La frecuencia con que en nuestra región, a lo largo de la historia, la casualidad ha hecho aflorar amonedadas riquezas, unas veces escondidas por romanos, otras por visigodos, musulmanes, moriscos o judíos, han despertado siempre la curiosidad y avaricia de sus pobladores.
Las provincias de Córdoba y Jaén son de las más ricas de Andalucía en patrimonio arqueológico. Todavía sus entrañas nos siguen deparando hallazgos cada vez menos casuales (difícilmente áureos o argentíferos), fruto de excavaciones científicas realizadas por profesionales, aunque sigan haciendo sus incursiones lesivas los buscadores de tesoros a pesar de la cada vez más punitiva ley.
Azaroso fue el descubrimiento acaecido en Porcuna en 1893:
“Hace unos días se encontró un gañan que estaba arando en un cerro, junto a Porcuna, un ánfora con monedas de oro y plata romanas, todas ellas muy bien conservadas. Las de oro son del tamaño de las de 10 céntimos de peseta; en el anverso tienen un busto romano y la inscripción.: “Sabina augusta- Adriana u G.R.A”, y en el reverso la figura en pie de un guerrero. Las monedas de plata son del tamaño de las de media peseta y tienen las mismas figuras" (1).
Sabina Augusta- denario 128-136 d.c
Desconocemos si el afortunado gañan le saco algún partido material a aquel fortuito hallazgo. Aunque todo parece indicar, dada su publicidad, que pondría en práctica esa estúpida y característica honradez casi feudal, y se iría precipitadamente en busca del afortunado señor propietario del arado, de la yunta y de la tierra. Posiblemente a éste le sirviera para incrementar su patrimonio, mientras que el gañan se tendrían que conformar con ración doble de tocino en el cocido, como premio a su lealtad.
Aunque el hallazgo referido pertenecía a la época romana, “para la gente andaluza que en el campo habita no hubo allí otra, sin embargo, que la de los moros en lo antiguo, y a los moros achacan y refieren cuanto en el campo o en las entrañas de la tierra encuentran o esperan encontrar y que les ha sido revelado en sueños, o por listas echadoras de cartas, o por sabias cual la famosa de Bujalance, o por medio de recetas, que es lo mas seguro y cierto, conseguida de alguno de los tantos moros trashumantes y mas o menos auténticos que por las comarcas andaluzas aparecen, previa la entrega anticipada de cierta cantidad en la que el mahometano vende su secreto”(2).
El entrecomillado pertenece al arqueólogo y medievalista de origen cordobés, Rodrigo Amador de lo Ríos, tomado de un artículo que publicó en la Ilustración Española y Americana en 1905.
Allí mismo, se hace referencia a cierta leyenda plasmada en un documento fechado en 1615, que Francisco Valverde Perales recoge en su “Historia de la Villa de Baena” sobre los tesoros que los moros ocultaron en Castro del Río, que transcribo sic:
“Irás a castro el río, que es tierra de córdova y preguntarás por la fuente de los albercones, que esta a tres cuartos de legua del lugar; a la mano izquierda del camino los descubrirás, llegarás a la fuente, quitarás el agua por donde mas bien te pareciere, y desaguarás el albercón y quitarás siete u ocho ladrillos sobre la mano izquierda, hallarás una puerta, atapida con un betumen muy fuerte, que es hecho con sangre de vaca y polvo de ladrillo, y guijas, y cal; este betumen es muy fuerte de romper, por lo que quiere mas maña que fuerza, y después de esto no entrarás en la cueva hasta que pasen veinte y quatro horas, porque te causaría muy gran daño; en saliendo el aire y vapor, que hayan pasado las veinte y quatro horas, entrarás por la cueva adelante cosa de treinta o cuarenta pasos, hallaras dos figuras que tienen dos tiros de bronce; no temas, si no entra, que no te pueden hace mal ninguno; hallarás una quadra con grande lumbre; tiene de largo y ancho treinta y dos pies; en el medio de ella hallarás una mesa de marfil con cuatro pilares de alabastro; esta tiene encima dos coronas, una imperial y otra real, y un cetro que tiene una piedra por remate, que a la lumbre della se pueden asomar quinientos hombres en la oscuridad de la noche; y a la redonda de la cuadra sobre unos poyos, están siete cofres o cajones, los tres de seis palmos de largo y tres de ancho y alto, y los quatro a siete palmos de largo y cuatro de ancho y alto; éstos están llenos de zequies de oro; a un lado de la cuadra hallarás tres gradas, subirás por ellas, hallaras una alhacena o armario, con tres candados muy fuertes, abrirlos as, que allí están las llaves colgadas, y allí está la bajilla del rey Almanzor, y todo el servicio de su casa de plata y de oro” (3).
También refiere Rodrigo Amador de los Ríos una anécdota en la describe cierta fiebre del oro fruto de una tradición mágica y supersticiosa, de la que participaban los vinagorros (naturales de Valenzuela, Córdoba) a principios del siglo XX.
Hallándose Francisco Valverde Perales reconociendo y estudiando la Torre de las Vírgenes (Torreparedones) se hizo acompañar de un campesino de Valenzuela conocedor del terreno.
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Castillo de Torreparedones |
En aquel mismo lugar, en agosto de 1833, la reja de un arado tirado por una yunta de vacas propicio el descubrimiento de la cripta sepulcral de la familia Pompeia en la que se hallaron once urnas de piedra con sus correspondientes inscripciones y una redoma de vidrio de colores colocada en una funda de plomo “que según, las señas dadas por la historia, sería una lámpara de las que ponían los romanos en los enterramientos de los grandes personajes y que conservaban la luz permanente”. Contenía un liquido blanco y partículas doradas como de plata o oro, que derramaron los hombres del campo que hicieron el descubrimiento pensando que eran metales preciosos: Este proceder, hijo de la ignorancia, ha privado de haberse hecho algunos análisis a dicho liquido que hubieran llamado la atención, porque el muchacho que bajó sostenido por una cuerda, dice observó al entrar en el panteón una claridad como de luz artificial, pero que desapareció al instante, y es de creer que estaba la lámpara ardiendo, y tan luego como recibió el aire se apagó”(4).
