Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

28 febrero 2012

LA MAPRIORA


    Este apodo se lo encasquetó, con mucho acierto, su señor padre, asimilándola a las potestades de las que disfrutaba la madre priora de un convento de monjas.
    Desde muy jovencita le gustaba ya organizar y dirigir. Con el tiempo, sería ella quien llevara las riendas del pequeño taller de costura que, junto a su madre, hermana y alguna que otra operaria de temporada, montaron en su propia casa. Era ella quien se encargaba de repartir el trabajo y asignar las tareas domésticas, motivo por el que discutía frecuentemente con su madre. Al ser la mayor, se creía con derecho de disponer sobre todo lo relativo  a sus hermanos, convencida siempre de llevar la razón y de que sus decisiones eran las más convenientes para todos. A su propia hermana, cuando se puso novia  y casadera, le buscó trabajó en el prestigioso taller de Doña María, que al poco la nombró primera oficiala y persona de confianza. Este hecho, valiéndose de sus relaciones con la notable clientela femenina para la que cosía,  supo aprovecharlo para conseguir también un buen empleo a su novio, en la naciente fábrica de papel de la celulosa.
   Cuando le llegó la hora de trabajar al más pequeño de la casa, se negó en rotundo a que siguiera el oficio que su padre desempeñaba: “El niño no será albañil, será mecánico”. Su testarudez se tradujo pronto en su ingreso como aprendiz en un taller de cerrajería, convirtiéndose con el tiempo en un buen profesional de este ramo industrial.
    Su padre, hombre liberal y condescendiente, confiaba plenamente en el atino de su “mapriora”, y la dejaba hacer y deshacer a su antojo. Las pocas veces en que se le contrariaba entonaba una famosa frase, que en su boca se haría célebre: “En mí no manda nadie”.



    Para muestra un botón. Allá por los años cincuenta, cuando sólo tendría 18 o 20 años, a pesar del tan temido “qué dirán” pueblerino, salvando la contrariedad de su propia madre, con el traje de marinero que le había regalado su novio, al terminar el servicio militar, se confeccionó un conjunto de pantalón blanco y camisa que imitaba a aquellos que lucían las famosas actrices de la época. Adornada con un pañuelo al cuello, unas gafas de sol y su melenita al viento, completó su hazaña paseándose descalza por la playa con el pantalón remangado, lo mismo que hacían aquellas primeras turistas extranjeras que aterrizaban por la costa granadina.
    Esa foto en la que aparece con pose de modelo, es la demostración palpable de que era capaz de conseguir aquello que se proponía.

Motril: Vista parcial del puerto (años 60)

    Fueron pasando los años manteniendo ese carácter poderoso: “nunca nadie mando en ella”.
    Llegada la vejez, en su vida se ha cruzado sin avisar el “Señor Alzheimer” que poco a poco le ha ido arrebatando su potestad. En un principio se revelaba y le costaba trabajo aceptar directrices ajenas. A medida que su enfermedad se fue acentuando ha perdido capacidad para decidir, opinar e incluso pensar, quedando anulada prácticamente su voluntad.
    Si este indeseable Señor le hubiera puesto sobre aviso de tal situación, se habría reído en su propia cara, no sin antes contestarle con su característico: “en mi no hay quién mande”.

     Rosa Campoy (cuidadora e hija de "la mapriora")


25 febrero 2012

LA TELA DEL PADRE (Conclusión)


La tela del padre
(Conclusión)

