Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

09 diciembre 2013

Apuntes sobre la vida y obra de Antonio Monroy autor del “Cuadro de la Tormenta” que existió en la iglesia de San Benito de Porcuna (Jaén).



    Las noticias de las que disponemos sobre este desaparecido lienzo, del que no se conocen fotografías ni estampas, proceden de un artículo que bajo el título de “Tradiciones de Porcuna: El santuario de San Benito, el padre Galera y el cuadro de la tormenta” publicó Don Eugenio Molina, cronista de la ciudad, en el número 114 (01/06/1922) de ''Don Lope de Sosa: crónica mensual de la provincia de Jaén”.


    En la nave del retablo se conserva un hermoso cuadro, algo craquelado por el tiempo, que recuerda al vecindario la horrible tempestad que descargó sobre este pueblo a mediados del siglo XVIII, y la milagrosa intervención de San Benito para calmar los enfurecidos elementos, por lo cual aquí se le denomina “El cuadro de la tormenta”.
    Este lienzo mide unos dos metros de ancho por tres y medio de alto y en él aparece en primer término el templo de San Benito, azotado por la tormenta; más arriba un caballero de Calatrava asido al manto de la Virgen y esgrimiendo una espada en la diestra, como para librarse del diablo que, al parecer, trata de acometerle; la imagen de la Virgen en el centro y la Santísima Trinidad, rodeada de ángeles, en la parte superior del cuadro, completan la pintura.

     La fecha de la ejecución y la responsabilidad artística del cuadro queda certificada en una cartela situada en su ángulo inferior izquierdo:

    “Año de 1788. Inventado y pintado por Antonio Monroy, natural y vecino de Baena, Profesor en todas tres Nobles Artes”.

    Cuando Enrique Romero de Torres visita la ciudad de Porcuna (sobre 1914-1915), al objeto de recabar fotografías y datos para ser incluidos en su Catálogo Monumental de la provincia de Jaén, forzosamente repara en este cuadro al que dedica una pequeña reseña en el texto final:

    “Hay una nave adosada, construida en el siglo XVIII, donde existe un bonito cuadro de grandes proporciones que representa el Martirio de San Benito, el cual está de rodillas, vestido con el hábito de la Orden de Calatrava y dos soldados romanos empuñando sus espadas y en actitud de segarle la cabeza al mártir.
    Esta firmado en un escudo que sostiene un ángel donde se lee una inscripción referente a la vida del Santo, por Antonio de Monroy natural de la Villa de Baena (provincia de Córdoba)”.



   Se aprecian sustanciales diferencias en la explicación de la composición que se bautiza como “Martirio de San Benito”. Creemos que éstas habría que atribuírselas a las prisas por poner fin a tan magno encargo, que además llevaba algo atrasado. Su paso por la ermita debió de ser bastante fugaz y de la famosa inscripción, en la que aparece el relato del milagro de la tormenta (pág. 181 y siguiente), tan sólo presta atención a la firma del autor, pudiéndose haberse redactado de memoria con posterioridad.
    No obstante no le pasa desapercibida la existencia en la iglesia de San Benito de otro cuadro de mérito, “un bonito cuadro que representa la Anunciación”, del que no tenemos noticia alguna, y también dispuso de tiempo suficiente como para que llegaran hasta sus oídos referencias aisladas sobre expolio artístico (generoso regalo) perpetrado por el obispo Victoriano Guisasola y Menéndez en la visita pastoral girada a Porcuna en el mes de abril del año 1899:


Más detalles sobre el dadivoso lote de regalo (aquí)



    Una vez realizada esta obligada introducción, sobradamente conocida por los amigos y aficionados a la historia local, se hace necesaria una introspección en la vida, obra y estilo de Antonio Monroy con el fin de intentar desentrañar la verdadera dimensión artística del lienzo al que nos venimos refiriendo
    El importante caudal de trabajos trasmitidos por eruditos e historiadores cordobeses del siglo XIX y principios del XX, nos posibilita la labor, a pesar de las limitaciones derivadas del escaso rigor y cuidado puesto por su discípulo, hijo y heredero en conservar la memoria de su padre.
     Antonio Monroy o Antonio María Monroy vino al mundo en la villa de Baena (Córdoba) a mediados del siglo XVIII y falleció en Córdoba sobre 1820-1823.  No se le conoce formación académica, de la sí pudo disfrutar su hijo Diego José Monroy y Aguilera (1786-1856)  que alcanzaría el éxito profesional, la celebridad y que gozó de una desahogada posición económica y social en la Córdoba de la primera mitad del XIX.
    Unas primeras referencias biográficas nos las proporciona Antonio Gutiérrez de los Ríos en un elogioso artículo dedicado al pintor Diego Monroy con motivo del éxito alcanzado por éste en la Exposición Nacional de Bellas Artes del año 1843 (cuadro de la Sacra Familia) y su posterior nombramiento como Caballero de la Orden de Carlos III. Apareció publicado en el Semanario Pintoresco Español (30 de junio de 1844);


(Grabado de La Sacra Familia publicado en Semanario Pintoresco)

    “Don Diego Monroy y Aguilera, nació en Baena provincia de Córdoba en el año 1790. Fueron sus padres el pintor D. Antonio María Monroy y Doña Juana Aguilera y Aguayo, de noble estirpe los dos, pero de modesta fortuna. La ilustrada piedad del Excmo. e Ilmo. Sr. Don Antonio Caballero, Obispo de Córdoba de venerada memoria, conoció la gran falta que en su Diócesis hacía un establecimiento en el que se enseñasen las matemáticas y el dibujo con la debida extensión y deseoso de remediarla determinó abrir en unas casas situadas a la inmediación d su palacio dos clases gratuitas de estas facultades, nombrando su pintor de Cámara y poniendo al frente de la segunda de ellas a don Antonio Monroy, que desempeñaba a la sazón su arte con general aceptación. La prematura muerte de Caballero impidió la apertura de la escuela, pero habiendo establecido Monroy una academia en su casa que llegó a ser frecuentada por muchos y muy aprovechados discípulos, entre ellos el insigne escultor Álvarez que tan glorioso renombre ha dejado por Europa; y en ella y bajo la dirección de su padre aprendió don Diego el diseño y los primeros rudimentos de pintura”.

