Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

27 marzo 2011

Escenas de "Soledad" (La película).

Plaza de San Rafael 1927
Plaza de San Rafael años 60

   Cuando visité por primera vez Castro del Río, allá por los primeros años de la década de los 80 del pasado siglo, mi sorpresa fue mayúscula al poder comprobar in situ la armoniosa uniformidad, equilibrada plasticidad y perfecto estado de conservación de su emblemático Barrio de la Villa, alojado dentro del perímetro amurallado de su primitivo castillo fortaleza. El barrio alberga en su seno algunos de los mas característicos edificios patrimoniales, tanto civiles como religiosos, de la ciudad: las Casas Consistoriales situada junto a una de sus puertas de acceso (arco de Santo Cristo), edificio del antiguo Pósito, Capilla del Colegio de San Acisclo y Santa Victoria, Iglesia Parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, Casa de Mendoza, el Castillo y el Tiunfo de San Rafael. Aunque el conjunto en si con sus blancas y angostas calles y sus pintorescos arcos (Santo Cristo y Agujero) goza de personalidad propia. Llama la atención el empinado acceso a través de la cuesta de Martos tras la que se descubre el Castillo y la Plaza de San Rafael con su espectacular Triunfo presidiendo el espacio.


Arco-Puerta del Agujero



Calle Pósito


   En 1958 dos cineastas italianos, Enrico Gras y Mario Gravieri, especializados en el género documental, debieron igualmente sorprenderse con este emplazamiento que lo incluyeron  para el rodaje de varias escenas de su nuevo proyecto cinematográfico “Fiesta Grande”, veinte mil metros de cinta, con los que se pretende “descubrir al mundo esa España incógnita que rebosa seducción por los cuatro costados”. Un continuo peregrinaje que se desarrolla esencialmente por tierras castellanas y andaluzas.       

   Además de Castro del Río, se muestran en la cinta el Sacromonte granadino, Guadix y sus cuevas, la Romería del Rocío, los patios y la Semana Santa cordobesa.
   Para darle unidad a este recorrido geográfico se recurre a una trama novelesca.
   La película con el título final de Soledad, presentada fuera de concurso a la Mostra de Venecia, sería estrenada en Madrid en la primavera de 1959.



   Gira en torno a los amores de Soledad, una guapa andaluza que ha matrimoniado con un señorito rico pero indigno de ella, papel interpretado por la bonita y atractiva Pilar Cansino ( prima de Rita Hayworth), que hacía su debut cinematográfico.
   El protagonista masculino, lo encarna el joven galán Germán Cobos, enamorado de la protagonista, que en un peregrinaje sentimental, va de un lado para otro recorriendo esa España que Gras y Gravieri nos quieren mostrar.
   También se distingue en su papel Fernando Fernán Gómez, que interpreta a un pícaro de los anchos campos, vendedor de trenzas femeninas.
   Completan el reparto Eva Sedeño, Josefina Serratosa, María Vico y Pilar Gómez Ferrer.
   
   
   
   Como casi siempre, tratándose de una película rodada en España, lo mejor de “Soledad” es la contribución de sus actores y actrices secundarios. Así, destacamos, en su comienzo, la aparición de una insólita Mercedes Alonso, caracterizada de gitana, y  el popular José María Tasso “Tachuela” que hacia sus primeros pinitos en el cine.


 
Crítica Abc





Secuencias de la película rodadas en Castro del Río

   En las escenas de la boda son perfectamente reconocibles las intrincadas y blanquecinas calles del Barrio de la Villa (Palma, Estrella, San Juan), así como la portada plateresca de su Iglesia Parroquial, hoy desaparecida como consecuencia de los agentes corrosivos y la mala calidad de su original piedra de fábrica.
   El resto de las secuencias se corresponden con una especie de capea o encierro que trascurre por sus calles, que tiene por epicentro el Llano de San Rafael, adornado para la ocasión con los típicos carretones y empalizadas que se utilizaban en este tipo de festejos populares.

   Para ambas secuencias fueron utilizados y contratados numerosos/as castreños/as que participaron como extras en la película. El rodaje en Castro del Río transcurre durante la primera semana del mes de mayo de 1958, y no estuvo exento de anécdotas e incidentes, como la del astado que cogió y golpeó al extra Rafael Moreno Santiago, causándole varias y graves heridas, o la del toro que se escapó del encierro, sembrando el pánico entre la población, finalmente abatido de un tiro por un valeroso número del cuerpo de la Guardia Civil apellidado Vaca.