      Ya entonces encontré descifrada la personalidad del padre a que aludía el oficio que en mi bolsillo llevaba; pero todavía no sabía una jota ni de la póstula ni de la tela.
      Íbamos procesionalmente: primero las dos burras con el alguacil y el pregonero, y después los ya dichos señores del pueblo, presididos por el vicario, el alcalde y el padre cuaresmal.
      Pronto averigüe lo que era la póstula. Los postulantes éramos nosotros: el objeto de la póstula eran el padre y su tela. Eso último es lo que faltaba comprender. Llegamos a todas las casas: las de los ricos, las de los medianamente acomodados y las de los pobres. El pregonero, hombre de buenos pulmones, se entraba por los patios de adentro, gritando ¡Para la tela del padre!, sacando en sus manos, ya una sarta de chorizos, ya un pedazo de jamón, ya un pedazo de tocino, o bien un celemín de trigo, de garbanzos o de habas secas; algunas gallinas, huevos a veces. Y en otras partes nos daban, no jamón, si no huesos de jamón, lo cual no es lo mismo; medio queso, un puchero con miel, tres panes oscuros como mis botas, puñados de alberjones o lentejas; un codillo, medio cabrito, dos espinazos, algunas monedas de calderilla. En las tabernas ya se sabe: un frasco de aguardiente o una mediana cantimplora de vino blanco.
      Pronto se llenó el seno de ambos serones, y en una esquina hicimos un alto forzoso, mientras fueron llevadas las burras a descargar en casa del padre y volvieron de vacío para continuar con nuestra tarea. Al cabo de tres o cuatro viajes por el estilo llegó la noche, se acabó la póstula y acompañamos al padre cuaresmal a su alojamiento, en cuyo umbral nos despedimos de él con las mayores muestras de cortesía por ambas partes.
      Mohíno por demás regresaba yo a mi casa diciéndome. ¿Qué será lo que el padre hará con todo eso? ¿Se lo irá a comer? Si lo hace revienta. Entonces, como si hubiera adivinado mi curiosidad, se me acercó el alguacil y me dijo:
-        ¡Qué buena ha estado la póstula! Ya tiene el padre tela larga.
-        ¡Ya lo creo! – le contesté – Si se lo come todo…
-        No, señor: es para la tela.
-        Pero hombre, ¿qué tela es esa?
-        Una tela que mañana se comprará con el dinero que den por todo, para hacerle al padre camisas y calzones blancos.
-        Pero diga V.: ¿Se ha venido el padre al pueblo sin calzones blancos?
-        Yo no sé; pero es costumbre que lo que se saca de la póstula se venda mañana en la puerta de su casa, cosa por cosa, y con ello se compra de lienzo hilado y tejido en el pueblo cuantas varas quepan en el dinero recogido.
-        ¡Gracias a Dios que ya lo he comprendido todo! Hemos ido nosotros con el padre cuaresmal para estimular la piedad del vecindario, y el padre va a quedar surtido de esta hecha, al menos de ropa blanca, si no saca otra cosa de sus sermones.
-        ¡Que si quieres! ¡Eso no es más que una friolera! En buenos pesos duros le pagan al padre los sermones, y además comido y bebido toda la Cuaresma. Lo de la tela es un plus de campaña, como el que a mi me dieron algunas veces en el servicio del rey.
-        ¿Y todos los años es lo mismo?
-        Lo mismo.
-        Pero hombre, ¿no sería más decoroso hacer la póstula en dinero, dárselo al padre, y que él se comprara lo que más falta le hiciera?
-        No, señor, porque en dinero no se junta en el pueblo ni cien reales. La mayor parte de las mujeres que dan una libra de tocino, que vale siete, o un celemín de trigo, que vale tres, si dan dinero no pasan de cuatro o seis cuartos.
  Me quedé convencido, aunque por afán de replicar le dije:
-        Pues si el padre viene muchos años, en poco junta una tienda.
-        Es que a éste no le volvemos a llamar hasta que se calcula que la tela se ha roto. Llamamos a otros y van alternando.


      A semejante abrumadora lógica nada tuve que contestar, pero el alguacil, que tenía ganas de conversación, siguió diciéndome:
-        La póstula de este año ha sido buena porque el campo se presenta bien, porque anteayer se le dio una paliza al comisionado de apremio que mandaron de Córdoba , y porque el padre ha dado gusto.
-        ¿Cómo gusto?
-        Porque ha hecho llorar a todas las mujeres y a muchísimos hombres.
-        ¡Vaya un gusto!
-        Si señor; y ha arreglado dos docenas de matrimonios mal avenidos, convenciendo a los maridos de que no deben reparar en pequeñeces.
-        ¡Ah! Si, como en la corte. Allí tampoco se repara en pequeñeces.
-        Y las mujeres…
-        ¿También convence a las mujeres?
-        Si señor: de que cuanto más tiempo están los hombres en la taberna, más libres están ellas en su casa para hacer su santísima voluntad. Y, luego ¡vaya un pico de oro! ¡Como relata lo de la Magdalena, cuando limpio del sudor y la sangre la cara del Señor, y de la Verónica, que derramó sobre los pies de Jesús ungüento, de modo que dicen que huele mucho, y se los secó con sus cabellos!
-        ¡Hombre! Eso no lo pudo decir el padre. Pasó todo lo contrario: la Verónica fue la que con el lienzo sacó estampada la efigie del Señor, y la magdalena la que en el cenáculo se presentó y ungió sus pies.
-        Tiene usted razón, eso fue lo que dijo. Sino que siempre que se habla del cenáculo me acuerdo de Judas. Si está usted aquí el Sábado Santo verá cómo le fusilamos.
-        ¡Pero hombre, si judas se ahorcó!
-        No le hace. Para judas no hay cuartel, ahorcado y todo, se le fusila.
-        Muy bien hecho.
  Llegamos a casa y me separé del alguacil.
      A los pocos días tuve que hacer mis visitas de despedida, Una de las de rigor era la del padre cuaresmal.
      Le recomendé que siguiera arreglando los muchos matrimonios desavenidos que aun había en el pueblo, y él me ofreció hacerlo con unción verdaderamente evangélica.
      Sobre un antiguo sofá que en la estancia ocupaba el principal testero se veian tres o cuatro rollos de lienzo blanco y prensado.
      Aquello era la tela del padre.