   Se trata de unos apuntes biográficos adulterados a propósito por el propio Diego Monroy  como queda demostrado con las argumentaciones aportadas por José Antonio Vigara Zafra en un trabajo reciente: “La academia como paradigma del ascenso profesional: el caso del pintor Diego Monroy”.

  “El artículo de Antonio Gutiérrez de los Ríos no sólo tenía el visto bueno de Diego Monroy, sino que había sido el propio pintor quien le había dado los datos biográficos sobre su propia persona y la de su padre”.

     Se falsea la biografía de Antonio Monroy cuando se le relaciona con la proyectada escuela del Obispo Caballero y Góngora: “Monroy había buscado esa imagen porque le interesaba mucho más haber pertenecido a una institución de corte académico, que presentarse como un pintor cuyo aprendizaje inicial transcurrió en el taller de su padre bajo formulas gremiales”.
   El paso del afamado escultor neoclásico José Álvarez Cubero (1768-1827) por la academia de dibujo de Antonio Monroy, que arrastran sus biógrafos, también parece responder a ese mismo afán enaltecedor mostrado por su hijo Diego.
    Más ajustada a la realidad y clarificadora resulta la reseña que le dedica Rafael Ramírez de Arellano en su Diccionario Biográfico de Artistas de la provincia de Córdoba (1893):

    Monroy (DON ANTONIO): Pintor y escultor. Nació en Baena, de tan modesta familia, que según se dice, fue en su niñez peón de albañil. Ignoramos como, cuando y con quien aprendió a pintar, y solo sabemos de él cuando lo encontramos en Córdoba convertido en pintor notable. Murió en Córdoba y fue enterrado en el cementerio de la Salud. Respecto a las fechas de su nacimiento y su muerte, y acontecimientos notables de su vida, las ignoramos, pero podemos conjeturar con algún fundamento por los datos biográficos de su hijo. Este nació en 1790, y suponiendo que el padre tuviera 25 o 30 años, debió nacer por los años de 1760 a 1765. Su traslación a Córdoba debió de ser por los años de 1800 o poco más, puesto que Don Diego nació en Baena y vino a Córdoba muy joven; suponemos por tanto que no tuviera más de diez años. Respecto a su muerte debió de ser hacia el año 1820 a 1823. Don Francisco de Borja Pavón, nuestro querido y respetable amigo, recuerda que preguntando un día a don Diego datos biográficos de su padre, le dijo que los ignoraba, recordando sólo que era un viejecito acartonado que iba en el invierno por la calle con su capita cruzada sobre el pecho, sin embozarse nunca, y no sabía más. Es lástima que fuera el bueno de don Diego tan descuidado en conservar la fama de su padre, a quien nunca llegó a alcanzar como pintor.
     Al señor Pavón debemos el saber que don Antonio Monroy era escultor, pero desconocemos obra suya. En cuanto a la pintura, adolecía de los defectos de su época; era su color muy hermoso, quizá demasiado transparente, resultando algo vidrioso y falso; el dibujo correcto y la composición discreta. Para su época era uno de los mejores pintores andaluces.
   Continua con una relación de sus obras que posponemos para más tarde.

   Habida cuenta que Diego Monroy no nació en 1790 sino el 12 de Abril de 1786 (fecha bastante más fiable que introduce Francisco Valverde y Perales en su Historia de Baena) y que Antonio Monroy a la altura de de 1790 ya había traído al mundo un total de 10 hijos (de una carta suplicatoria en la que nos detendremos después), habría que retrotraer pues la conjetura de la fecha de su nacimiento. En una noticia sobre de los pintores que existían en la ciudad de Córdoba en 1804 (Archivo Municipal de Córdoba, tomada del trabajo de Vigara Zafra) encontramos censado a “Dn. Antonio Monroi, como de sincuenta años, sin oficial ni aprendiz”, lo que nos sirve para fijarla definitivamente en torno a 1850-1855.
    El oscurantismo de Diego Monroy en torno a la biografía de su padre parece estar relacionado con sus orígenes humildes (peón de albañil). Sorprende que entre los datos que le proporciona a Gutiérrez de los Ríos se omita el segundo apellido de su padre, que pudiera restarle credibilidad al origen linajudo que pretende atribuirle a sus progenitores (de noble estirpe los dos: Monroy, Aguilera, Aguayo).
    Creemos que su maestria (profesor en las tres nobles artes; pintura escultura y arquitectura), que aparece en la firma del “cuadro de la tormenta” de Porcuna (1788), la tuvo que adquirir desde niño al lado de algún maestro alarife y de los artesanos o artistas de los que éstos solían rodearse. Debieron de ser éstos quienes le aportaran y tutelaran en su progresivo dominio de la técnica del dibujo. Valverde Perales le atribuye participación en el diseño y dibujo de la sillería del coro de la parroquial de San Bartolomé de Baena.


  “Don Antonio Monroy, pintor improvisado de un pobre albañil, de haber tenido buenos profesores hubiera sido un artista singular, puesto que lo poco que queda de su mano es de lo mejor de su tiempo, tanto por el dibujo como por la composición y el color”(Rafael Ramírez de Arellano op. cit.).