ABC 7 de mayo de 1958

   Hasta la prensa libertaria en exilio, de la que eran habituales lectores muchos castreños, de los que tuvieron que emigrar forzosamente al finalizar la guerra civil española, recoge la información:

Solidaridad Obrera 5 de junio de 1958

   Las acrobacias taurinas (salto frontal y de la garrocha) y otras suertes de recorte que se aprecian en la cinta, son obra de un famoso especialista de cine de la época llamado Manuel Santamaría “Pololo”.


   Afiches como este, serían profusamente, cual hojas volanderas, distribuidos por el empresario del todavía Teatro Cervantes (antiguo Vista Hermosa) para incentivar la asistencia a su sala de la población castreña cuando se estrenara la película en la localidad. Quiero recordar que un antiguo empleado del posterior Gran Cinema, Rafael Caravaca Pinillos, asiduo colaborador de la Revista de Feria, con rememoraciones sobre el cine y el teatro en las que trascribe sus vivencias y colecciones, se ocupó de su estreno en Castro del Río, acompañado de fabulosos llenos.
   Los tiempos han cambiado, hoy el cine, antiguo negocio y lugar de encuentro, a raíz de la proliferación de nuevas tecnologías, se ha trasladado a los cómodos y confortables salones particulares. Ya no hace falta siquiera hacer colección de películas pues están disponibles permanente para su descarga en la red. Quienes puedan mostrarse interesados por el visionado completo de Soledad pueden encontrarla en ella.



   Ya para terminar, haciendo uso, una vez más, de mi legítima propensión, desearía que las nuevas y futuras generaciones de castreños/as cuando vean esta película, puedan seguir reconociendo en ella esas calles y plazas del Barrio de la Villa, de las que deben sentirse orgullosos. Para ello es imprescindible una especial sensibilización entre la población y entre los dirigentes políticos, que son quienes a la postre deben preservarlo evitando perniciosas e irreparables actuaciones urbanísticas.
    Soy consciente de problemáticas derivadas de la proliferación de vehículos automóviles, pero desde mi particular punto de vista, el antiguo solar del Circulo de Artesanos, con cuyo derribo ganó en belleza el entorno, al quedar al descubierto el Castillo, no se merece su actual uso como guarda coches. Existen soluciones. Una terraza soleada y ajardinada (con hostelería) que hiciera las veces de centro de acogida y recepción de visitantes, compatible con el uso y disfrute del espacio por parte de la ciudadanía en general, se me ocurre como una solución viable y económica.
   A las burras del siglo XXI habría que buscarle establos, fuera del perímetro amurallado. Un nuevo parking subterráneo en el Llano de la Fuente podría ayudar a solucionar el problema. Eso si, al encargado del proyecto se le debe exigir armonía con el conjunto, de la que carece el recientemente inaugurado parking de la Plaza de San Fernando.

 Antiguo aparcamiento ubicado en el Llano de la Fuente, justo
donde arranca la Cuesta de los Mesones.


   Un antiguo morador del Barrio de la Villa.

18 marzo 2011

Un hijo ilustre de Porcuna: "El galgo Pacheco" (1921-1933)

Diana Cazadora 1924

   Este galgo velazqueño, de prestancia triste y señora, especie de prolongación de la figura de su amo, el genial pintor cordobés Julio Romero de Torres, había nacido en Porcuna (Jaén) en fecha cercana al año de 1921.
  Aun no perteneciendo al todopoderoso género humano, su condición de leal y fiel compañero del artista y su plasticidad inmortalizada en algunos de los más bellos cuadros del pintor, son avales suficientes como para reservarle su sitio dentro de la historia local. 




   En el año de 1903, terminada la obra de fábrica del nuevo Templo Parroquial de Porcuna (Jaén), el contratista  propone para su decoración al joven y prometedor pintor cordobés Julio Romero de Torres. El trabajo a realizar, una pintura mural con el tema de la Asunción de María en la bóveda del horno del presbiterio. Una vez aceptadas las condiciones, tras la presentación de los bocetos previos, se pone manos a la obra. La admiración que despertó la ejecución de su trabajo, propició que le fueran encargadas también sendas pinturas murales en las capillas del crucero con la temática de la Santa Cena y la Sagrada Familia.
   En periodos discontinuos, comprendidos entre los años 1903 y 1905 durante los cuales se desarrollaron los trabajos, el pintor se hospedará en la casa del industrial y propietario don José Julián Gallo García de Linares, con el que trabará una especial relación de amistad que se prolongará con el tiempo. Ya durante este periodo, quizá como muestra de agradecimiento, pintó a su primogénito José con tan solo 4 años de edad. En 1918 en su estudio cordobés pintaría sendos retratos de sus hijas Pilar y Carlota.
   José Julián Gallo, perteneciente a una familia porcunense de rancia tradición militar, no pudo seguir la carrera de las armas (si sus tres hijos varones), y por aquellos años, además de dueño de considerables extensiones de fincas rústicas y de un molino aceitero, era el concesionario, explotador y suministrador de aguas potables de la ciudad de Porcuna. Este negocio emergente, con el eficaz concurso de su hermano José, comandante de artillería y encargado de los trabajos técnicos, se extendería con el tiempo a poblaciones cordobesas como Bujalance, Castro del Río o Espejo.
   Ideológicamente se le adscribe al liberalismo, por su amistad con Luis Aguilera y Coca, varias veces alcalde y jefe del Partido Liberal, y con su sucesor el farmacéutico Emilio Sebastián González. Aunque no se le conoce participación activa en la vida política local.
   Gran aficionado a la caza de liebres con galgos, pasión compartida con otros señores de Porcuna aglutinados en torno al famoso coto de El Lebrel, ubicado en terrenos del cortijo de Casasola, propiedad de don Pedro Funes Pineda, y del que Emilio Sebastián era gerente y secretario. 

