente 100 folios manuscritos que Ramírez de Arellano le dedica a su recorrido por la historia y el patrimonio de la villa cordobesa de Castro del Río. No es cuestión de reproducirlas al cien por cien, pues ya se hallan a disposición de los curiosos en diferentes formatos, de manera que me limitaré a hacer algún inciso en lo extraido del mismo, que hasta años después, cuando publica su "Ensayo bibliográfico" (1916), no es capaz de asociarlo a Fray Miguel Rodríguez Carretero:


     “A los márgenes de rio Salso, hoy Guadajoz, se halla fundada, la noble y leal villa de Castro del Río, a los 37 grados y 47 minutos de latitud, 16 grados y 16 minutos de longitud, según la ponen los mapas. Sobre la cima de un cerro elevado, que se levanta sobre el terreno inmediato a las orillas del mencionado río se ve fundada, extendiéndose la población alrededor de dicha eminencia, entre oriente y poniente principalmente. El plano del expresado cerro, ceñido a una gruesa y alta muralla. Guarnecida ésta de fuertes torres, de un formidable castillo, hoy desmantelado con un postigo y una sola puerta aforrada de planchas de fierro, y su rastrillo con su capaz plaza de armas y demás arreos y pertrechos. Sus dos famosas torres, la del Omenage, que defendía la entrada, y la otra, la única puerta de la población; colocado referido castillo al Norte, era solamente lo que dentro de los muros componía la antigua villa de Castro; con la advertencia de que ningún edificio tocaba a la muralla, todo el recinto se andaba sin el menor embarazo, para defenderse con libertad de los enemigos: de Norte a sur se extiende más que de Oriente a Poniente. Es de figura cuadrilonga, más extensa de longitud que de latitud muchos pasos”.

     No desaprovecha R. de A. un extenso apéndice del referido Anónimo (R.C): “donde encontramos una Descripción individual del castillo, que creemos oportuno copiar; pues da idea de cómo quedaba en 1817, mientras que nosotros sólo podemos hablar de como ahora se encuentra”. Son 16 folios que transcribe literalmente, en las que se extiende y repara en diferentes detalles relacionados con el castillo, sus torres, muros, defensas y puertas. Como del recinto amurallado y de lo que encierra ya se han ocupado de manera científica historiadores y especialistas de la localidad, me detendré sólo en algunas noticias curiosas:

     Le arroga al recinto un origen turdetano, posteriormente solidificado durante el periodo de dominación romana. La tesis la sostiene en base al hallazgo de monedas en las que junto a símbolos y jeroglíficos de espigas, pez, buey, caballos con jinetes… aparece el nombre de la antigua Ituci grabado en caracteres del alfabeto turdetano.


     Se aventura incluso en ubicar la oficina donde se fundían los metales (“actualmente en un aljibe cuadrilongo en casas del presbítero don Antonio de Osuna sita en la villa”) así como en el lugar preciso donde era acuñada la moneda (“en una casa de Manuel de Tapia, en la misma villa, quince pasos distante de la citada oficina de fundición”).
     Dejando de lado estas elucubraciones y fantasías, su mérito principal estriba en la exhaustiva descripción de la fortaleza en base a la observación directa (primeros años del siglo XIX), complementada con los testimonios que le aportan “ancianos que hoy viven y curiosos vecinos”, de los que llegaron a conocer algunas estructuras ya desaparecidas. Un ejemplo:

     Los testimonios le sirven para reconstruir la primitiva y desaparecida entrada al recinto, aunque con una narración un poco enrevesada:
Puerta de Martos
     “La puerta principal llamada de Martos, única en los tiempos antiguos de la plaza, estaba colocada en la rinconada que dejaba el martillo saliente oriental del alcázar, entre el postigo de la casa que habita Doña Josefa Luisa Mazuelo y la torre de la Virgen de los Remedios, rebajada en el día, la que, con otra que estaba donde hoy el caño, formaban la dicha puerta y clave con su contrapuerta y taladro, garitón, arcos de cantería, almenillas, miras, viseras y vistosos remates; todo pertrechado como la puerta del alcázar; en el antemuro de ella había otra denominada el rastrillo de la Plaza, sostenida por el adarve, y alto lienzo del alcázar: en la puerta principal de la plaza asistía la gran guardia, la que se miraba sostenida de la barbacana, y segundo torreón del alcázar por una parte, y por la otra de la torre de la Virgen de los Remedios”.
     Valiosa su contribución al informarnos sobre los avatares históricos que determinan su desaparición:
     “En el día se halla el consabido sitio de la principal puerta del todo desfigurado; se demolió toda la fortaleza para labrar las casas del insigne vicario eclesiástico don Pedro Suarez Pimentel y las de don Lorenzo Ruiz Cañete, comisario del Santo Oficio, que se edificaron en el paraje de lo que fue antigua barbacana. También por la venida a ésta del Señor Rey Don Felipe V, el animoso de feliz memoria, en el año 1733, cuando de Sevilla mudó la corte a Madrid, teniendo preparado alojamiento en el Colegio de San Pedro y San Pablo, juzgando no cabrían las carrozas, se hundió el muro de ella que unía con el castillo para que pasasen con desembarazo. Luego en 1743 se quitó y destruyó la citada puerta hasta los cimientos, con el fin de hacer amplísima la entrada de la villa, y en el mismo año la sagrada imagen de María Santísima de los Remedios, que estaba colocada de tiempo inmemorial, sobre la clave de esta puerta, se trasladó a la torre contigua, ya rebajada de su altura, la que ahora sirve de azotea de las casas del vicario eclesiástico D. Juan de la Peña Tercero”.
     Las referencias a galerías militares subterráneas posiblemente sean también producto de su imaginación:
     “Igualmente lo son las cuatro minas militares subterráneas que corren en distintas direcciones, hacia el rio Guadajoz, hacia el Norte y campiña: nos parecen de la misma ancianidad de los dos algibes del castillo, el pozo dulce, el argamazón, o chitura, de las calles del Baño, Garcipérez y Alcaidesa”.

     Mitos e historias de corte novelesco sobre pasadizos y túneles están muy extendidos en las poblaciones fronterizas. Creo que aquí le falla la agudeza a nuestro historiador, y a esas infraestructuras árabes relacionadas con la captación y distribución de las aguas, les atribuye un uso militar imposible de demostrar.

     A la hora de fijar el origen del templo parroquial R. de A. recurre una vez más al manuscrito Anónimo (R.C):

Porfolio Fotográfico de Castro del Río

     “Dice que esta parroquia se edificó sobre una mezquita, aunque variando algo su situación y extendiéndose más de lo que aquella abarcaba. Se conservó el edificio musulmán purificado hasta después de la conquista de Granada, y la portada principal se levantó hacía 1511, durante los pontificados de D. Pedro Fernández Manrique y D. Leopoldo de Austria”.


     Le sirve, así mismo, para informar sobre el origen de otros edificios religiosos: Iglesia de la Madre de Dios (primera construida extramuros) o el Convento del Carmen.
     Las noticias sobre la fundación de éste último en el año 1555, al abrigo de la primitiva cofradía de la Veracruz, en una ermita del mismo nombre, sobre la que con posterioridad terminaría erigiéndose el convento, son las que ya conocemos, por aparecer también recogidas dentro de su Epytome Historial de los carmelitas de Andalucía y Murcia. Aunque es de justicia citar que éstas proceden su vez de otro manuscrito (desaparecido o sin localizar) del que es autor otro carmelita castreño, Fr. Martín de Osuna y Rus (1630-1706).

     Es aquí precisamente donde entroncamos con mi objetivo inicial, el famoso Cristo del Carmen, colocado en la parte superior del retablo mayor, atribuido a la gubia de un desconocido escultor de origen flamenco a quien el Anónimo (R.C) llama Juvenal Bruno.


    Como podrán comprobar en el recorte del Inventario, al final aparece el nº de la lámina correspondiente, que por desgracia no se puede mostrar pues finalmente el trabajo quedaría desprovisto de aparato gráfico. Su autor marcó las fotografías, pero no las presentó alegando que la editorial que lo publicara se encargaría de ello.

     Para poder ilustrar tengo que recurrir a una instantánea perteneciente a una colección fotográfica realizada una década después, de la que extraigo algunas que se muestran maliciosamente marcadas, a la espera de poder elaborar con ellas un nuevo “Portafolio Fotográfico Historiado de Castro del Río”, donde obligadamente tendré que hacer referencia a su procedencia, seguida de los oportunos agradecimientos.
   
     Para R.de A. el verdadero nombre de este escultor era Luydvinos de Bruna”, del que las únicas noticias que disponemos son las que nos proporciona en su Inventario Monumental. Le atribuye también, fundamentándose exclusivamente en la similitud de los plieges del paño del sudario y en la estrechura de tórax, un hermosísimo crucificado de tamaño natural catalogado dentro de la sacristía de la Iglesia Parroquial de Santa María la Mayor de Baena.
    Este crucificado de Baena tuvo mejor suerte que el de Castro del Río, pues pudo superar aquellos episodios críticos de 1936 (los machaconamente culpables de irreparables pérdidas patrimoniales) y desde el año 1962 procesiona en la famosa Semana Santa de esta localidad cordobesa como “Santísimo Cristo del Perdón”.