   La vida de Antonio Monroy  hasta instalarse en Córdoba a finales del siglo XVIII  no estuvo exenta de las contrariedades y dificultades económicas propias de una actividad profesional condicionada por el mecenazgo. Así consta en una carta autógrafa fechada en Baena en marzo de 1790. Se trata de una especie de rogativa o suplicatoria dirigida a un ilustre personaje de sangre azul (Marqués), que por razones desconocidas parece retirarle repentinamente su protección:



    Señor:
    Nunca volviera a tomar la pluma para cansar a V.E. si en su carta de 5 de enero no me diera V.E. alguna esperanza; con bastante violencia lo hago pero mi extrema necesidad me impele a ello. También recelo si algún apasionado ha dado algún mal informe sobre mí, pues me ha parecido al ver el poco aprecio que V.E. ha hecho de la Obra ¿Cómo había yo de pensar que usted no había estimado una obra que por su particularidad merece estimación, pues no tengo noticia de que se haya hecho una semejante? No está el mas virtuoso libre de emulación. Este tiempo nos recuerda que grande es la malicia de los hombres, pues no saciaron su envidia hasta quitar la vida al Santo de los Santos, a la Summa Inocencia. Yo perdono de todo corazón a aquel que me haya hecho este agravio, y si sólo es imaginación mía me desligo de ello. Esta sospecha y más que todo mi Familia que se compone de diez Hijos y mi Esposa es quien me obliga a la plegaria, pues viéndome cercado y que no tengo más arbitrios que la Pintura para el sustento de doce personas, y que no se pagan las obras a razón porque lo ignoran y es poco lo que se ofrece de hacer, pues siendo esto así: ¿Cómo estará cercado mi corazón? Sólo Dios lo sabe.
    Excmo. Señor reflexiónelo V.E con su alta consideración para que su piedad se extienda a socorrer a un hombre de honor, que si V.E. quiere saber quién es poco le costará pedir informes al Vicario y Clero, y después a esta Ilustre Villa; y con su respuesta determinar. Es cuanto puedo decir.
    Perdone V.E. que le haya molestado y quede seguro de que no volveré a incomodarle.

    Me alegraré de la salud de V.E. y de mi señora Duquesa y demás señores. He rogado y rogaré a la Divª Majestad prospere su vida por dilatados años.


(Pares Portal de Archivos del Ministerio de Cultura)

    Resulta difícil encuadrarlo dentro de un estilo o escuela pictórica, mayormente porque su formación no fue académica y sólo se conservan algunas de sus obras, acompañadas de la incierta coletilla de “atribuidas”. Rafael Romero Barros en  un artículo publicado por el Diario de Córdoba (octubre de 1893) le define de la siguiente manera:

    “Antonio Monroy, recomendable pintor de la villa de Baena, seguía la escuela imperante a la sazón, introducida por Mengs y proseguida por Bayeu y Maella”.

OBRAS

   La historiografía cordobesa del XIX sólo se ocupa de su producción en la capital. Entre las páginas de los tres tomos de los Paseos por Córdoba de Teodomiro Ramírez de Arellano, editados entre 1873 y 1877, aparece recogida la práctica totalidad de su obra y su ubicación original. Nos serviremos ademas de otras fuentes complementarias.



PARROQUIA DE SAN PEDRO

  “Entre el altar de la Esperanza y la puerta, existe otro dedicado a las Animas, de construcción moderna y bella, con dos cuadros, un Jesús Crucificado y las ánimas al pie, obra de D. Antonio Monroy, y otro por cima, muy antiguo, con la Virgen de Belén” (Tomo II). Lo creemos desaparecido.

CONVENTO DE SANTA MARÍA DE GRACIA

    “En la cruz que forma esta iglesia hay dos buenos altares , modernos y de buen orden, con santo Domingo y Santa Catalina de Sena, teniendo otros cuatro, uno de ellos dedicado a la Virgen del Rosario, en el que se ve un buen cuadro, obra de D.Antonio Monroy” (Tomo I).


    Pudiera haber pasado a manos de anticuarios tras el rocambolesco asunto del progresivo y velado abandono al que se vio sometido este antiguo convento (siglo XV) para justificar su venta y posterior derribo (1974).

IGLESIA DEL COLEGIO DE SANTA VICTORIA

   “Un cuadro que está sobre el coro, que representa a San Joaquín y Santa Ana con la Virgen, pintado por D.Antonio Monroy” (Tomo III).
  “Sobre la reja del coro hay un cuadro apaisado que representa á la Virgen, San Joaquín y Santa Ana con bellos ángeles, de Don Antonio Monroy” (Indicador cordobés de Luis Mª Ramirez de las Casas Deza).
   Aparece citado en el decreto de inscripción del conjunto como Bien de Interés Cultural en el Catálogo General del Patrimonio Histórico Andaluz (2010) ubicado en su lugar original y fechado en 1797.  No hemos sido capaces de localizar fotografía del mismo. Puede visionarse fugazmente pinchando aquí.

CATEDRAL

   “En la Catedral un San Antonio en un retablo del centro de la iglesia, que fue su última obra, está sin terminar y es seguramente de la más mérito de este profesor” (Apuntes sobre la historia de la pintura en general y particular de Córdoba por Manuel González Guevara publicado en 1869).
    Tampoco disponemos de muestra gráfica. Desconocemos si llegó a terminarse y si pervive. Sería cuestión de pasearse entre los muros de la antigua mezquita aljama y museo catedralicio, o buscar entre los inventarios de las numerosas obras de arte allí recogidas.

RETABLO-ALTAR DE SAN RAFAEL (Calle Candelaria)

    Inaugurado en 1801 con una solemne función religiosa. Erigido con el dinero que aportaron varios devotos, como desagravio por cierta profanación que se había cometido con otra imagen que lució en el mismo lugar y, de camino, como demostración de gratitud de la ciudad a su Santo Custodio por haberla librado, una vez más, de la terrible epidemia.
    La imagen de San Rafael, así como la de los Santos Acisclo y Victoria que lo escoltan, fueron pintadas por Antonio Monroy, que por estas fechas parece haber superado la falta de encargos de la que se quejaba 10 años atrás en su carta.