Coto El Lebrel hacía 1919
Emilio Sebastián (tercero por la izquierda)

   En alguna ocasión, acudiría con sus perros a Jerez de la Frontera, a la famosa y aristocrática Copa la Ina, que por aquellos tiempos ya tenia ciertos visos de campeonato de España de la modalidad.
   Asiduo también de las cacerías organizadas en el coto El Matacán de Praena (Córdoba), cortijo propiedad del político conservador y acreditado ganadero de reses bravas Don Florentino Sotomayor, suegro de su sobrino Pedro Criado Gallo.

José Julián Gallo (1922)



    En el año 1906, cuando todavía no se había inaugurado el templo parroquial, el joven y prometedor pintor Julio Romero de Torres concurre por primera vez a la Exposición Nacional de Bellas Artes. Su cuadro “Vividoras del amores rechazado por inmoral por el jurado. El escándalo terminaría repercutiendo en su favor, ya que el Salón de los Rechazados sería más visitado que las propias salas que albergaban los premios de la Nacional.

   En la del año 1908 obtiene por fin justo reconocimiento. Su cuadro “La musa gitana” resulta premiado con una primera medalla. Sus amigos de casino y cacerías de Porcuna, llenos de entusiasmo y orgullo, no tardan en trasmitirles sus felicitaciones.


    En la correspondencia privada del pintor cordobés, recientemente colgada en la red por el Archivo Histórico Municipal de Córdoba, aparecen tres cartas remitidas desde Porcuna. Las enviadas a título personal por el ingeniero José Gallo García de Linares y Francisco Aguilera y Aguilera, y otra de grupo en la que aparece estampada la firma de aquellas élites locales que cultivaron su amistad durante el periodo de ejecución de su obra pictórica para la nueva iglesia parroquial.






  En la primavera del año 1922, el ya consagrado pintor Julio Romero de Torres recala una vez más en Porcuna. Su visita responde a su deseo de trasmitir personalmente sus condolencias a la familia de José Julián Gallo, por la reciente y dolorosa pérdida de uno de sus miembros, el joven alférez de infantería José Gallo Martínez, fallecido meses atrás en la campaña de África. Aquel, que ya pintara de niño durante su primera estancia en Porcuna, lo volvió a inmortalizar en un nuevo retrato sacado de una fotografía. 

  Las informaciones, sobre la producción pictórica de Romero de Torres relacionada con la familia Gallo, proceden en su mayoría de los testimonios orales de Carlota Gallo (hija de José Julián) recogidos por Manuel Bueno Carpio en su libro "La Parroquia de Porcuna y los murales de Julio Romero de Torres", del que me estoy valiendo mayormente para esta introducción. El retrato del Alférez Gallo, según Manuel Heredia Espinosa, cuando elabora su Historia de Porcuna, se hallaba en manos de su hermano Sebastián Gallo en Madrid.

  Probablemente fuera durante esta visita, marcada por el luto, en la que el pintor  entregara a José Julián Gallo el retrato realizado en homenaje a su hijo, y, afectada ya su vida y obra pictórica de cierto simbolismo y sentido trágico, recibiera o arrebatara de su perrera un galgo joven de intenso y brillante color negro, que terminaría convirtiéndose en su leal compañero, amen de modelo en algunos de sus cuadros.

