Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

09 mayo 2013

RIÑAS DE GALLOS EN CASTRO DEL RIO



      En el corazón del histórico “Barrio de la Villa” de Castro del Río se conserva inmaculado un antiguo reñidero de gallos catalogado entre  los más antiguos de España. No conocemos  la fecha exacta de su construcción. Se baraja una aproximada de finales de XVIII o principios del XIX. Por tratarse de una actividad circunscrita a un círculo cerrado de criadores y aficionados, apenas si nos han llegado documentos con los que certificar su arraigo.
       En los libros de matrícula industrial del último tercio del siglo XIX  ya lo encontramos catalogado como “circo de gallos”. Supongo que la fiscalidad le sería aplicada en función  de las necesidades de las arcas municipales, lo que explicaría su alta intermitente,circunscrita siempre  a la duración de la temporada.  A partir de 1888, con el mismo domicilio fiscal de calle Rincón nº 15, figura la fábrica de chocolate a nombre de  la familia Rodríguez Gallardo (Antonio y Modesto), propietarios o arrendatarios del inmueble del reñidero y de las instalaciones chocolateras.


Dos vistas de la calle Rincón


    En el reñidero tuvo su sede durante los primeros años del siglo XX el Casino o Centro Republicano, hasta 1907 en que se traslada al Llano de San Rafael.


     José Rodríguez Rodríguez  (Phostumio), del periodo que llevó la corresponsalía local del diario la Voz de Córdoba (1923-1926), nos ha dejado algunas crónicas de las peleas organizadas en el reñidero de Castro en el que se daban cita galleras y aficionados procedentes de poblaciones de la comarca como Baena, Bujalance, Espejo, Montilla, Cabra o Fernán Núñez, entre los que se cruzaban importantes apuestas.  A destacar el renombrado prestigio de la gallera “Navajas-Criado”, que solía llevar sus pollos y jacas a citas de más envergadura como las que tenían lugar en Córdoba durante la Feria de Mayo a las que concurrían las mejores galleras de Andalucía. También en ellas afloran los apellidos o motes de los numerosos castreños, criadores a pequeña escala, que solían participar de la particular idiosincrasia del aficionado a las riñas: Villegas, Merino, Torronteras, Recio, Faroles, El Chinche, Rodríguez, Tamajón, Tienda, Algaba, Diego Millán, Quintero, Carpio, “el popular Carrasquilla” o el banderillero Manuel García "Esparterito", entre otros.

200 del ala que se le esfumaron a Esparterito
      La crianza de gallo de pelea guarda cierta similitud con la del toro de lidia, pues se lleva un riguroso control de la ascendencia y se mide su combatividad a través de tientas. De ahí que entre los ganaderos y toreros se hallase también muy extendida.


      Entre los aficionados y criadores de gallos más distinguidos de la localidad en el último tercio del siglo XIX, encontramos al médico Mariano Fuentes del Río, padre del abogado y político conservador Juan Fuentes López de Tejada (alcalde durante la Dictadura de Primo de Rivera).
       En el Diario de Córdoba de 9 de febrero de 1889 se publicaba el siguiente anuncio:

      “Riñas de Gallos.- Según carta que tenemos a la vista,  mañana tendrán efecto en Cádiz grandes riñas en competencia y en la que se cruzaran importantes apuestas con los gallos que presentará don Mariano Fuentes, de Castro del Río, oriundos de los mejores de Canarias. A estas riñas acudirán muchos aficionados de Andalucía”.

     Juan Marín Fernández , un notario con inquietudes literarias, titular de la plaza de Castro del Río entre los años 1880-1888, que debió cultivar la amistad y el trato del referido médico gallero y de su hermano Víctor (registrador de la propiedad), nos ha trasmitido un documento de categoría excepcional.  Se trata de una pormenorizada narración sobre el ritual que origina una riña, haciendo especial hincapié en la particular idiosincrasia del gallero castreño. Con un especial gracejo va narrando las sucesivas etapas de una jornada de gallos. La hipérbole  y la ironía, tal vez para no molestar a sus anfitriones, las utiliza con maestría para pasar de puntillas sobre el espinoso asunto de la moralidad de los participantes en un juego-espectáculo en el que evidentemente aflora la brutalidad del ser humano. Después de leerlo varias veces creo que sabe esconder de manera sibilina su condición de detractor.