   Este altar pudo salvarse de las disposiciones dictadas en 1841 por Angel Iznardi, jefe político de la provincia, para que desaparecieran las imágenes religiosas de las calles con el fin de evitar que fuesen objeto de irreverencias, merced a la intervención del escritor Modesto Lafuente, amigo íntimo de Iznardi.
   Por su permanente exposición a los agentes meteorológicos y anticlericales las pinturas se vieron sometidas a diferentes intervenciones a lo largo de su historia.
    Una primera tuvo lugar a finales del siglo XIX a cargo del profesor de dibujo del Seminario y párroco de San Francisco D. Manuel Torres y Torres, con el tiempo canónigo en Córdoba y Sevilla y obispo de Plasencia. No fue demasiado afortunada ya que consiguió desfigurar el rostro del Arcángel:
    “El pueblo, en su mayoría indocto en materias de arte, se lamentaba de que el San Rafael de la calle Candelaria no mirase a las personas que se detenían para rezarle, como las miraba antes de ser repintado” (de un artículo firmado por R.M. publicado en el Diario de Córdoba el 3 de marzo de 1921 abogando por su urgente restauración).


(Detalle de la postal de la casa Hausser y Menet, cuyo nº de serie nos permite datarla a principios del siglo XX, por lo tanto posterior a la citada restauración).

     En la noche del 1º de mayo de 1931 el cuadro de San Rafael resultó nuevamente dañado en el trascurso de una tumultuaria concentración callejera contraria a la reacción derechista.
    En 1933 se acomete una nueva restauración de la que fue responsable Rafael Romero de Torres y Pellicer (hijo del pintor Julio Romero), de cuya particular impronta como restaurador tenemos una buena muestra en Porcuna. Fue el encargado de restaurar brillantemente las pinturas murales laterales y el cuadro de San Juan Bautista que su padre realizó a principios del siglo XX para el nuevo templo parroquial.

    Tampoco debió de ser muy afortunada. En plena guerra civil española, por obra y gracia del insigne y sanguinario gobernador civil Don Bruno Ibáñez Gálvez, se ordena suprimir la huella de Antonio Monroy para que se ejecutaran pinturas de nuevo cuño. Tuvieron que resultarle relativamente baratas puesto que  el encargado de tal menester fue el joven artista, soldado de artillería en tiempo de guerra, Rafael Díaz Peno: “Realizó su trabajo en los ratos que le dejaba libre su deber militar” (De una jugosa y patriótica crónica de la reinaguración recogida por el Defensor de Córdoba de 15 de febrero de 1937).

ECCE HOMO

  “En la esquina que hay a la mediación de esta calle (del Poyo), estuvo colocado hasta 1841 un bonito Ecce-Homo, original de don Antonio Monroy, que se conserva en el oratorio del Sr. Cantarero” (Tomo II). Este no se salvó de las disposiciones de Iznardi. Su paradero actual incógnito.

MUSEO DE BELLAS ARTES

   Catalogado con el nº 48 del lote fundacional de cuadros con los que se creó el  Museo de Bellas Artes de Córdoba, inaugurado en 1862. Constituido por cuadros y otros objetos de artes almacenados en la Diputación desde la exclaustración de 1836, en cuya ordenación y catalogación intervino Diego Monroy.

   “Otro del pintor cordobés de últimos del siglo XVIII y principios del XIX, D.Antonio Monroy, discípulo de Maella, que representa a San Diego de Alcalá, que aunque de fría entonación, no carece de importancia por marcar el estado del arte en esa época” (Tomo II).


    En su ficha museográfica consta su procedencia (Convento de Santa Inés de Córdoba) y la descripción, mientras que la atribución se considera dudosa. En el mismo Portal Ceres de museos se le atribuyen a Antonio María Monroy un boceto previo de San Diego de Alcalá y un cuadro delÁngel de la guarda” (para ver pinchar sobre el mismo enlace anterior) no citado por la historiografía cordobesa.


     Por lo que respecta a obras fuera de la capital cordobesa, aparte del desaparecido “cuadro de la tormenta” de San Benito de Porcuna, responsable último de estas curiosidades, tenemos constancia de otra obra suya a través del blog de la Hermandad de Animas de la villa de Espejo. Heredera ésta de la antigua y arraigada cofradía de las Benditas Animas del Purgatorio, que a finales del siglo XVIII erige y dispone de capilla propia en la Parroquia de San Bartolomé. Además de los altares dedicados a Ntra. Señora de los Dolores y a las Benditas Animas, se levanta otro dedicado al Arcángel San Rafael, decorado con un hermoso lienzo del pintor Antonio Monroy (desaparecido). Imaginamos que la información procederá del archivo documental de la propia Cofradía. 


    De impresionante factura y recientemente restaurada es la es la pintura del “Milagro en la tentación de San Francisco” del Museo de Jaén, de claro estilo tardobarroco, atribuida también a Antonio María Monroy en base a datos encontrados en la documentación de la Comisión Provincial de Monumentos de los años 1845 y 1846.


     En un catálogo de obras de arte recientemente restauradas por la Dirección General de Patrimonio Histórico de la Comunidad de Madrid aparece un “San Torcuato” de Antonio María Monroy fechado en el año 1793 y alojado dentro de la iglesia parroquial de la Virgen de la Paloma (Madrid). Por la magnitud artística de la capital de España se ve que nadie se ha preocupado de hacerle una fotografía y colgarla en la red (lo hemos dejado por imposible). Se trata de la más cercana cronológicamente a la nuestra desaparecida. Se agradecería la colaboración de porcunenses residentes en la villa y corte.
   Si la fecha es veraz pertenecería al periodo en que tuvo su taller en Baena. Sorprende que sólo tengamos constancia de una obra en su pueblo natal (su ya referida intervención en el dibujo del coro de la parroquia de San Bartolomé).