   El pintor aprovecha su estancia en Porcuna, para mostrar su malestar y recabar información, tanto de la autoridad civil como eclesiástica, sobre el atentado que se había cometido contra sus pinturas murales de la Santa Cena y la Sagrada Familia. Estas habían sido tapadas en 1917, por expreso deseo del señor cura párroco, con unos retablos de madera de escasa calidad para así zanjar definitivamente cierta disparidad de opiniones surgida entre el vecindario:

   “Una vez abierto el templo al culto en 1910, los murales de las capillas absidales dieron lugar a opiniones encontradas entre liberales y conservadores, según cuentan los ancianos. Los primeros se sentían orgullosos de tener en su pueblo pinturas de una artista que empezaba a ser famoso. Los segundos decían que los pechos de la Virgen, en la pintura de la Sagrada Familia, eran muy prominentes y que la modelo que posó para el pintor no gozaba de buena reputación en el pueblo. La cara de Jesús en la Santa Cena tampoco les inspiraba religiosidad, haciéndose las comparaciones mas odiosas”.

   Detrás de estas actitudes pueblerinas, debía de estar ya esa temprana fama, en torno a sus disipadas costumbres. Pese a que el pintor se mostró dispuesto a realizar nuevos bocetos de la Virgen y a restaurar los daños causados al instalar los retablos, todo siguió conforme estaba.

 Sagrada Familia


   Quienes puedan mostrarse interesados sobre los avatares históricos de la pintura de temática religiosa realizada por Julio Romero de Torres para el Templo Parroquial de Porcuna, les remito al nuevo libro “Julio Romero en Porcuna” de Manuel  Bueno Carpio y Juan Miguel Bueno Montilla, editado en el año 2017, con nuevos aportes, descubrimientos y una excepcional fotografía.
  Aquel galgo negro, traído desde Porcuna, una vez en Madrid, sería bautizado con el nombre de Pacheco, en memoria de aquel bandido valiente y leal, asesinado en Córdoba durante La Gloriosa, cuyo retrato amarillento, por la huella melancólica de los años, y su trabuco conservaba el pintor en su abigarrado estudio madrileño.


   La datación de su probable fecha de nacimiento responde a un elemental criterio fundamentado en la esperanza de vida de esta raza canina, que oscila entre los 12 y 14 años. Habida cuenta de que Pacheco dejo de existir en la primavera del año 1933, es por lo que sitúo su nacimiento en torno al año 1920-21.
    Desde entonces estará unido entrañablemente a la vida y al ambiente del pintor. Su presencia no pasará desapercibida para cuantos tuvieron la posibilidad de acercarse hasta su estudio y reparar en su mirada inteligente y triste.  Este galgo fino, silencioso y señorial acostumbraba a dormir la siesta, repantigado en un diván o junto a un brasero dorado, mientras el maestro se entregaba a su arte. Pacheco, hierático y majestuoso contemplaba silenciosamente el basto desfile de periodistas, actrices, toreros y modelos de los que el pintor solía rodearse. Pacheco, era en la vida y decoración del estudio uno de los motivos principales. Sus ojos se alzaban reconocidamente a su amo al sentir sobre el lomo la caricia de la mano inconfundible.
   También fuera del estudio, Pacheco terminaría haciéndose popular en Madrid como su inseparable compañero:

“Los dos iban juntos por entre la noche de Madrid a la caza de silencios maduros, de estrellas finas y de lunas nuevas”.



   La cita pertenece a una semblanza poética que le dedica el poeta y amigo del pintor, Alfonso Camin, tras la postrera muerte de Pacheco en las páginas de la revista gráfica Estampa:

   “Un día entrevistamos a Romero de Torres en su estudio madrileño. Y en ninguno de los movimientos, ni de las palabras, faltó la curva de gracia del fino galgo de seda. A nuestras preguntas, paseaba él la admiración de sus ojos -ternura y gravedad- por nuestros semblantes. Aquellos ojos de Pacheco, fraternos y limpios, como dos avellanas doradas sobre la proa de su hocico, buen azuzador de auroras y adorno de aquella frente de heráldica pensativa. Pacheco era una larga ese mayúscula. Una ese de salves y de “salud, hermano”. Por su figura correcta y preocupación armoniosa, podría llevar dentro de si, sin temor a desdoro, el alma de otro pintor con gran semejanza con el galgo de Romero de Torres. Ese pintor era Van-Dick que, acaso, como Pacheco, llevaba en la jaula del pecho, todo en neblinas, prisionera, una alondra que se ahogaba de sol. Pacheco y Van-Dick hubieran sido también buenos amigos. Porque pacheco tenía un alma profunda como una noche fresca y silenciosa. Odiaba la pandereta y no gustaba de las guitarras si al sonar no lloraban de veras. Sacudía las orejas en señal de protesta si escuchaba un cuplé en los tablaos y oía con religioso silencio todas las coplas flamencas, con una gran comprensión humana que no se ha visto jamás entre las gentes del colmado. Tenia, en esencia, el mismo gusto estilizado y andaluz de su amo”.