     Fue  publicada en el diario político y literario La Mañana, en una fecha que se corresponde con su primer año de estancia en Castro (1881). El nombre de Castro del Río sólo aparece al final, acompañando a la firma del articulista, aunque resulta evidente que los particularismos narrados  son los propios de los galleros de aquella  villa del Guadajoz de las décadas finales del XIX. Presuponemos que le causaría impresión su primer contacto con este tipo de espectáculos y de ahí la necesidad de comunicarlo. 



                                            Las Riñas de Gallos


      El verdadero gallero ha de ser trashumante como los carneros merinos, pacienzudo como los pescadores de caña, testarudo como aragonés y buen amigo de tirarle de la oreja a Jorge. Ha de ser trashumante, más que por su propia personalidad, por el gallo que la complementa. Pacienzudo y sencillo de corazón, para que de esta suerte sobrelleve resignado las adversidades de la suerte. Testarudo, pues en esto radica, estriba y tiene su fundamento esta utilísima afición. Por último, ha de ser amigo de tirarle de la oreja a Jorge, porque así se estrechan los lazos de compañerismo y afecto entre los aficionados, y sobre todo, es un hábil medio de propaganda ciertamente más viable, mañero, eficaz e insinuante que ese otro al que apelan algunos necios que imaginan apoderarse de los corazones y de los entendimientos, escribiendo artículos tan largos como la paciencia de mis lectores, y  pronunciando discursos y mas discursos, que hacen en los oídos el mismo efecto que el ruido de la lluvia.
      Ya presumirá el lector benévolo que es faena superior a nuestro empeño la de relatar imperfecta y por de contado pálidamente los goces (volvamos a repetirlo) inefables que experimentan los galleros antes de la riña, durante la riña y después de la riña. Para relatarlos necesitaríase la imaginación de Mahoma, la vehemencia de Mirbeau y la frase poética de Castelar. Mi tosca y grosera pluma va a desgranar las riñas consabidas, atreviéndose a pintarlas. ¡Oh, divino Murillo, préstame por un momento tus pinceles! ¡Dante terrible, concédeme por un instante (que el asunto lo merece) aquella pluma sublime con que describiste el paraíso! Y, sobre todo, apasionados lectores, suplid con  vuestra imaginación las sombras y los vacíos de mi descarnada, seca y árida narración.
      La  víspera de la riña,  esto es, lo que podríamos llamar su génesis o periodo de incubación, más es para soñada que para descrita. Tienen esos días de fiebre parecido extraordinario con las crisis políticas: conferencias, cabildeos,  juntas, reuniones y proyectos embrionarios, que se disipan y se disfuman durante las calenturas del combate. El gallero tiene que desplegar una actividad vertiginosa, ora visitando las huestes enemigas, ora cuidando con paternal y solícito esmero las propias.  Debe ser arrogante sin jactancia y modesto sin bajeza con los  dueños de los gallos enemigos, teniendo muy presente que ha de cuidar de beber mucho  vino como  de hablar a lo verdaderamente andaluz, que consiste en tener incesantemente una disentería de interjecciones y de votos, usando a troche-moche palabras que, no por haber dejado de adquirir carta de naturaleza en nuestro diccionario de la lengua, pierden por eso energía y oportunidad. Tachan algunos malévolos de poco verídicos, pero otro tanto se dice de los cazadores, y. como es sabido, tan inexacto es esto como que los sastres no cumplen sus palabras. Y si fuéramos a creer lo que la fama pública pregona, llegaríamos a adquirir el convencimiento de que muchos políticos mudan de colores con facilidad mas pasmosa que la de los mismos camaleones y otras afirmaciones a este tenor, tan contrarias a la verdad y tan destituidas de fundamento, como sería la del que tuviese la inconcebible audacia de afirmar que puede haber espectáculo más culto, divertido y exquisito que nuestras riñas de gallos.
       Llegamos al día magno, y al delirium tremens de la felicidad del gallero. Vedle: los ojos fuera de sus órbitas, gritando como un energúmeno, la frente bañada en sudor, temblando cual si tuviese el frio de la terciana, inoculando en su gallo con su incesante palmoteo y su voz estentórea el bélico ardor del que se halla legítimamente poseído. Cuando triunfa, ni el jugador afortunado, ni el que se siente iluminado en el alma por los destellos de la mujer amada, ni el poeta laureado, ni aun el que se encuentra de un tío en Indias, experimenta un goce de tantos quilates como el suyo. Cierto que si la enemiga suerte se pronuncia en contra de nuestro gallero, ni Job en el muladar, ni Prometeo encadenado, ni Luis XVI en el Temple, son tan desdichados como él, pues su infortunio supera a todos los que registran la historia. Pero como si una puerta se cierra otra se abre, y tras una espuerta de cal se allega otra de arena, y en este pícaro mundo no hay más remedio que sufrir la dura e incesante alternativa de placer y dolor, post nubila viene Phebus, y tras de un gallo derrotado, surge, como de las cenizas el Ave Fénix, otro que triunfa en toda la línea.



