Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

08 julio 2012

Curiosidades arqueológicas de Bartolomé José Gallardo en Castro del Río.


     La profusa correspondencia de ida y vuelta mantenida por Bartolomé José Gallardo con estudiosos y eruditos de las diferentes ramas del saber, desplegada durante ese periodo de cuatro años en que fuera condenado al destierro en la insigne y leal villa absolutista de Castro del Río (1827-1831), nos ha permitido reconstruir y desarrollar episodios relacionados con el maltrato del que fue objeto por parte de los voluntarios realistas y su terrible Comandante Calderón, conocer su estado de ánimo a través de su producción poética, además de aportarnos otras noticias relacionadas con la amistad favorecedora que le dispensaron algunos castreños y comarcanos que, sabedores de su valía intelectual, no mostraron reparo alguno a la hora de prestarle la ayuda necesaria para sobrellevar aquel penoso periodo de confinamiento y aislamiento forzado.
    
     Tenía algún conocimiento sobre su afición por los temas arqueológicos y las antigüedades. En 1834, ya establecido en la Corte (una vez fallecido el monarca absolutista), fue visitado en varias ocasiones por Francisco de Borja Pavón, un joven cordobés estudiante de farmacia con inquietudes literarias, que iba recomendado por el común amigo Luis María Ramírez de las Casas Deza. De una visita girada a su casa de la calle de Preciados (1º de febrero de 1834) extraemos lo siguiente:
     “Me mostró una arquita llena huesos de los encontrados en las tumbas sepulcrales de la familia de los Pompeyos y un vidrio de la vasija que contenía la luz inextinguible. De esta invención o hallazgo ha hablado Gallardo en un artículo remitido al Vapor de Barcelona” (1)


      Imagino que aquellas muestras arqueológicas le llegarían a través del joven erudito Aureliano Fernández-Guerra y Orbe, primero en ocuparse de una manera “científica” del hallazgo. La familia Fernández-Guerra tenía a Gallardo en especial consideración. El abogado José Fernández Guerra (padre) y el egabrense con despacho en Granada José de la Peña Aguayo (defensor de Mariana Pineda) fueron quienes le defendieron en aquella causa por la que daría con sus huesos en las Higuerillas de Castro del Río:
     “Por un efecto de la claridad y descaro con que una vez se expresó hallándose en las casas del Ayuntamiento de Castro, diciendo que las leyes no se extendían a las opiniones sino a los actos exteriores únicamente, y que el siempre pensaría como mejor le pareciera, sus enemigos, aprovechándose de esta confesión que creyeron o afectaron que era criminal, le formaron causa en 1829, y lo tuvieron preso en la cárcel algunos meses, de la cual salió después de haber sufrido los disgustos y malos ratos que se dejan entender, y tenido que hacer gastos, tanto más gravosos, cuanto Gallardo no disfrutaba de facultades muy amplias” (2).

    Movido por la curiosidad me predispuse a la caza y captura del artículo publicado en "El Vapor" de Barcelona, que finalmente pude encontrar alojado dentro de la hemeroteca digital de Cataluña. Después de tenerlo localizado me percaté de que ya se hallaba incluido en un monográfico dedicado al Mausoleo de los Pompeyos publicado en el nº 1 de la Revista Salsum, aunque procedente de otra publicación y de una fecha ligeramente anterior. Según consta en dicho trabajo el artículo vio la luz en el Boletín de Comercio del 10 de septiembre de 1833, dando primicias de la noticia sólo 22 días después del hallazgo. En enlace del monográfico de Salsum se puede leer el extracto del original remitido por Gallardo, encontrado en el Archivo Familiar Fernández Guerra que conserva Emilio Miranda Valdés, aunque firmado todavía con pseudónimo (B.D. Gtábaro). Resulta extraño que cuando este mismo artículo se reimprime siete días después en el  "El Vapor" de Barcelona (nº 78 de 17 de septiembre de 1833), el B.D. aparece ya acompañado de su auténtico apellido.
     He detectado un pequeño error en este monográfico de Salsum. Dice: “Gallardo, por su cercanía a Baena, estuvo enterado desde el primer día del proceso del descubrimiento”. Éste no pudo ser testigo presencial de aquel fortuito hallazgo, ya que por esas fechas (agosto de 1833) ya llevaba un par de años alejado de la ribera del Guadajoz. Las noticias de las que se vale Gallardo para publicar su artículo le llegan por correo a través de un amigo y conocido desde Baena (V.N. y P.). Esa carta fue publicada justo en el número inmediatamente anterior al que su artículo viera la luz en el Vapor de Barcelona (nº 77 de 14 de septiembre de 1833). En esta misíva queda certificada su también afición y curiosidad  por los temas arqueológicos, desarrollada con frecuentes excursiones entre vestigios y riscos de la rica campiña de Córdoba, durante los cuatro años en que permaneció confinado en Castro del Río a merced de sus huestes absolutistas. Aunque aparece algún término peyorativo para los castreños como destinatarios, que supongo dirigido a esos mismos que el propio Gallardo bautizara como “garamantas fieros”, se hace merecedor de ser transcrito tal cual:




     Nuestro apreciable amigo, el erudito D.B.J. Gallardo nos ha remitido la siguiente carta que le ha dirigido un amigo suyo de Baena, explicándole el descubrimiento del sepulcro de los Pompeyos; no dudamos de que su contenido será agradable a nuestros lectores.

    
     SEÑOR DON B.J. GALLARDO


     Mi amigo y dueño: V. que ha hecho apreciar más la tierra que pisamos: en este que llamaba V. “país clásico de la libertad”, por la heroica, si malograda, resistencia que en las guerras Pompeyanas hizo contra la tiranía de Cesar por sacudir el yugo romano, acabamos de descubrir un testimonio justificativo de este dictado con que V. le favorece. ¡Tanto como usted la ha corrido y sendereado en los cuatro años que pasó en estas tierras, siempre campeando, siempre echando compases por el terreno, midiéndole a palmos, contemplando las ruinas de la antigua Osca (hoy Iscar), y todos los lugares famosos de esta campiña, de que no se halla el más leve rastro en Cesar, Hircio, etc ! Y después de

“Tantas idas
y venidas,
tantas vueltas
y revueltas”


     ¡Lo mejor se ha dejado V. por ver! Este sí que es tesoro, y no los que los gansos de Castro, que le tenían a V. por zahorí, decían que andaba usted buscando, al verle atrochar por esos despoblados, revolviendo en los villares escombros y piedras mohosas.


     Si amigo; si está V. aquí ahora, enloquece de gozo: hemos descubierto nada menos que el sepulcro de los POMPEYOS.- Ya V. se acuerda, en el despoblado de Castro Viejo, del cortijo que llaman de las Vírgenes, donde se encontró aquella estatua sin cabeza, que hoy existe en el lugar llamado del Rey, que fue de nuestro buen amigo don Diego Carro.

 
      Pues en él, a la vista de la torre de Padrones, un zagalón vaquero, este 16 de agosto, como notase días antes en un paraje cierto sonido de oquedad, soñándose, lo que aquí es tan común imaginación, que se encerraba en el algún tesoro moruno, empezó a hurgar y socavar con el cayado. Cuando más ahondaba, más sonaba hueco,; por fin, encontrado en piedras recias con una resistencia que no pudo vencer con tan endeble palanca, acudió al cortijo en busca de otro más amañado instrumento, y (¡Dios y en hora buena!) con el auxilio de otro zagal, su compañero, cavaron hasta que abrieron un resquicio, por donde a la vista de una opaca lámpara que dentro lucía, traslumbraron una cámara, y en ella unos (dicen ellos) como “cofrecitos de piedra”.
     Encandilados ya con esta vista, y figurándoselos no menos que llenos de oro, se abrieron una entrada capaz a aquel subterráneo, por la cual se colaron a él; pero quedáronse luego a oscuras, porque la escasa luz que antes alumbraba, luego se apagó: más por la que entraba por el boquerón que abrieron, pudieron ver la pieza (y yo la he visto también). Es de cuatro varas de largo, unas dos y media de ancho, y sobre tres de alto.
     La luz que divisaron, salía de una de las que llaman lámparas inextinguibles o perennes; la cual era (digo que “era”, porque la rompieron al sacarla de una como caja de plomo que la chapaba) de cristal con varias figuras de colores, y con el suelo redondo al modo de una caldera. Tenía una cubierta plana, igualmente de plomo, con un reborde de más de dos dedos de canto; y en medio una agujero redondo, por donde la luz tuviese respiradero. El tamaño de este vaso, media vara de hondo, por cuarta y media de boca o diámetro.
     En su fondo conservaba todavía como un cuartillo del licor con que ardía la lámpara cuando la descubrieron, al cabo de la friolera de sus dos mil años que estaría ardiendo sola, sin necesidad de que la atizara sacristán, ni beata lamparera.
     Encontráronse también otros varios vasos y utensilios; de todo lo cual queremos mandar a V. fiel inventario y puntual dibujo. Pero el tesoro más inestimable que se encontró, fueron las cenizas venerables con algunos huesos, restos todos de la ilustre familia POMPEYA, en doce urnas de piedra-franca, con sus tapas de lo mismo, y sendas inscripciones, cuyo tenor es el siguiente:


     La figura de estas urnas es cuadrilonga; su longitud tercia y media, con una cuarta de latitud, y otra de altura.