Cante Jondo

   En 1924 Julio Romero pintaba en Madrid su cuadro Cante Jondo, composición en la que se abrazan el amor y la muerte. Pacheco, ese perro largo, delgado y negro azabache, ocupa un lugar principal en la parte superior del lienzo, lanzando un lúgubre y supersticioso aullido de misterio, junto a una mujer desnuda, erguida e impasible, que simboliza la fuerza inexorable y ciega de la fatalidad.
   También datado en ese mismo año, es el lienzo Diana Cazadora, donde Pacheco comparte protagonismo con la actriz Marichu Begoña (Mimi). Tema rescatado de la mitología clásica, en el que la figura femenina descalza y semidesnuda sujeta al galgo, con un tenebroso fondo teatral en el que aparecen unos lebreros que completan la escenografía (ver cabecera).
   Un tercera obra en la que aparece Pacheco, también de 1924 es la titulada "La Buenaventura" (en total son tres los cuadros del pintor que se titulan igual). No se conoce su paradero. La única noticia que disponemos sobre ella es la que proporciona un reportaje firmado por José Montero Alonso publicado en el diario "La Libertad" (27 de febrero de 1924), que incluye una fotografía de Alfonso en la que reportero y el pintor posan ante el lienzo.


    Por la mala calidad de imagen apenas si se aprecian el galgo y la modelo femenina. Los fondos del recientemente inaugurado Archivo Digital Julio Romero albergan una fotografía de Pacheco con la canzonetista Sarita Secades. Bien pudiera ser esta imagen el negativo que utilizara el autor en su día para confeccionar ese lienzo inacabado o extraviado:


   Ambos cuadros, de los que el pintor nunca quiso desprenderse, pasaron tras su muerte, acaecida en mayo de 1930, a engrosar los fondos del Museo creado en Córdoba en la casa donde naciera, solemnemente inaugurado por don Niceto Alcalá Zamora, a la sazón Presidente de la  II Republica Española, en noviembre de 1931.

   Otras fotografías en las que aparece Pacheco:

Valle-Inclán, la actriz María Banquer, Julio y Pacheco (Madrid en 1926)







   Durante el velatorio de Julio Romero, Pacheco se pasó toda la noche aullando lastimeramente al lado del cadáver del que fue su amo. Parecía con ello querer rendirle un último tributo de fidelidad.
   Su entierro en Córdoba fue toda una multitudinaria manifestación de duelo. Mujeres y hombres de todas las clases sociales, confundidos en las calles, unidos por un solo sentimiento, demostraron su afecto por el insigne pintor cordobés.
   Inmediatamente la asociación de la prensa de la ciudad de Córdoba  lanzó la idea de erigir un monumento a Romero de Torres.



 
    A la suscripción abierta para tal fin no tardarían en llegar aportaciones desde Porcuna.
    La prensa cordobesa recoge una larga lista de porcunenses que contribuyen en la medida de sus posibilidades con su donativo. Encabezaba ésta con 75 pesetas el Ilustre Ayuntamiento y otras tantas de su amigo José Julián Gallo, seguidas de las 6,50 con las que colaboraron cada uno de sus cuatro hijos Miguel, Sebastián, Pilar y Carlota, hasta un total de 3210,65 pesetas recaudadas en la localidad.

Defensor de Córdoba 30 de octubre de 1930


   El proyecto, encargado al escultor almeriense Juan Cristóbal, íntimo amigo del pintor fallecido, no se materializaría definitivamente hasta la tardía fecha de 1940 en que fuera inaugurado, enclavado en la parte sur de los Jardines de Agricultura. El galgo Pacheco ocupa un lugar principal en la escultura junto a su dueño.


 


   Los asiduos de la Casa del Pueblo de Córdoba, a quienes el pintor regalara uno de sus cuadros poco antes de morir, por razones obvias, no pudieron asistir a su inauguración. Tampoco José Julián Gallo ni  sus hijos, que contribuyeran con sus generosos donativos a su erección, pudieron hacerse presentes. José Julián había fallecido en Figueras en 1938, su hijo Miguel Gallo Martínez, teniente coronel del ejército de la República, fusilado en Alicante en 1939, y Sebastián Gallo Martínez, alférez de navío (habilitado como capitán de corbeta) con mando sobre submarinos de las clases B y C de la armada republicana, represaliado por el nuevo régimen.