     Después de la riña se entra en el periodo clínico, donde hay tela cortada para instruirse. Los pormenores interesantísimos que pudiéramos dar para edificación de nuestros lectores, harían interminable este artículo.
      Por la precedente somera relación, creo haber demostrado hasta la saciedad cuanto tiene que gozar en espectáculos tales un hijo del siglo de las luces. Mas como hay enemigos de todo, hasta que las personas se solacen en recoger grillos, no faltan detractores de la diversión por antonomasia, los que llenados de flujo de hablar y de dañada intención, dicen que este espectáculo no es culto ni humanitario; que embrutece, puesto que reduce al hombre a la miserable condición de no pensar, ni sufrir, ni querer cosa distinta de sus gallos, que nos hace frívolos, toda vez que la inteligencia nos la ha dado Dios para pensar en algo más serio, provechoso y fecundo que estas riñas de amor propio; que la autoridad debiera prohibir las riñas de gallos con el mismo derecho que todos los juegos de envite y azar; que es insufrible, enfadosa e irresistible la conversación de los galleros, para quienes no hay acontecimiento ni en el mundo ni en el cielo que pueda interesar tanto como la relación minuciosa y desesperante (así mismo lo dice) de los amateurs, en una palabra, llegan a sostener que la cultura de los tiempos concluirá en plazo breve con esta diversión, convirtiendo los reñideros en escuelas y en otros usos análogos.
     La paciencia falta y la indignación ahoga cuando tales blasfemias se escuchan. Dijeran que va decayendo el gremio de revisteros de gallos, y les daríamos la razón, pues esto es un hecho sensible bajo el punto de vista literario. Y es que se consiguen más aplausos con las revistas de toros; y por esta causa, ni hay periódico exclusivamente consagrado a ilustrar, enseñar y recrear con el movimiento de gallos, curaciones  y otros pormenores  igualmente  interesantes y  vitales, ni se dedican escritores exclusiva y únicamente a críticos de gallos. Bien que, o mucho nos equivocamos o muy poco a de tardar en aparecer en la arena periodística un genio que levante de su postración y abatimiento este género literario.
    Tengamos esperanzas, y alentemos todos los galleros al que con tales intentos se nos presente, que han de llamarse los revisteros de gallos escritores por excelencia, y a caso críticos del porvenir o de porvenir.

JUAN MARÍN FERNANDEZ
(Castro del Río 11 de junio de 1881)


      Hoy por hoy, pese a la prohibición que recae sobre las peleas de gallos, con excepción de las organizadas para la selección de cría, mejora de la raza y su exportación, de vez en cuando saltan a los periódicos noticias sobre como la ley es quebrantada en algunos lugares de Andalucía. Un ejemplo reciente la denominada “Operación Espolón”. No es el caso de Castro del Rio, donde su bicentenario reñidero sigue dando cabida a las tradicionales peleas adaptadas a la legislación vigente,  mientras que un "prohibido apostar" luce en un lugar preferente de sus paredes. Sus famosos gallos siguen siendo objeto de deseo de los aficionados, hasta el extremo de que en más de una ocasión las galleras castreñas han sido asaltadas por los amigos de lo ajeno debido a la alta cotización que alcanzan en los mercados.


     Para terminar y como complemento les recomiendo un video en el que un veterano gallero castreño nos ilustra sobre esta afición histórica y la esencia de "la palabra dada" por la que se regían las apuestas en el pasado ( "dos mil reales al pelao").
     Las fotografías que ilustran la entrada las he tomado prestadas de fotógrafos castreños. Recomiendo la visualización de la espectacular serie de Antonio Morales Villegas publicada en Ojodigital.  Las de la calle Rincón me las ha proporcionado un amigo, andariego profesional y gran aficionado al deporte de la bicicleta. Gracias a los dos.