   La última noticia sobre su labor artística la encontramos en el vecino y pintoresco pueblo de Zuheros. En 1788, el mismo año que pinta el “cuadro de la tormenta”, Antonio María Monroy, natural de Baena, profesor en pintura, arquitectura, escultura y dorado, recibe el encargo de dorar el retablo del altar mayor de la parroquia de Ntr. Sra. de los Remedios.

Retablo de la parroquia de Zuheros

Un poquito de Historia Ficción 

   Aproximadamente sobre 1930 el catedrático de Historia del Arte de la Universidad de Sevilla, Don Diego Angulo Iñiguez, visita Porcuna y fotografía la Torre Nueva, el torreón de enfrente y cuanto de mérito histórico artístico encuentra en sus templos. Un total de 12 fotografias cuyos negativos se conservan en la fototeca - laboratorio de arte de su Universidad. Seguramente el visitante ilustre desistiría de fotografiar el "cuadro de la tormenta" de Monroy por hallarse éste, además de craquelado (1922), sucio y sumamente oscurecido por efecto de los procesos naturales de oxidación del barniz.
   De haberse sobrepuesto en 1936 al envite de las incultas y descontroladas hordas rojas “empeñadas en la destrucción de todo lo que signifique un atisbo de religiosidad, de arte o de historia” difícilmente se hubiera conservado sin una intervención rápida.
    El entrecomillado pertenece a un falangista ilustrado cuya identidad dejamos para otro momento.
    Ni iglesia católica ni autoridades del primer franquismo, con otras prioridades, se hubiesen embarcado en la restauración de un cuadro, que dejando aparte su valor simbólico y sentimental ligado a la religiosidad popular y al patronazgo local, no serían capaces de valorar en su justa medida. A lo sumo y en el tardofranquismo por intercesión de un influyente erudito local se podría haber puesto en manos de algún restaurador de poca monta.
    Para una restauración en condiciones se tendría que haber esperado al siglo XXI, trabajarse y ganarse previamente a las autoridades competentes en la materia (los del visto bueno).  Algo poco probable habida cuenta que tenemos en Porcuna un espectacular camarín barroco en la iglesia de Jesús Nazareno, a años luz en valor artístico, pidiendo a gritos una restauración urgente, que no llega, entre otras porque creemos que no se solicita.

05 noviembre 2013

EL ANTICLERICALISMO EN ACCIÓN: PORCUNA A FINALES DEL S.XIX.



     En el último tercio de siglo XIX nacen en nuestro país los primeros periódicos con una línea editorial claramente anticlerical; El Motín, fundado y dirigido por el periodista y escritor republicano federal José Nakens, y Las Dominicales del Libre Pensamiento, impulsado y dirigido por Ramón Chíes y Fernando Lozano “Demófilo”.
     Recuerden aquella aireada conversión del republicano y masón José Huertas Lozano y sobre cómo su retractación pública, acompañada de su ingreso en la Compañía de Jesús, fue aprovechada por la prensa ultra católica para arremeter contra quienes se habían convertido ya en su principal azote.

    A partir de 1884, coincidiendo con la reorganización del republicanismo histórico en Porcuna, empiezan a llegar a estas dos cabeceras noticias relacionadas con la localidad.

Las Dominicales 9 de marzo de 1884
     Se trata de hombres que en su mayoría ya integraron el comité local republicano federal en el año 1873.
     De entre sus filas debieron salir los primeros anónimos comunicantes encargados de airear una serie de noticias relacionadas con el clero local que los respectivos redactores se encargaban de preparar a su estilo.
     Una primera lanzada guarda relación con una capilla de música que asistía a los entierros de quienes pertenecieron en vida a la Cofradía del Carmen:


    “Existe en Porcuna una Cofradía llamada del Carmen, que tiene por costumbre acompañar con música los cadáveres de los hermanos desde su casa a la iglesia, y desde ésta, hasta la salida de la población.
    Mientras los cantores místicos se arrancan dentro por peteneras sagradas, para que en el cielo se enteren de que el difunto ha dejado unos cuartos (porque cuando es pobre no hay cánticos), y le abren de par en par las puertas, los músicos aguardan en la iglesia.
    El párroco, desinteresado como todos, exige a la cofradía cuatro duros por permitirles tocar; los hermanos, de quienes es la música, acuden al juez municipal en queja contra esta imposición, y el juez le da la razón al párroco.
   Aconsejo a los hermanos que apelen el fallo, y si fuese confirmado, que todo es posible en estos tiempos, renuncien a tocar en los entierros para que el cura no se lleve os cuartos, o celebren los entierros civilmente.
   Después de todo, los difuntos maldito si se enteran de las piezas que le van tocando por el camino, ni de si van cucarachas o no”.

(El Motín de 9 de septiembre de 1886)

     El proyecto de construcción del nuevo templo parroquial no se libra tampoco de la incisiva y socarrona crítica:

    “Los curitas de Porcuna andan trasteando las bolsas de los fieles para edificar una iglesia, y parece que les da resultado, pues pronto comenzarán las obras.
     Aplaudo la idea, porque más vale que los fanáticos gasten sus dineros en materiales de construcción que en fusiles.
     Aunque quizá tras lo uno venga lo otro”.

    (El Motín 1 de julio de 1888)

     No había pasado mucho tiempo desde que los sectores mas integristas del catolicismo español, entre ellos muchos procedentes del clero regular y secular, no dudaron en esgrimir las armas en defensa de la trilogía Dios, Patria y Rey, propia de los defensores de la causa carlista. Son los famosos frailes y curas trabucaires, que no se libran de la caricatura satírica de El Motín. 