   Fueron exactamente tres los años que Pacheco sobrevivió a la muerte de su amo. Cuando fallece Julio, Pacheco y la fiel Mariquilla, que durante muchos años asistió al pintor en Madrid, dos figuras que se habían hecho populares junto al pintor, emigraran a Córdoba, para acogerse al amparo de la familia de Romero de Torres. Allí, entre los aromas perfumados del patio del Museo, iría poco a poco apagándose su vida:
   “Este pobre Pacheco, ha muerto ahora. Y ha muerto en Mayo y en Córdoba. La voz de la lógica y de la razón dirá que murió de enfermedad, de vejez. Pero lo cierto es que murió de pena”.



 
 
   Su muerte sirvió de pretexto a la prensa para volver a ocuparse de la figura de su amo y de la especial relación de éste con su perro. A la ya citada rememoración poética de Alfonso Comín en las páginas de Estampa, se suma el redactor del diario madrileño La Libertad, Antonio Dubois, a quien pertenece el entrecomillado anterior y el siguiente párrafo:

Después de la muerte del artista

Estudio madrileño del pintor antes de ser desmantelado

   “Cuando murió Romero de Torres no hubo modo de alejar a Pacheco de la capilla ardiente. Ésta fue instalada en una sala del museo. El ataúd, sobre una mesa antigua revestida de damasco. Al pie de esta mesa, la silla de tijera en que el pintor se sentaba, la paleta y los pinceles. Un cuadro al fondo: “El Calvario”. Otros por las paredes. Cirios y flores. Y “Pacheco” allí inmóvil, mas hierático que nunca, abrumado por la tristeza, cerca de aquel cuerpo que ya no se inclinaría sobre él con un propósito de caricia. En tres días no quiso comer Pacheco, ni quiso marcharse de aquella estancia.
   Cuando el hijo del pintor vino a Madrid para levantar el estudio y trasladar muebles y cuadros a Córdoba, trajo consigo a Pacheco. Eran los últimos días del estudio que había sido marco a tantas horas de labor, de alegría y de entusiasmo. Desfilaba mucha gente para ver por última vez la estancia, que era como un relicario de sonrisas flamencas. Y Pacheco estaba allí, como tantas otras veces; pero ahora en una actitud y con un espíritu nuevos, dominado por la tristeza de no ver  al amigo de toda su vida.
   Un día estaba en el estudio, con otras personas, el gran recitador José González Marín. Sabía unos versos dedicados al pintor en la hora de su muerte. Alguien propuso que los recitara. La gente hizo corro en torno al actor y éste se dispuso a comenzar.
   Cerca, sobre un diván, como casi siempre, estaba Pacheco, indiferente, deprimido. Al ver que la gente se arracimaba alrededor de González Marín, el perro abandonó su sitio, se abrió paso entre los oyentes y se colocó en primer término ante el actor. Así estuvo quieto, atento, hasta que el recitador acabó la poesía en recuerdo de Romero de Torres. Entonces el perro volvió al diván y se tendió otra vez, en su misma actitud indiferente y apesadumbrada de antes…”.


    En el año 2003, en el marco de la magna exposición en honor del pintor cordobés Julio Romero de Torres, “el galgo Pacheco”, su fiel e inseparable compañero, volvería a ser inmortalizado por un artista plástico en una colosal estructura metálica. Saltó a las páginas de prensa el caprichoso e irracional atentado nocturno que sufrió. Parte de daños: cuartos traseros, rabo, los genitales partidos en varios puntos y alguna pintura levantada.

    Cosas del arte, que como cualquier otra manifestación humana, no se libra de la lógica discrepancia entre defensores y detractores. Ya pasó en Porcuna durante la segunda década del siglo XX cuando la presión mojigata consiguió que el párroco accediera a tapar los frescos de los ábsides laterales (presunta similitud del rostro de la virgen del mural de la Sagrada Familia con una paisana de costumbres relajadas que le sirvió de modelo y rostro poco respetuoso del Jesucristo del mural de la Santa Cena). 














10 marzo 2011

"Teatralerías castreñas de principios del siglo XX" II




   La temporada estival de teatro en Castro del Río durante el año de 1902, estuvo marcada por una fuerte competencia entre las dos empresas locales, con la consiguiente proliferación en el número de espectáculos programados (ver Teatralerías I).
  
   La de 1903 se caracterizará, por todo lo contrario, su escasez.
 
   El empresario del teatro del Castillo, tras hacer balance económico, reconsideraría su actitud, convirtiendo su local de verano en un rentable coso taurino, en el que se programan y  celebran numerosos espectáculos durante aquel verano.