Este vinagorro parece sentirse depositario de los derechos sobre cierto tesoro enterrado por el rey Pompeyo en los sótanos del castillo, antes de abandonar el lugar. Un arcón lleno de monedas de oro del tamaño de medios duros, y otro repleto de barras de oro y plata, como de media vara de largas, y que aseguraba haber visto, “como lo estoy viendo a usted ahora” muchas veces en sueños:
El siguiente descubrimiento, tiene lugar en la casa del Arcipreste de Castro del Río, don Diego García Dávila, en fechas cercanas a aquellas en que los vinagorros se dejaban las manos cavando en el patio del castillo de Torreparedones, en busca de la famosa galería, que les diera el acceso definitivo a la riqueza inextinguible, como la luz de aquella maravillosa lámpara encontrada en 1833 en la cripta de los Pompeyo.
Este nuevo tesoro no brillaba como el oro y la plata, su centelleo era graso, orgánico, y desprendía cierta apetitosa fragancia. Se trataba, nada más y nada menos, que de 10 extremidades traseras de cerdo, pertinentemente tratadas y curadas al oreo, que descansaban en la cámara de este señor.
Tres audaces, imbuidos por la fiebre del jamón, durante la noche del 12 al 13 de febrero de 1904, asaltaron la tapias del corral de la casa, y valiéndose de una escalera, que encontraron allí mismo, subieron a una ventana; con una barra de hierro rompieron la tela metálica de un hueco próximo, por donde el más ligero penetró haciéndose del preciado botín, arrojándoselo a los otros que ya esperaban en el corral. Se deshicieron de 7 que vendieron a un compinche en 45 pesetas, y los tres restantes repartidos equitativamente a uno por cabeza.
Levantadas ciertas sospechas, tras los oportunos registros domiciliarios, fueron a parar con sus huesos a la cárcel. Instruida causa por robo, tras el juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Córdoba fueron condenados como autores, a la pena de 3 años, seis meses y 21 días; mientras que el compinche, posible inductor y beneficiario directo, a una multa de 150 pesetas, accesorias, costas e indemnización (5).
Quiero también relatar las peripecias de otro tesoro, ligado a un famoso apellido de tradición liberal y democrática de la ciudad de Porcuna. Se trata de un instrumento musical, con cierto parecido al jamón en su forma, adquirido en Sevilla en 1924.
En 1966 el joven periodista, Antonio Burgos, en las columnas del diario ABC de Sevilla firmaba un artículo reportaje bajo el título de “Mas Stradivarius todavía” motivado por los últimos descubrimientos de este singular instrumento acaecidos en la capital sevillana. Para corroborar su autenticidad describe la inscripción y marcas que aparecen en las etiquetas de los instrumentos salidos del taller de este acreditado fabricante de violines. Sitúa su volumen de fabricación en torno a los 1100 ejemplares, de los que están reconocidos como auténticos aproximadamente la mitad.
A los pocos días el mismo diario publica una carta recibida desde Porcuna que dice así.
“Con relación al articulo publicado recientemente por don Antonio Burgos, y por si fuese de interés la información, paso a decirles que hace varios años descubrimos la etiqueta a que alude el articulo del Sr. Burgos en un pequeño violín adquirido posiblemente en Sevilla, por un tío nuestro hacia 1924.
Dentro del mismo, y pegada al fondo, aparece una etiqueta alargada, en la que con letras impresa puede leerse: “Antonius Stradivarius Cremonensis. Faciebat, anno 17..”
Tangente al borde inferior derecha se ven dos pequeños círculos concéntricos, dentro de los que aparece una pequeña cruz latina y por bajo las letras A.S.
El firmante lo da por auténtico, y asegura “que como ve, hay un violín menos que buscar entre la larga lista de desaparecidas obras del ilustre artesano”
Atentamente a usted, Modesto Ruiz de Quero, (Porcuna, Jaén). (6)
Desaparecidos Modesto y su hermano Antonio, desconozco quien pudiera estar en posesión de este valioso legado familiar, si es que les llegó. De cualquier forma pongo sobre aviso a sus descendientes, su sobrina Rosa Ruiz de Quero y consorte Sr. Martínez (fruta de sartén), a los que me une una antigua amistad poco cultivada hoy, para que investiguen y nos informen al respecto. Si por un casual, el susodicho violín, lo tuvieran olvidado en lo alto de un armario, sin haber reparado en la famosa etiqueta, sepan vos que con su venta podríais alcanzar fácilmente aquella riqueza inextinguible tan ansiada por aquellos “vinagorros de pico y pala”. Y, si así fuera, estoy seguro que sabríais premiar al amigo informante. Con una docena de aquellos que colgaban de la cámara del Arcipreste de Castro del Río y otras tantas cajas de una buena añada de vinos, quedaría más que satisfecho. ¡Yo pongo el pan!
1) La Época, 18930206.
2) La Ilustración Española y Americana. Año XLIX, nº XXIII (22 de junio de 1905).
3) Francisco Valverde Perales / “Historia de la Villa de Baena”. Toledo, 1903. págs. 332-333.
4) La Revista Española (periódico dedicado a la Reina Ntra. Sra.), 18330903.
5) Diario de Córdoba, 19070707.
6) ABC de Sevilla, 23 de julio y 2 de agosto de 1966.