    La famosa fórmula de la “perra gorda”, ideada por el Padre Tarín para sufragar las obras del nuevo templo, no gozó del beneplácito general de la ciudadanía de Porcuna. Algunos disconformes llevan sus quejas hasta el órgano de prensa oficial del partido liberal dinástico:

   “De Porcuna (Jaén) nos escriben denunciando el hecho de haberse constituido una Junta, la cual, arrogándose facultades que no se sabe quien las haya concedido, está cobrando, en perjuicio del comercio, un impuesto de diez céntimos con que se grava toda medida de cereales, aceites, etcétera, con el objeto de edificar una iglesia”.

(El Liberal 4 de septiembre de 1893)

    En 1891 se publica en Las Dominicales la constitución en Porcuna de un nuevo comité republicano, esta vez adherido a la fórmula coalicionista por la que se decantan algunas familias del republicanismo de cara a su participación en las contiendas electorales:

Las Dominicales 10 de enero de 1891
     Como presidente honorario figura Victoriano Rivera Romero, veterano catedrático de retórica y director durante algunos años del Instituto Provincial de Córdoba. Este señor se hallaba vinculado a Porcuna por lazos familiares (a desentrañar en entrada aparte). Gran amante de las antigüedades, fue correspondiente en Córdoba de la Real Academia de la Historia  y estudioso de algunas lápidas antiguas halladas en Porcuna. Durante los últimos años de su vida fue concejal del Ayuntamiento de Córdoba por la minoría republicana coalicionista.
    Como presidente efectivo aparece el médico Sixto Sebastián, padre de Cesar y Emilio Sebastián González. Llama la atención la presencia de un individuo con los mismos apellidos que don Eugenio Molina, posiblemente hermano, situado ideológica y políticamente en las antípodas que éste. Algunos de los vocales aparecen como suscriptores o en la correspondencia administrativa de Las Dominicales del Librepensamiento, de cuyos posicionamientos laicistas o anticlericales no tienen porqué ser partícipes necesariamente los anteriormente nominados.


    En una nueva cuña de corte anticlerical publicada en octubre de 1891 trasciende el nombre del corresponsal local de las Dominicales:

    “Mi amigo Antonio Zarza, corresponsal de Las Dominicales en Porcuna, me escribe entusiasmado para contarme que el cura de aquella feligresía, en vista del vuelo que allí va tomando el librepensamiento con la venta de mi excomulgado y querido semanario, está que echa maldiciones hasta por los callos y durezas de los pies contra el bueno y activo expendedor de la regeneradora medicina anticlerical.
     Felicito a mi amigo Zarza y felicito también al cura, porque si buenas desazones le causo con mis burletas, buenas martingalas se trae con sus ovejas; pues, si no estoy equivocado, nada menos que 13.000 reales las ha trasquilado en rifa por un mal retrato de Jesús Nazareno, en los mismos días y en los propios meses que el hospital de Porcuna no puede recibir ni atender a los enfermos por falta de dinero.
     ¡Y váyase lo uno con lo otro! Quiero decir la desazón del cura con Zarza, por la martingala de la rifa”.



    No conocemos el número de ejemplares del semanario impío que llegaban hasta Porcuna, lo que nos impide hacernos una idea de la verdadera dimensión de estas corrientes anticlericales y librepensadoras en la localidad.
    Muy posiblemente el nombre del corresponsal e informante sea ficticio, a fin de evitarsele represalias al verdadero. Su distribución, imaginamos, se haría con grandes dosis de sigilo y prudencia. Casi seguro que, motivados por esas filtraciones a las que Demófilo o cualquier otro redactor sabían ponerle su particular toque irónico y burlesco, la maquinaria de caza y captura del intrépido chivato tuvo que estar operativa entre los sectores más reaccionarios de la sociedad local.
    Aunque éste no parece achantarse. Con un par de años de por medio el corresponsal de Las Dominicales vuelve a ser protagonista de otra burla. Se trata de un suceso acaecido el 1ª de Mayo de 1893, que no guarda relación con manifestación obrera alguna, sino con un rayo que penetró por las ventanas de la Iglesia de San Francisco, utilizada como parroquia mientras se construía el nuevo templo:

    “El 1º de mayo hubo tormenta en Porcuna, y el único rayo que de si arrojaron las nubes se metió en la iglesia donde chamusco un San Francisco de lienzo y destrozó el coro.
     La casa del corresponsal de Las Dominicales en Porcuna, sin novedad ¿Qué dicen de esto los cleripopótamos porcunenses, que embaucan a las gentes explicándoles los efectos del rayo como castigos de los cielos?
    No lo sé. Lo que dije yo es que al que escupe a lo alto, en el rostro le cae la saliva”.

     A partir de 1894, a la par que las huestes republicanas locales entraban en un largo periodo de crisis del que no saldrían hasta bien entrada la primera década del siglo XX, el nombre de Porcuna desaparece de estas publicaciones. Muy posiblemente aquel pequeño grupo de simpatizantes del librepensamiento terminaría sucumbiendo ante el vacío y las presiones del clericalismo. 
     Quedan emplazados para una próxima entrada centrada en las primeras décadas del siglo XX, en la que los encargados de librar batalla contra el clericalismo saldrán mayormente de entre las filas de la Agrupación Socialista local y su filial sindical Paz y Libertad.

    Prácticamente imposible verificar hoy la mayoría de los extremos denunciados, por lo que el autor de este lió no se hace responsable de las burlas y opiniones vertidas por Zarza, Nekens, Chies, Lozano y otros comecuras de la misma ralea.

02 noviembre 2013

VALES Y PAPEL MONEDA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA



PORCUNA (Jaén)

    Cuando la columna del Tte. Coronel Redondo y demás tropas del ejército rebelde tomaron la ciudad de Porcuna el 1 de enero de 1937 se encontraron con un importante alijo de billetes locales, emitidos por el Comité del Frente Popular. La emisión, aunque lleva fecha de 1º de septiembre de 1936, parece ser que no llegó a entrar en circulación. Fueron abandonados a su suerte por quienes tuvieron que salir precipitadamente de la población. Localizados en el Ayuntamiento debieron repartírselos como trofeo entre los integrantes de aquella fuerza ocupante.