   José Blanco y Arcas (Vista Hermosa), tras el desprestigio ganado u ocasionado entre los aristocráticos aficionados y abonados al teatro, opta por el arrendamiento. Sería un profesional de la escena, el barítono Leopoldo Suárez, el responsable de su explotación directa a través de una compañía cómico-lírica que él mismo dirige.
   Como de alguna manera la garantía de cobro del alquiler estaría condicionada a la acogida que se le tributara a la nueva empresa, el señor Blanco y Arcas recurre a una pluma amiga con el propósito de limpiar su deteriorada imagen ante su potencial clientela del año en curso. Se trata de S. Rodríguez Navajas, corresponsal del independiente Diario de Córdoba que le dedica unas elogiosas letras a su instalación:

   “En el año último tuvo la idea el señor Blanco de construir un teatro de verano, no omitiendo para llevar a cabo su empresa gastos de ningún género, y al efecto adquirió un local hermoso que reúne las mejores condiciones para la estación estival en la que nos encontramos. Su situación topográfica permite que se disfrute en él de una temperatura primaveral, además de unas vistas encantadoras en las que se descubre la hermosa vega del Guadajoz en una extensión de más de dos leguas.
    El señor Blanco, como hombre de grandes iniciativas, es digno de aplauso y de que este culto vecindario siga como hasta hoy, brindándole protección y apoyo, ya que él espontáneamente tantos sacrificios se ha impuesto en beneficio de sus convecinos”.

Desaparecida noria en la ribera del Guadajoz


   El capotazo periodístico debió surgir durante alguna de las habituales visitas del cronista a la repostería y refrescante terraza de verano del Vista Hermosa:

   ¿Han pasado ustedes, queridos lectores, alguna noche de la presente estación, con mosquitos en la alcoba?
   ¿Qué no?
   Pues si no la han pasado no saben lo que es bueno.
   Anoche creí que perdía la razón. Me acosté y comenzó la función con un solo de cornetín que me impidió cerrar los ojos.
   Después de aquel solo que parecía interminable, y como toque de llamada, acudieron más de quinientos mosquitos los cuales me acribillaron con sus terribles picotazos.
Intenté taparme la cabeza con la sábana, pero ¡na!
   Nunca lo hubiera hecho pues varios músicos se quedaron dentro y no me dejaron tranquilo ni un segundo.
   Total que a eso de las dos de la madrugada tuve que levantarme de la cama y dándome bofetones en todas partes, me vestí como pude y me lancé a la calle, renegando del verano y de los mosquitos.
   Y eso que las pulgas brillaron por su ausencia.
   Una vez en ella (la calle) páreme un tanto, con el objeto de calcular donde daría con mi humanidad a aquellas horas, y acordándome del teatro Vista Hermosa, a él me dirigí con mesurado paso, por ser el sitio más a propósito en ésta para tomar el fresco, y al mismo tiempo adquirir algunas noticias de la localidad dignas de mencionarse en el diario.
   Con efecto: allí me enteré por el dueño de dicho teatro, don José Blanco, al mismo tiempo que nos fumábamos un cigarrillo, que hoy ha llegado a ésta la compañía que dirigen el reputado barítono don Leopoldo Suárez y el no menos popular maestro don Francisco Lozano, la cual debutará el sábado próximo con las notables zarzuelas “El puñao de rosas” y “Los granujas” ambas estreno en esta localidad”.

   La antigua animadversión del cronista de El Defensor de Córdoba, José María Jiménez Carrillo, desaparece como por arte de magia, mostrándose bastante más benevolente:

Defensor de Córdoba 17 de julio de 1903


Defensor de Córdoba 29 de julio de 1903

   El señor Rodríguez Navajas, recién estrenado en las tareas de corresponsal también se ocuparía del debut:

Diario de Córdoba 20 de julio de 1903



   El cambio de actitud de Jiménez Carrillo lo presuponemos relacionado con el anuncio del estreno de la zarzuela “Bohemia Estudiantil”, de cuyo libreto es autor su primo hermano don José Jiménez Rodríguez, musicada por el joven y autodidacta compositor también local don Francisco Algaba Luque:
   “De estrenarse, no había que dudar de que obtendría grandes aplausos, puesto que se conocen las buenas cualidades, tanto del escritor como del músico, y francamente sería una lastima que se desaprovechara la ocasión ahora que tenemos una compañía tan excelente como la que dirige el señor Suárez”.

   Entre el coro, compuesto por 18 coristas de ambos sexos, sobresalía ya una jovencita de apenas 14 años, Cándida Suárez,  hija mayor del barítono y novel empresario Leopoldo Suárez, de cuya educación musical se habían ocupado concienzudamente sus padres desde pequeña, y que por necesidades del oficio realizaba su rodaje aquella temporada junto a su progenitor.
   En un par de años más terminaría consagrándose como una excelente tiple del género chico y de la opereta vienesa muy en boga durante la época. 