 AGUSTÍN GONZÁLEZ RUANO

       La prometida reseña biográfica sobre este literato cordobés, por laboriosidad y cuestiones de tiempo, queda pospuesta hasta nueva orden.


24 febrero 2012

LA TELA DEL PADRE


     Cuando me sumerjo en los fondos de las hemerotecas digitales, de las que suelo proveerme de noticias e informaciones relacionadas con la historia de las poblaciones y comarcas objeto de este espacio, de vez en cuando, sin querer queriendo, se tropieza uno con artículos literarios, que bien por su encabezamiento, ilustraciones o temática, distraen forzosamente la atención hacia contenidos completamente diferentes del objetivo marcado en principio.
     Ha sido precisamente la casualidad, unida a mi curiosidad innata, las que han derivado en el, para mí, “preciado hallazgo” de una especie de cuento o relato de corte costumbrista, de cuya autoría es responsable un poco conocido periodista y literato cordobés de la segunda mitad del siglo XIX. Su nombre don Agustín González Ruano, natural del pueblo cordobés de Montemayor.
      Está  ambientado en su villa natal, con él mismo como protagonista y testigo del hilo argumental. Incluye una atractiva semblanza geográfica-poética del paisaje de la campiña de Córdoba, en ese momento de explosión mágica de olores y colores que se da en nuestra tierra cuando la primavera hace acto de presencia, que además, transcurre en paralelo con esas festividades, entre religiosas y profanas, relacionadas con la Cuaresma: el carnaval, después del que se inicia, y la Semana Santa, que le pone broche definitivo.  
      Para la semblanza se aprovecha de ese privilegiado mirador, que es Montemayor, desde el que se divisa la mayor parte de la vasta y feraz campiña cordobesa. El verdadero interés de este artículo periodístico estriba en sus alusiones a determinadas costumbres populares, ya perdidas, relacionadas con la cuaresma,  que me  reservo de momento, para que sea el propio relato quien las desvele. De manera que, respetaremos también el halo de intriga que introduce su autor al publicarlo por entregas.


     Les dejo con la primera parte, que vio la luz en el semanario barcelonés “La Ilustración Ibérica” (Semanario científico, literario y artístico),  nº 462 (7 de noviembre de 1891).

La tela del padre

(Artículo de raras costumbres)

   - Señorito.
   - ¿Qué hay?
   - Este oficio que han traído para V.
   - ¿Un oficio? … Pues está bien. ¡Yo, que me he venido a pasar una temporada en este pueblo, que es, si no muy grande, uno de los más pintorescos de Andalucía, huyendo de informes, oficios y expedientes!
   - ¿Quien lo trae?
   - El alguacil.
   - ¡Cáscaras! Esta es más negra. Yo respeto mucho a la justicia; pero la verdad que siempre he procurado, y Dios me conservé en mi propósito, no tener relaciones con ella. En fin, veamos. Justo, un oficio del alcalde, que a la letra dice así:

   “Debiendo verificarse en la tarde del día de hoy la póstula para la tela del padre, espero que sirva V. concurrir a las Casas Consistoriales a las tres en punto. Dios, etc.”