    A los pocos días, un anónimo redactor de prensa al servicio de la causa propagandista de F.E. de las J.O.N.S, repara con asombro en los mismos y ridiculiza, con  importantes dosis de bellaquería e ignorancia, su reciente descubrimiento: 
    
   “Ayer tuvimos la ocasión de ver y palpar, una peseta y una “chica abisinia”.
    Pero no se sonrían los maliciosos mal pensados, porque esa chica a que nos referimos no es ni más ni menos que una moneda roja de cero cinco, procedente del Frente Popular de Porcuna; se trata, pues, de una “perra chica”.


    Un cuadradito de cartulina azul de el tamaño de un sello de correos, en la que impreso en un recuadro se lee cinco céntimos.
    ¡Cómo está el patio!


    La peseta ya es otra cosa, porque es en un papel que tiene hasta su litografía y todo, con esta pomposa inscripción: Frente Popular de Porcuna; Vale por una peseta.
    Y debajo, tres firmas con su correspondiente “garañato” por rúbrica de otros tantos analfabetos.
    Claro que este papel moneda de Porcuna está sobradamente garantizado y así lo manifiesta en el reverso.


    Y la garantía es la recolección de la próxima cosecha de la que se han incautado los rojos de aquel país sin tener en cuenta que puede venir algún pedrisco, y ¡adiós cosecha!
    Menos mal que se cuidan de advertir que aquel dinero no circula más que en aquella dichosa región.
    ¡Toma, no! Prueben con él a comprar algunos calcetines o cintas bicolores en la casa de los “fenicios” que nosotros conocemos por acá y verán a donde los mandan”.

   En Porcuna, además de esa perra chica acartonada de la que no ha llegado muestra alguna a nuestros días, al menos nosotros no la conocemos, se emitieron billetes por valor de 1, 2, 5 y 25 pesetas en diversas tintas.



    Las firmas que aparecen estampadas en su anverso no son precisamente “garañatos” o garabatos de analfabetos. Se corresponden con las del Alcalde Presidente del Frente Popular, Rafael Montilla (un obrero autodidacta con un considerable nivel de instrucción y que llegó a ejercer como maestro en la escuela instalada en la Casa del Pueblo), y la de dos funcionarios municipales que optaron por mantenerse fieles a la legalidad: el Depositario Manuel Cañete Romero y el Contador, que no hemos sido capaces de identificar.

    No se tratan de emisiones caprichosas, sino que responden a las circunstancias excepcionales de la economía de guerra.
    Desde un primer momento se produce un generalizado afán de acaparamiento, especialmente entre las monedas de plata, que hizo desaparecer y escasear la moneda fraccionaria. Este hecho dificultaba o imposibilitaba las pequeñas transacciones entre las personas. La situación empeora cuando, por necesidades del conflicto, las monedas de cobre, acuñadas durante la república,  fueron recogidas y destinadas a la fundición para fabricar material de guerra.
    A tal escasez contribuyeron también algunas medidas del gobierno republicano, que en octubre de 1936, ante la necesidad de divisas para mantener la maquinaria de guerra, dispuso la retirada de las monedas de plata de 5 y 10 pesetas que fueron sustituidas por billetes.
    Durante esos primeros momentos de desconcierto, las emisiones locales de papel moneda son autorizadas por el gobierno ante la acuciante necesidad. Las de Porcuna estaban respaldadas por las fincas incautadas y los bienes almacenados procedentes de las mismas, más los añadidos de futuras recolecciones.
    Hasta en algunos territorios del bando nacional, desde el que se ridiculizaba la formula roja, tuvieron que recurrir a ella de manera provisional.



    La oferta de billetes locales es abundante en las páginas dedicadas a la venta de objetos de coleccionismo. Los de Porcuna, en concreto, aparecen ofertados en sus diferentes valores a unos precios relativamente asequibles.
    Aquí es donde entra en juego la suspicacia ante la pillería típica de este mundillo. Con las tecnologías actuales no tiene que ser demasiado difícil reproducir aquellas impresiones y colocarlas en el mercado con la coletilla de “sin circular”.
   Algunos pillos elevan al incauto comprador a la categoría de tonto. Con unos motivos tipográficos prácticamente idénticos se ofrecen series completas, cual si fueran pliegos de sellos, con valores que oscilan entre los 2 y 50 céntimos:


   El fraude resulta más que evidente en la siguiente comparativa. Recorte de un pliego con idénticos valores asignado a otra ciudad:



MOTRIL (Granada)





    En la ciudad de Motril al principio se utilizaron los vales al portador propios de los ensayos colectivistas, que ante el abuso, fueron sustituidos a finales de agosto por la puesta en circulación de una emisión de papel moneda local. El Comité Central Permanente dejaba caer la siguiente advertencia en la prensa local:

   “El papel moneda emitido es una cosa decidida y los comerciantes, vendedores ambulantes, industriales, etc, tienen la obligación de tomarla en evitación de medidas que seríamos los primeros en lamentar”.

 (El Faro Rojo de 1 de septiembre de 1936)


    Por su ámbito de circulación estrictamente local se producían situaciones paradójicas como las recogidas del siguiente testimonio oral:

   “Teníamos una cantidad de leche que no podía ser consumida aquí y que no podíamos llevarla a otro sitio, mientras que los huevos que nos faltaban y que tenían de sobra en el pueblo de al lado, no los podíamos comprar porque el dinero no valía… fue una situación catastrófica”.

   Ambas referencias proceden del libro de Mario López Martínez /Rafael Gil Bracero: Motril en Guerra. De la Republica al franquismo. La utopía revolucionaria. Colección Ingenio, 1997.