     A la novedad de tan peregrino hallazgo se han agolpado aquí gentes de estas inmediaciones, que ni a jubileo de toties-quoties.
     Esos poquitos renglones darán ahora no poco que borrajear a los sabios de esa Corte. V. mande en todos sentidos cuanto se escriba, y cuanto guste a su invariable amigo y S.S.- V.N. y P.- Baena 22 de agosto de de 1833.

      Para Rodríguez Moñino, el autor de la carta parece ser un tal V[icente] N[oriega] y P[osada], aunque se desconoce en que se fundamenta para tal asociación. El apellido Noriega por estos lares parece estar ligado a un individuo de origen gallego llamado Francisco Noriega de Bada, abogado de los Reales Concejos, que durante los años finales del siglo XVIII recaló en la villa de Porcuna con el empleo de Contador y Juez Subdelegado de las Reales Rentas de la Mesa Maestral de la Orden de Calatrava. Uno de sus hijos llamado Vicente Noriega de Bada y Mestas, oficial mayor en dicha subdelegación, se casará en Porcuna 1817 con Juana de Dios de la Coba y Gascón, donde terminaría echando raíces. Creo que se trata del mismo individuo que después supo y pudo aprovecharse de las subastas a las que se vieron sometidas las posesiones de la extinta Mesa Maestral durante el proceso desamortizador puesto en marcha por los liberales.

B.O.P. de Caceres (diciembre 1837)
     Bien pudiera tratarse también del autor de esa carta remitida desde Baena, cuya amistad con Gallardo, además de por la afición mutua por la arqueología, estaría relacionada con la comunión de ideas liberales, que parece profesar por resultar beneficiado por el Decreto de Desamortización de Mendizábal.

            (1) Revista de Archivos, Bibliotecas y Museos. Año X. Abril - Mayo de 1906. Números 4 y 5. Ángel M. de Barcia / D. Francisco de Borja Pavón: traducciones de poetas latinos. Contiene numerosas anotaciones de Francisco de Borja sobre sus visitas en Madrid a Bartolomé José Gallardo.
      (2) Durante los meses de mayo y junio de 1853, al año siguiente de su muerte, el erudito cordobés Luís María Ramírez de las Casas Deza, se convirtió en su primer biógrafo, al publicar por entregas, en el Semanario Pintoresco Español varios artículos sobre la trayectoria vital del polifacético Bartolomé José Gallardo.

1 comentario:

  1. Gallardeando:
    Contagiado por la erudición de Don Bartolo he tirado del Inventario General de Insultos de Pancracio Celdrán para clarificar esos términos despectivos para con determinados pobladores de Castro del Río de la primera mitad del siglo XIX, que por aquí asoman.
    Garamantas: Pertenecientes al Imperio de los Garamantas, del interior de África, donde sitúan los autores de libros de caballerías sus aventuras y absurdas situaciones.
    En cuanto a la expresión ganso o “hacer el ganso”, dice: “Situar a estos animales en la cabeza de lista de sandez es ajena a la propia naturaleza de estas aves, teniendo sólo algo que ver con su comportamiento social de carácter gregario. Asimismo, los que hablan por boca de ganso no son tontos del todo, sino tontos a la fuerza, ya que carecen de la libertad para expresarse como de verdad son. Así, decimos de alguien que habla por boca de ganso, es decir, que no manifiesta autonomía de pensamiento ni dice lo que él piensa, cuando expresa opinión ajena como propia. Y al parecer se dijo porque los gansos cuando empieza a cantar uno, cantan seguidamente todos”.
    La pintura que utilizo para ilustrar, aunque sin pertenecer a la cultura española, la he tomado por su parecido con algunos paisajes de la ribera del Guadajoz. La chica, que aparece sentada a la orilla como custodiando la manada, encierra su simbología (incógnita a despejar libremente).

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