05 mayo 2013

MAESTRO BENITO ARROYO CASADO (FINAL)



      Durante la década de los veinte del siglo pasado el diario La Voz de Córdoba, por aquello de la proximidad geográfica, tuvo corresponsalía en la ciudad de Porcuna. Con relativa asiduidad eran publicadas pequeñas crónicas sobre diversos  asuntos relacionados con la localidad. Es  precisamente en una de ellas donde accedemos a  la noticia de la existencia final de este músico porcunense del que nos venimos ocupando:

Desde Porcuna. Muerte sentida.

     “En las primeras horas de la noche del día 4 del corriente falleció el conocido profesor de piano, hijo de esta población, don Benito Arroyo Casado. El malogrado profesor e inteligente músico era muy estimado de todos sus paisanos por sus bellas cualidades de carácter, causando su muerte general sentimiento en esta ciudad.
     Acompañamos a su madre y hermanos en el justo pesar que les aflige por tan irreparable pérdida y elevamos al cielo una oración por el eterno descanso del alma del finado”.
(25 de octubre de 1925)

     La curiosidad nos ha permitido desentrañar diferentes etapas de su carrera profesional desarrollada en ciudades como Segovia, Valdepeñas (Ciudad Real) y Madrid, gracias a los fondos hemerográficos digitalizados de libre acceso que nos proporcionan diferentes instituciones.
     En la última entrada anunciábamos su regreso a Andalucía que situábamos en torno al año 1913. Aunque con periodos de residencia temporales en Porcuna, por motivos profesionales y puramente existenciales su vida se verá sometida al sino itinerante propio del mundo artístico.
     Forzosamente tengo que volver a lamentarme de las limitaciones impuestas por la ausencia de prensa provincial jiennense digitalizada, en cuyas páginas debió de quedar suficientemente plasmada su habitual actividad musical en Porcuna y otras poblaciones de la provincia, tanto en su faceta de concertista de música culta, en bailes de sociedad  y en ese mundillo de las variedades al que seguiría ligado como veremos con posterioridad.
      Las primeras noticias tras su regreso de Madrid nos la proporciona el diario El Defensor de Córdoba. Se trata de un concierto íntimo celebrado en el “saloncito de tertulia” del Circulo Liceo de Castro del Río en el mes de enero del año 1914.

Salón de tertulia del centenario Circulo Liceo de Castro del Río

     Entre el programa interpretado por “el notable pianista” aparece una composición propia titulada “Coloquio de amor” (vals boston).

    “En los intermedios lució con exquisita voz y arte sus mejores canciones la popular y simpática cupletista “Flor Española”.



     Esta fórmula de espectáculo mixto, entre lo culto y popular, debió de resultarle provechosa durante algún tiempo para presentarse en casinos, sociedades recreativas y  musicales, que accedieran a la contratación de sus servicios a cambio de un pequeño desembolso. Hasta pudiéramos aventurarnos en especular con la posibilidad de que la citada “Flor Española” fuera su compañera sentimental, a la que pudiera haberse unido durante sus años de tres funciones diarias en el Cine Bello de Madrid.
     Tanto la carrera musical del maestro Benito Arroyo, así como la de su hermano, el también pianista Valeriano Arroyo, parecen irradiar a partir de 1914 desde la ciudad de Sevilla en la que fijarían su base de operaciones. Sus fuentes de ingresos: cines y teatros de la capital sevillana y el acompañamiento musical prestado a compañías de variedades por poblaciones de Andalucía y Extremadura.
     La dificultad para acceder a las colecciones de prensa histórica sevillana nos impide de momento conocer detalles precisos de sus respectivas trayectorias. La Hemeroteca histórica de la Universidad de Sevilla alberga varios títulos del periodo historiado, pero al carecer de buscadores, y ante lo difícil y extremadamente lento que resulta descargarse los números para hacer una cata, he terminado desistiendo. De manera que serán cabeceras de provincias vecinas como Badajoz o Córdoba de las que nos serviremos.
    Un corresponsal sevillano del diario republicano la Región Extremeña incluye lo siguiente entre las notas de sociedad aparecidas en  el número de 19 de julio de 1916:

     “Se encuentra completamente restablecido de su enfermedad el notable profesor de orquesta señor Arroyo. Lo celebramos”.