   
   Estuvo a punto de abandonar tempranamente su carrera para casarse con el torero Rafael Gómez Gallito, para posteriormente hacerlo con un acaudalado hombre de negocios que la retiró de la escena cuando se encontraba en su pleno apogeo, para, tras enviudar, volver con renovadas fuerzas.




   En una entrevista que concede a la revista gráfica Nuevo Mundo en 1923, a su regreso a los escenarios, al hacer balance de su trayectoria artística, nos informa sobre el desenlace final de aquella iniciativa empresarial de su padre en Castro del Rió durante aquel verano de 1903:

   “Siendo aún una niña, mi padre, con mil pesetas que tenía ahorradas, se hizo empresario en Castro del Río, y me llevó a mi de corista. Le dio al público por no ir al teatro, y fracasó la Empresa. Mi padre y yo tuvimos que salir de noche y a pie por la carretera huyendo de acreedores…Recuerdo que yo llevaba una bata larga de mi madre, y la cola no me dejaba andar por el camino enfangado. Al amanecer nos sentamos bajo un árbol, y mi padre me dijo: “Aquí Candidita esperaremos a la diligencia. Si en ella, como supongo, viene a por mí la guardia civil, tú te vas sola a Madrid. Toma estos cuarenta duros que he podido reservar, y arreglaos con ellos en casa hasta que yo vuelva…” Afortunadamente no vino la guardia civil, termina la artista riendo encantadoramente…



  Detrás de esta escasa respuesta del público castreño debería estar, sin duda, la Sociedad Obrera Luz del Porvenir, cuyos asociados a principios de verano sostuvieron una tenaz y prolongada huelga agrícola en demanda de mejoras salariales y condiciones de trabajo. La falta de jornales en los días previos al inicio de las representaciones pudo influir en el retraimiento en taquilla de las clases populares, aunque me inclino a pensar que éste obedecería mayormente a la proliferación de una nueva moral proletaria que rechaza abiertamente el teatro cómico-lírico por sus connotaciones burguesas. Mi tesis la sostiene el hecho de que ya en la temporada siguiente sería el género cómico-dramático el que prevalezca con importantes éxitos en taquilla de dramas de carácter social como Electra, Juan José o La Aurora, así como las apreciaciones que el notario e historiador Juan Díaz del Moral recoge en su Historia de las agitaciones campesinas andaluzas al referirse al carismático líder de esta sociedad obrera castreña de principios de siglo:

   "... ejercía sobre las muchedumbres obreras la misma sugestión que los grandes conquistadores sobre sus soldados. El empresario de teatro que tenía la fortuna de conquistar el favor de Justo Heller conseguía espléndidas ganancias. Cuando Justo recomendaba una función quedaba rápidamente agotado el papel de la taquilla"

  A los pocos días de la precipitada huida nocturna de Leopoldo Suárez con su hija, y mientras que el señor Blanca se hallaba de viaje en busca de una nueva compañía que le sustituyera, el teatro Vista Hermosa desaparecía pasto de las llamas de un devastador incendio:




  A pesar de que el cronista de El Defensor de Córdoba atribuye dicho incendio a la casualidad, el posible desamparo en que quedaran los integrantes de la compañía tras la huida nocturna de su director y la consiguiente reclamación de haberes que recaerían sobre el señor Blanco, nos induce a pensar, de que serían las compañías de seguros las encargadas de aportar la suficiente liquidez para subsanar la deuda o en un simple acto de represalia ante la ausencia de respuesta.
  Lo cierto es que las familias distinguidas de la localidad, por dicho avatar, se vieron privadas del estreno de aquella zarzuela de autores locales que tanta expectación había levantado.
  En temporadas siguientes, y hasta la definitiva construcción en 1916 del moderno Salón-Teatro Cervantes se recurriría a nuevos emplazamientos para la temporada de verano, tales como El Truco o el denominado Teatro El Dante, posiblemente ubicado en el antiguo Vista Hermosa, regentado ya por un nuevo empresario.
  De momento, aparco el mundo teatral para retomarlo en futuras entradas, no sin antes ocuparme y dedicarle una entrada al excelso poeta y corresponsal de El Defensor en la villa de Castro del Río, José María Jiménez Carrillo. Es más, si encontrara los apoyos suficientes, estaría dispuesto a publicar un pequeño libro, impreso en papel, bajo el título de: “Castro del Río durante la primera década del siglo XX, a través de las crónicas de José María Jiménez”, en el que lógicamente incluiría una selección de su obra poética.
  Mucho me temo de que “no son tiempos para la lírica”.