   Si el oficio hubiera estado escrito en japonés creo que lo hubiera entendido mejor.
   Debiendo… ¡Eso que todos los oficios han de empezar por gerundio es una droga!
   Pero ¿qué póstula es esa, ni que tela, ni que padre, ni que falta hago yo para todo eso?
   En fin, vamos a obedecer a la autoridad local, no vaya a hacer conmigo una alcaldada. Quizá en el Ayuntamiento habrá quien me explique el enigma.
   Seguía yo a la sazón medio tendido en un sillón de los de entre catre y cama, junto a un ancho balcón de mi casa de Montemayor, desde donde se dominaba toda la espléndida campiña que se extiende entre este pueblo, y los de Espejo, Montilla, Castro del Río y gran parte del término de Córdoba. Al levante, y sobre la línea del horizonte sensible, se destacaba en la sierra el célebre santuario de la Virgen de Cabra; al sur se veían las grandes masas de olivar de Aguilar, de la Rambla y del mismo pueblo de Montemayor, que, como corriéndose, a poniente, medio ocultan el lindo pueblo de Fernán Núñez, con sus famosas estacadas de Valdeconejos y el monte de la Vieja; y al norte se dibujaba la cordillera de Sierra Morena, al cuyo pie se encuentra Córdoba, la sultana, la odalisca, o lo que se quiera, de las regiones de occidente.


   Por entonces los habares en flor enviaban al aire su perfume; los olivares se vestían de trama; pequeña flor blanca con estambres pajizos que modificaban de un modo notable el verde oscuro de las copas de los olivos; las amapolas desplegaban entre los trigos su manto de grana, y el aire tibio de la primavera saturaba los pulmones de oxígeno vivificador.
   La ribera de huertas que forman una especie de semicírculo de verdor alrededor del pueblo; más lejos las vegas del río Guadajoz, que se desliza hacia el Guadalquivir entre huertas, alamedas y cañaverales, ofrecían a mi vista un panorama delicioso: Más cerca, en el pueblo mismo, el castillo de los duques de Frías, con sus tres torres, perfectamente conservadas: la de las Palomas, o sea la del homenaje; la de las Armas y la Torre Mocha, llamada sin duda así porque carece de almenas y matacanes. Especie de bloque enorme de mampostería, que parece por su pesadumbre amenazar a los barrios del pueblo que se extienden a sus pies.


   Abandonar aquel magnífico espectáculo para ir a ver al alcalde y en busca de lo desconocido era toda una decepción; pero como de decepciones se compone la vida, no hubo más remedio que ponerse decentito y acudir a la cita.
    Cruzando las calles de la población, cubiertas por un pavimento completamente primitivo, que sin duda se sostiene tal cual es a ruego de toda clase de pedicuros y callistas, llegué al fin, sano y salvo, a la Casa Consistorial. No eran las tres todavía y ya la sala capitular contenía a todo lo más granado del sexo masculino del pueblo, con el vicario eclesiástico, el alcalde, el regidor síndico y otros tres o cuatro concejales.
   Al pie de los balcones del edificio estaba el alguacil teniendo de ronzal una burra aparejada, y sobre el aparejo un gran serón vacío; y con el alguacil estaba el pregonero con otra burra al lado, y ésta con otro serón semejante.
   Al cabo de poco rato se presento en el salón de sesiones el padre cuaresmal que venía predicando en la parroquia, no sólo todos los domingos de aquel tiempo santo, sino el devoto septenario de Dolores, así como los sermones de Pasión en la Iglesia y el llamado del Paso en la plaza pública.
  Ya encontré descifrada la personalidad del padre, pero aún no sabía yo una jota ni de póstula ni de tela.
   Cambiados los saludos de rúbrica con la mayor cordialidad, salimos todos del Ayuntamiento procesionalmente.

(Se continuará)                                                                          
AGUSTÍN GONZÁLEZ RUANO 


     La segunda parte, nos permitirá desentrañar esas interrogantes que afectan a la curiosidad del propio autor, la misteriosa póstula y la enigmática tela, que junto a una pequeña reseña biográfica de este periodista y literato cordobés, posponemos hasta una próxima entrada.

Leer 2ª parte (conclusión)

21 febrero 2012

Otras antiguedades romanas de Porcuna en el Catálogo Monumental de la provincia de Jaén



    Estrujando un poco más esta fuente historiográfica podemos confeccionar una nueva entrada, complementaria de las anteriores, sobre otras antigüedades romanas procedentes de la antigua Obulco (Porcuna), fotografiadas y referenciadas en texto por Enrique Romero de Torres, su autor.
    Se trata de dos lápidas funerarias, un busto de niño y varios capiteles de diferentes ordenes.