       Con anterioridad a esa fecha  conocemos de la existencia de un profesor de piano y maestro de música apellidado Arroyo ligado a una compañía itinerante de variedades de origen sevillano que se presenta ante los públicos como “Hermanas Clavel”. Durante su gira de verano de 1915 hacen escala en la localidad pacense de Torre de Miguel Sesmero:



      El corresponsal local de esta pequeña villa, en una extensa crónica, después de reparar en la belleza (ojos negrísimos e insondables) y dotes interpretativas de Anita Clavel y demás elenco artístico de la compañía, reserva un pequeño espacio al acompañamiento musical:

     “Traen también un excelente profesor de piano, el maestro Arroyo, del que este publico guarda buenos recuerdos”.

      Las giras de esta modesta compañía se desarrollan principalmente por la región extremeña con alguna incursión que otra en la vecina provincia de Salamanca. El referido acompañamiento musical no iría más allá del piano facilitado por la empresa contratante.  
     Estas campañas por su particular ruta de la plata, libre de la competencia de otras compañías de mayor empaque, no siempre se saldaban con beneficios, topándose a veces con inconvenientes de corte caciquil como los denunciados por el mismo cronista anterior:

El Correo de la Mañana (3 de octubre de 1914)
      Otra crónica del año 1917 sobre la actuación de “Las Hermanas Clavel” en  el Salón Moreno de Granja de Torrehermosa nos sirve para ponerle nombre a este maestro Arroyo:

     “El maestro don Valeriano Arroyo ejecuta tan sugestivamente en el piano cuanto constituye el vasto repertorio de las Hermanos Clavel, que no puede uno menos que sentirse entusiasmado de la perfección de su arte”.

     Recordaran como la carrera musical de Valeriano Arroyo había estado tutelada por su hermano Benito desde que este se hiciera cargo de la dirección de la Banda Municipal de Valdepeñas. Lo que no puedo certificar es si el referido Valeriano sería el mismo que participara en aquellas primeras turnes de las Hermanas Clavel que arrancan en 1914. Puede incluso, que ese Maestro Arroyo fuese en un principio el propio Benito para ceder con el tiempo el puesto a su hermano por cuestiones de salud o por sentirse atraído por otros proyectos.
     En el mes de mayo de ese mismo año de 1917 podemos constatar la presencia del Maestro Arroyo en un festival benéfico organizado por un Circulo Católico de Obreros en la ciudad de Lucena:


     Por los términos en que se expresa el cronista corresponsal parece gozar de cierta popularidad y ascendencia en esta ciudad cordobesa. Otro de sus hermanos llamado Otilio Arroyo Casado, también músico y compositor antes que ferroviario, guarda precisamente relación con la ciudad de Lucena en la que nació su hijo Manuel, con el que compartiría fatal destino durante la guerra.




    La vecina localidad cordobesa de Baena nos ofrece otra muestra de las aptitudes y adaptabilidad del Maestro Arroyo. En esta ocasión se trata de un festival escolar celebrado en el Teatro Liceo organizado por un elitista colegio de niños de segunda enseñanza denominado Academia Francesa, dirigido por “el ilustrado y cristiano director” don Justino Alcántara, que había conseguido conformar un coro infantil para mayor prestigio de la institución educativa que regentaba.



     Una nutrida orquesta bajo la dirección del  maestro Benito Arroyo presto acompañamiento musical al referido coro y llevo el peso de la parte musical en los diferentes números escenificados por los alumnos del colegio (El Defensor de Córdoba 18 de enero de 1919).

El Correo de la Mañana - Badajoz (8 de febrero de 1920)
     En su continua búsqueda de expectativas profesionales más estables, a principios de 1920 participa de un nuevo proyecto musical surgido en la ciudad de Badajoz. Se trata de una agrupación filarmónica u orquesta titulada “La Lirica”. Después de un exitoso estreno, sería contratada por la empresa del Teatro López de Ayala para prestar acompañamiento a las compañías cómico-liricas durante la temporada teatral.






     El proyecto terminaría difuminándose posiblemente por no hacer frente el empresario a los compromisos adquiridos con los profesores de la orquesta. Una prueba más de lo difícil que resultaba que iniciativas culturales y profesionales de esta envergadura llegaran a fructificar en provincias.