     La resonancia del nombre del incógnito Luydvinos debió de ser del agrado de R. de A. que basándose en criterios de dudosa fiabilidad (“parece de Bruna”, “tal vez de Bruna”) le asocia otras tallas de autor desconocido de las que se hallaban repartidas por diferentes establecimientos eclesiásticos de Castro del Río:
     “Un Cristo en la cruz, de madera, pequeño, bueno” que estaba en la sacristía de la Iglesia de Santo Domingo; otro Cristo, de tamaño académico, colocado sobre la cajonera baja de la sacristía de la parroquial de la Asunción; un San Blas, de la segunda mitad del siglo XVI, situado en un altar del lado del Evangelio de la parroquial del Carmen (“tal vez de Bruna”) y una Virgen del Buen Suceso, también del XVI, situada en el altar de San Antonio de la Iglesia del Hospital de Jesús Nazareno.

     Para completar la entrada incluyo la portadilla de un ejemplar del libro de Fray Miguel Rodríguez Carretero, intitulado: "Resumen histórico de la vida de la venerable madre Sor Narcisa María de la Concepción, religiosa descalza del sagrado orden de Santo Domingo, del convento de Jesús María de Scala Coeli de la villa de Castro del Río, Reyno de Córdoba", hoy en manos de una conocida familia de impresores de aquella localidad.
   

    Para quienes muestren interés por el mismo pueden encontrar una copia digitalizada del original custodiado en la biblioteca de la Fundación Manuel Ruiz Luque (Montilla), en la web de la Biblioteca Virtual de Andalucía.


01 junio 2012

"El Ocaña: el obrero que quiso ser concejal" (2ª parte y final)


    Después de conocerse la decisión de la Junta Electoral, que privaba a Fernando Rodríguez Ocaña de aquella concejalía ganada con los votos, recibiría el apoyo moral del resto de candidatos por el distrito, con la única salvedad del segundo clasificado, señor Antonio Guasch Carrer (constructor y vicepresidente de la Federación Catalana de Futbol) , automáticamente convertido en nuevo concejal. Tuvieron éstos incluso la talla moral y valentía suficiente como para elevar un escrito al Ministerio de Gobernación protestando contra aquella injusticia. 


    Diferente sería la actitud de los comunistas mayoritarios (PSUC), que a través de su órgano de prensa (Treball), consideraba aquella participación en la farsa electoral franquista como inaceptable para la oposición e inaceptable para quienes propugnaban un cambio democrático, y de alguna manera quisieron aprovechar aquel fiasco para arrancarle adeptos al escindido grupúsculo de Bandera Roja (tejemanejes políticos tramados por los aparatos):

    “Si al fin y al cabo las elecciones al tercio familiar fuesen verdaderas y salieran elegidos auténticos representantes populares, éstos no podrían decidir nada, porque numéricamente son menos de 1/3 y el poder de decisión reside de manera exclusiva en los alcaldes. No obstante el poder fascista es tan precario, que no puede permitirse el lujo de dejar llegar hasta el Ayuntamiento a cualquier sospechoso de anti franquismo”.

(Traducción al castellano del bimensual Treball del 30 de octubre de 1973)

     Pese a que aquel golazo por la escuadra sería injustamente anulado por un juez árbitro poco neutral y pese a las críticas de los otros comunistas catalanes, que se referían al candidato electo Ocaña como un simple “sospechoso de anti franquismo”, la aventura sirvió para demostrar que el régimen no respetaba ni sus propias elecciones y que el franquismo tenía ya serias fisuras en Barcelona.
     El asunto tampoco sería muy del agrado de los sectores más reaccionarios del tardofranquismo. A Francisco Rodríguez Ocaña le llegaron amenazas de grupos de extrema derecha y tuvo que optar por desaparecer y esconderse con su familia durante una buena temporada.

 
      En 1974 amplios sectores de la OCE- Bandera Roja se reintegraron en el PSUC. Son los denominados Banderas Blancas, entre los que se encontraba nuestro protagonista. Su tibieza política ya no era cuestionada y su lucha por las condiciones de vida de los ciudadanos de las barriadas periféricas, empezaría a ser justamente valorada. 

 



 
    El también inmigrante Francisco Candel, quien le acompaña en estos ciclos de conferencias anunciados y que ha pasado a la historia como "el escritor del proletariado", le ayudaría a plasmar aquella su experiencia electoral del año 1973 en un libro que salió al mercado en 1975 con el título de “Candidato de los Trabajadores”. Fue publicado por la editorial Avance de Barcelona y aparece prologado por el propio Francisco Candel. Para quien pueda mostrarse interesado, el libro está puesto a la venta en librerías de viejo, yo ya tengo mi pedido hecho.