     La primera de las lápidas, ya fue incluida por Emil Hübner entre las 30 procedentes de Obulco en sus Inscriptiones Hispaniae Latinae ( Corpus Inscriptionum Latinorum II), obra concluida y publicada en 1892 (nº 5519). Aureliano Fernández Guerra en “Nuevas inscripciones de Córdoba y Porcuna” (Boletín de la Real Academia de la Historia tomo XI pag.169, 1887) también se ocupa de ella.

(Fotografía nº 523)

     Sobre piedra arenisca, fue hallada en junio de 1883. Se conservaba en la colección arqueológica del propio don Enrique Romero de Torres.

     También se incluye fotografía y noticias de una segunda lápida de piedra de mármol. Los avatares de esa pieza están recogidos en el propio texto del catálogo, también reproducidos en un artículo que bajo el título de "Nueva inscripción romana" (Porcuna), fue publicado en el nº 21 (septiembre del año 1914) de la revista cultural giennense Don Lope de Sosa:

      "Entre los papeles antiguos que existen en el archivo de la Real Academia de San Fernando, en una carpeta correspondiente a la provincia de Jaén hay entre otras noticias curiosas, una comunicación fechada el año de 1846 en la que se participa a dicha Academia que habiéndose hecho excavaciones en el pueblo de Porcuna, por iniciativa del señor don Cristino Aguilera, habían dado por resultado el hallazgo de varios objetos arqueológicos como son: un sarcófago, dos lacrimatorios, uno de barro y el otro de cristal, dos candiles, ocho vasos de barro, tres de ellos de forma etrusca, tres urnas sepulcrales y media lápida de mármol".

    El hallazgo, que en un principio fue fortuito, tuvo lugar con motivo de las obras emprendidas por el Ayuntamiento, presidido por don Cristino Aguilera, para la construcción del nuevo paseo. Aunque según noticia recogida por la prensa histórica, parece ser que estuvo acompañado de una posterior excavación arqueológica.

La Esperanza 2 de agosto de 1845.

     "Creyendo este fragmento inédito porque no lo incluye Hübner en las inscripciones correspondientes a Obulco Municipium Pontificense, hube de escribirle al ilustre director de la Real Academia de la Historia don Fidel Fita, el cual en galante misiva me contestó así:

    “Mi querido amigo y compañero. El mármol original de la inscripción de Porcuna que usted me indica en su muy grata de anteayer está en el Museo Arqueológico de Granada. Al que pasó comprado por el Gobierno en 1885 con otros procedentes de la riquísima colección de don Manuel de Góngora y Martínez. En esta colección no se indicaba el sitio de donde Góngora la sacó, por eso la reseño Hubner (nº 5513) entre los de Granada y fue lástima que no conociese la carta que usted cita”.




(Fotografía nº 524)


     “Guiado por tan oportuna contestación a mi paso por la bella capital de Granada me proporcioné la adjunta fotografía del precioso fragmento lapidario, el cual mide de alto 61 centímetros y de ancho 41. Sus letras son hermosísimas e indudablemente del primer siglo. El suplemento que falta para completar los renglones me induce a creer que las dimensiones del fragmento perdido no diferían de las del presente”.

     Cuestiona la traducción hecha por Hübner en su día y conjetura una nueva (véase ficha catálogo Museo Arqueológico de Granada ubicada en el portal CERES). 


     Las siguientes piezas fueron encontradas casualmente (habría que contemplar también la posibilidad de una improvisada excavación pseudocientífica) en los primeros años del siglo XX, en el mismo lugar donde con posterioridad se ha localizado y ubicado el sector residencial noble de la antigua Obulco:




     “También se han descubierto en el haza denominada Peñuela lindando con la población a unos 100 metros a poniente, dos magníficos capiteles corintios que miden 65 centímetros de alto por 63 de ancho y un busto de un niño en mármol de 0’27 centímetros por 0’20. Los dueños de estos terrenos son los herederos de Don Ramón Barrionuevo” (fotografías 527- 528).