      Llama la atención que Manuel Heredia Espinosa, que se muestra tan exhaustivo en su Historia de Porcuna a la hora de citar a personajes significativos o populares que destacaron en cualquiera de las facetas de la vida humana, no recoja noticia alguna relacionada con el maestro Benito Arroyo. No es el caso de sus hermanos Valeriano y Otilio, citados como músicos de la banda municipal de principios de siglo. También en el capítulo que le dedica al Centro Filarmónico (pgs.88-89) menciona la organización de estudiantinas durante los carnavales, bajo las diestras batutas de los maestros Alfredo Chica y Eduardo Arroyo (el cuarto hermano músico de la familia).
     Disponemos de una muestra gráfica de aquella estudiantina que apareció publicada en la revista gráfica La Unión Ilustrada (4 de marzo de 1920). Un asiduo colaborador de este espacio. Alberto Ruíz de Adana Garrido, nos ha proporcionado una magnífica copia original con orla decorativa de esta misma instantánea.


     De la década de los veinte disponemos sólo de dos referencias aisladas en las que encontramos el maestro Benito Arroyo formando parte del espectáculo encabezado por la popular Blanca Azucena y su Botones, habitual de las tablas escénicas de la provincia de Córdoba.


Salón Alhambra de Lucena 

    “Hoy sábado, beneficio de las notables artistas, que lo dedican a la coronación de nuestra patrona, anuncian colosal programa, en cuya función el eminente director artístico don Vicente Buil que las acompaña, en unión de nuestro antiguo y buen amigo don Benito Arroyo Casado, ejecutarán lo más extenso de su selecto repertorio”

(La voz 8 de julio de 1923)


    El mismo teatro lucentino, con motivo de las fiestas aracelitanas de principios de mayo del año 1925, vuelve a dar acogida a “tan colosal estrella de las varietés”.
   El corresponsal en Lucena del diario La Voz le vuelve a dedicar unas letras al músico porcunero: “Las exquisitas artistas Blanca Azucena y su Botones actuaran en el Alhambra, y traen como maestro concertador al maestro Benito”.

    Cuando la compañía en el mes de agosto de ese mismo año 1925 traslada sus giras a la provincia de Alicante, muy posiblemente el maestro Benito, aquejado de tuberculosis pulmonar, ya no formara de la misma. Sus ambiciones por abrirse un hueco profesional en el difícil y a veces ingrato mundillo musical se derrumbaron de repente en una cama de su domicilio familiar en Porcuna (Juan de Mata Dacosta nº 6 – Carrera de Jesús) donde le sobreviene la muerte a primera hora de la noche del día 4 de octubre de 1925, recibiendo sepultura en el cementerio municipal.
   Por esas mismas fechas la Compañía de Blanca Azucena que tenia anunciada varias representaciones en el Teatro Wagner del municipio alicantino de Aspe tuvo que posponer su debut alegando indisposición repentina de la artista:

Diario de Alicante (5 de octubre de 1925)
      Esta inoportuna indisposición se presta a dos interpretaciones. Que se utilizara como argucia ante el público por encontrarse la compañía afectada anímicamente por la noticia del fallecimiento de quien había sido hasta entonces inseparable compañero de fatigas, o que Benito Arroyo, tuviera que abandonar precepitadamente la gira por motivos de salud y hacía falta urgentemente buscarle un sustituto.

      Una nota aparecida en prensa durante la segunda quincena de octubre, en la que Blanca Azucena se disculpa por la enfermedad que la mantienen retenida en Aspe, y el hecho de que no volvamos a tener noticias de su gira por Alicante hasta principios de diciembre parecen sostener la segunda hipótesis barajada.

    A muchos os parecerá exagerada la exhaustividad y el vaciado informativo realizado para adentrarme en la biografía de este desconocido músico porcunense. Son precisamente esos detalles aparentemente secundarios los que terminan propiciando sorpresas agradables al abrir el correo electrónico y la fluida comunicación e intercambio con otras personas con las que se comparte afición o curiosidad por los diferentes temas que son abordados.
    Un detalle final en aras de la posibilidad de contactar con descendientes de esta familia Arroyo tan vinculada a las artes musicales: un profesor de música apellidado Arroyo Casado , con residencia en la calle Queipo de Llano nº 6 (Jaén) publicitaba sus servicios profesionales en el año 1944 en las páginas de la revista musical Ritmo. Debe ser Eduardo o Valeriano.
     Estoy seguro que esos álbumes familiares de fotos deben contener numerosas muestras gráficas contextualizadas relacionadas con nuestro pueblo.  Merece la pena intentarlo.
    
    ¡!Todo es posible en Domingo!!