    La llegada de la democracia no supuso grandes transformaciones en la vida de “El Jaenero”, sobrenombre por el que también era conocido Francisco Rodríguez Ocaña. Siguió viviendo con su familia en aquel pequeño piso de 40 metros cuadrados de la Trinitat Nova, compaginando su actividad laboral con su militancia política y sindical, ahora legal.
    Aquellas demandas urbanísticas, por las que siguió luchando, empezaron a llegar a las barriadas. Un nuevo frente reivindicativo se articula en lo referente a conseguir una mejor accesibilidad con la que romper el aislamiento con el resto de la ciudad. No se desligó de la asociación de vecinos de su barrio. Participó en la gestación de un denominado Centro de Vida Comunitario para Todos, un barracón que acogió a diversas entidades sociales, culturales y recreativas, usado para dar empuje a nuevas reivindicaciones.


    Las discrepancias con el revisionismo propugnado desde la cúpula del PSUC-PCE (eurocomunismo), propiciaron una nueva salida del partido. Quienes lo abandonaron, etiquetados como “prosovieticos”, refundarían el antiguo PCC bajo la dirección de Pere Ardiaca, un histórico del PSUC (1982).
    Al poco, Ocaña dejaría atrás su barrio de toda la vida. Cuando se casó su hijo le dejó el piso en la calle Aiguablava en la Trinitat, trasladándose con su mujer y otro hijo soltero a Molins del Rei, donde viviría hasta su muerte. Una vez dijo que le había costado más trabajo dejar Trinitat Nova que Porcuna.
     En una entrevista para El Periódico realizada en 1985, estaba ya jubilado y se dedicaba a organizar a los de su misma condición dentro de su partido, el PCC. Decía haber dejado el PSUC al carecer de futuro por su revisionismo. Para Ocaña “el pan debe ser pan, el vino debe ser vino y el comunismo debe ser comunismo” (recuerden que paradójicamente lo tildaban de tibieza en 1973).
    Textual de aquella entrevista-reportaje: 

    El jubilado señor Rodríguez que tiene un hijo en el paro, unos discos de Manolo Escobar, unas copas de Montilla-Moriles para los invitados y un piso sin calefacción en una calle sin asfaltar, es un tío de una pieza.
    Tiene que oír como su señora le dice: “con las relaciones y los amigos que tienes que no puedas conseguirle un trabajo a tu hijo”. Y es que Fernando, o sea, Ocaña, conoce a Jordi Pujol, a los mandamases del Ayuntamiento de Barcelona y a mucha gente, pero no lucho “no lucho por mi propio bienestar o para sacar beneficios, sino por la libertad de todos”.
     Seguía batallando en la asociación de vecinos de Molins del Rei: “Aunque la alcaldesa sea de izquierdas, hay que exigirle lo mismo o más que si fuera de derechas, y voy a todas las manifestaciones, cuando hay que ir”.

   Vista la figura de Ocaña desde la perspectiva actual y ante los derroteros que ha tomado con posterioridad la actividad política, este señor nacido en Porcuna en 1922, efectivamente era un tío de una pieza.
   Sirvan estas entradas de blog para su conocimiento y reconocimiento entre sus paisanos. Ese libro suyo que estoy esperando, tal vez nos aporte alguna información complementaria sobre sus años de vida en Porcuna. Desconozco hasta qué punto se desvincula o desarraiga definitivamente de su ciudad natal cuando toma el camino de la emigración, si le queda familia o no en la localidad… Son informaciones que solo podríamos desentrañar con testimonios de quienes le conocieran, parientes o de sus propios descendientes.

Fuentes utilizadas

Hemeroteca La Vanguardia.
Treball (vocero del PSUC). Septiembre-Octubre 1973. HDPH-MCU
Triunfo: nº 579, año XXVIII (3 de noviembre de 1973). “Rodríguez Ocaña: el obrero que quiso ser concejal”, por M. Vázquez Montalbán.
El Periódico: entrevista- reportaje publicada el 31 de marzo de 1985.
La Vanguardia: Adiós al concejal Ocaña (7 de marzo 2000).

    Mi agradecimiento a Todos los Nombres de Porcuna que me han proporcionado su partida de nacimiento. Información más detallada sobre la militancia política de sus padres y sobre cómo les afectó la represión franquista, está en fase de investigación. Pero tal como hemos podido contrastar, son varios/as los apellidados/as Rodríguez y Ocaña que militaron en el PCE de Porcuna con anterioridad al final de la guerra civil española.