    Los billetes de Motril estuvieron en circulación hasta febrero de 1937 cuando la ciudad resulta ocupada por el ejército nacional. Son abundantes y con valores comprendidos entre los 5 céntimos y las 25 pesetas. No se libra tampoco esta población de la burda falsificación. Dos muestras diferentes:




CASTRO DEL RÍO (Córdoba)



   La tomadura de pelo de mayor envergadura se corresponde con esa otra población objeto de este espacio, Castro del Río.
   En esta localidad cordobesa, con claro predominio de las fuerzas anarcosindicalistas, se vivió una efímera experiencia colectivista durante los dos meses que permaneció bajo control de las fuerzas políticas y sindicales de izquierda. Se abolió el dinero y funcionó su economía con vales canjeables.  


     El austriaco Franz Borkenau, durante su periplo viajero por la España republicana, nos ha dejado un testimonio, creemos que algo idealizado, inexacto y exagerado, sobre aquella experiencia colectivista:

    

   "Castro del Río, un pueblo andaluz típicamente populoso y maldito, es uno de los más viejos centros anarquistas de Andalucía. Su grupo CNT tiene ya veintiséis años de existencia y, desde la derrota de la guardia civil en Castro, los anarquistas son la única organización existente... Los insurgentes, cuyas lineas principales corren a unas millas de la aldea, la han atacado desde entonces por dos veces sin éxito. Todas las entradas estaban fuertemente custodiadas y cerradas por barreras, con capacidad técnica bastante fuera de lo común. Esto había dado tiempo a los anarquistas locales de introducir su edén anarquista el cual, en más de un aspecto, se parece bastante al introducido por los anabaptistas en Munster en 1534.

   El punto más notable del régimen anarquista en Castro es la abolición del dinero. El intercambio monetario ha sido suprimido; la producción ha sufrido muy pocos cambios. Las tierras de Castro pertenecían a tres de los más grandes magnates españoles; todos ellos, ausentes por supuesto, han sido expropiadas. El ayuntamiento local no se ha fundido con el comité, como en el resto de Andalucía, sino que ha sido disuelto, el comité ha tomado su lugar y ha creado una especie de sistema soviético. Se ha apoderado de las tierras y las administra. Estas no han sido inteqradas, sino que se las sigue trabajando por separado, contando con los mismos obreros empleados antes en ellas. Los salarios han sido suprimidos. Sería incorrecto decir que han sido sustituidos por una paga en especie. No existe paga de ninguna clase; las tiendas del pueblo alimentan directamente a los habitantes.
   Organizados bajo este sistema el aprovisionamiento de la aldea es de la peor clase; podría aventurarme a decir que es más pobre de lo que pueda haber sido jamás antes, aun teniendo en cuenta las desgraciadas condiciones en las que los braceros andaluces se ven obligados a vivir. El pueblo tiene la suerte de cultivar no solo aceitunas, como sucede con otros muchos pueblos parecidos, sino también trigo; así que al menos hay pan. Posee además grandes rebaños de ovejas, expropiados junto a las fincas, y eso brinda alguna carne. Y todavía cuentan con una tienda de cigarrillos. Eso es todo. En vano intenté tomar alguna bebida, fuese ésta café, vino o limonada. Las tabernas de la aldea habían sido cerradas ya que las consideraban un comercio nefasto. Di un vistazo a las tiendas. Sus depósitos eran tan reducidos, que podía predecirse una próxima hambruna. Pero los habitantes parecían estar orgullosos de este estado de cosas. Estaban complacidos, como ellos mismos nos dijeron, de que hubiese cesado el consumo de café; contemplaban esta abolición de cosas inútiles como una mejora moral, Las pocas comodidades que necesitaban venidas de fuera, principalmente ropa, pensaban obtenerlas del trueque directo de sus excedentes de aceitunas (para lo cual, sin embargo, ningún arreglo había sido concertado). Su odio hacia las clases superiores era mucho más moral que económico. No querían tener acceso a la buena vida de aquellos a quienes habían expropiado, sino liberarse de sus lujos, que a sus ojos eran otros tantos vicios. Su concepto del nuevo orden que debía prevalecer era totalmente ascético”.

    Procedentes del Archivo Histórico Municipal de Castro del Río conservamos unas fotocopias de seis vales emitidos por una Junta Reguladora de Trabajo, posteriores todos al 6 de septiembre de 1936 en que Borkenau visita Castro del Río. Su máximo responsable parece ser el abogado Manuel Castro Merino (Unión Republicana), cuya firma aparece estampada en todos y cada uno de ellos.




    Su destinatario un Taller de Herrería Colectivizado, que, según consta en los mismos, estaba obligado a conservarlos como justificante de los trabajos realizados. Sólo en uno aparece el sello del Comité Local del Frente Popular, otro no lleva sello y en el resto con el del Ayuntamiento Republicano. Debieron ser utilizados como prueba inculpatoria contra Manuel Castro en el juicio sumarísimo del que saldría su condena a muerte.
    Aunque con predominio de las huestes anarquistas, de aquel improvisado sistema económico participaron el resto de las fuerzas políticas responsables del triunfo de la candidatura del Frente Popular en las elecciones de Febrero de 1936, cuyo Ayuntamiento se hallaba en suspenso y sustituido por un Delegado Gubernativo al iniciarse la guerra, constituidas a partir del 18 de julio en Comité Revolucionario.    


    El falsificador fraudulento aquí llega a rizar el rizo. En su afán de rentabilizar sus tiradas emite unos cartones moneda, que en los lugares ribereños como Castro del Río o la barriada cordobesa de Alcolea, para hacerlos más vistosos, los remata con cabezas de pato en el centro de la circunferencia. Llevan fecha de 1937 cuando Castro ya se hallaba en zona nacional, mientras que Alcolea lo estuvo prácticamente desde el principio. ¡De juzgado de guardia!