     El profesor Beltrán Fortes en un trabajo bajo el título de “Esculturas romanas desaparecidas de la provincia de Jaén, según el Catálogo de los Monumentos Históricos y Artísticos de E. Romero de Torres” (HABIS 33, 2002, 459-486) da por desaparecido ese retrato infantil, informándonos sobre su posible datación y características iconográficas (véase enlace). 


     Este otro capitel de orden jónico, de excelente factura, se hallaba en el patio de la Iglesia de San Benito. Al igual que los de orden corintio, anteriormente expuestos, desconocemos su paradero.


17 febrero 2012

Esculturas romanas de la antigua Obulco

Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén (1913-1915)

     Estas dos estatuas femeninas vestidas son de época romana (siglos I-II d.C), y tal como aparece en el pie de foto, proceden de la antigua Obulco (Porcuna). Su hallazgo se remonta a los tiempos del reinado del emperador Carlos V (1516-1556) y detrás de ellas hay una larga historia que contar en la que nos vamos a detener tirando de diferentes fuentes historiográficas.
     
     Las primeras noticias nos las proporciona el epigrafista y viajero arqueológico cordobés Juan Fernández Franco (1520-1601) coetáneo del hallazgo. En su cuaderno de “Antigüedades de la Bética remitido al doctor Siruela por Don Nicolás Antonio y dedicado al Marqués de Comares, se dice hablando de Porcuna:

      “Hay allí hoy día  en la fortaleza una torre muy principal hecha por los romanos. Pues en esta villa se descubrió en una casa un gran edificio, y basas y estatuas, y el señor Marqués de Priego fue allí por verle, y compro la casa para que fuese suyo lo que de allí se sacase, y halláronse tres estatuas excelentes de alabastro, muy poderosas, en una bóveda como capilla, la una de Plubio Cornelio Felix y otra de su mujer y otra de su hijo Plubio Cornelio Valeriano, y entre ellos se hallaron muy excelentes basas, y una piedra de las de la tierra de la Campiña, muy fuerte y muy bien labrada, con su epitafio que se halló junto a las estatuas. Todo lo cual el marqués mando traer a su castillo de la villa de Cañete, y allí están las estatuas y las piedras”.

Dibujo de Cecilio Pizarro (1850)

      La Historia de Porcuna de Manuel Heredia Espinosa, en el capítulo dedicado al lapidario romano de la antigua Obulco, incluye nuevas noticias sobre este hallazgo, al parecer, tomadas de una de las múltiples copias manuscritas sobre la original de Fernández Franco a la que tuvo acceso su autor en la Biblioteca Pública de Córdoba:

     “El Ilustrísimo Señor don Pedro Fernández de Córdoba, primer Marqués de Priego, bisabuelo del marqués, mío Señor, fue con el doctor don Jerónimo de Morales, su médico, y padre del cronista Ambrosio de Morales, y del doctor don Agustín de Oliva, a la villa de Porcuna, por su persona, a ver unas grandes antigüedades de estatuas y letreros que se habían descubierto en casa del vecino Jorge Vélez, cerca de la Iglesia de San Benito”

      “Las estatuas son de muy gran perfección y muchos talladores y canteros las vienen a ver. Quisieron en Porcuna impedir que las trajesen a Cañete, por la disposición de la LEY NEMINI CODICE DE EDIFICIIS PRIVATI, “por la que no se pueden sacar cosas de los municipios, que parece es honra y autoridad de ellos; pero todavía se trujeron”. Estas estatuas están a los lados de la puerta principal de dicho Castillo”.

      Martín Ximena Jurado en sus “Antigüedades del Reino de Jaén”, manuscrito que se conserva en la Real Academia de la Historia, fechado en 1636, proporciona también información detallada sobre este hallazgo:

     “El Marqués Don Pedro de Aguilar supo que en una casa de Porcuna avían descubierto unas estatuas y sus letreros con ellos; compro la casa y llevándose en unos carros a su villa de Cañete las estatuas y basas y letreros; púsolas dentro de su castillo a la puerta de su aposento; las estatuas eran quatro de padre y madre y un hijo y una hija. La del padre e hija estaban enteras. Las otras a pedazos son muy grandes y muy lindas”.

      Incluye Ximena un dibujo con la inscripción que figuraba en la lápida funeraria hallada en el mismo lugar:


     En 1850, el erudito cordobés Luís María Ramírez y las Casas-Deza publica un artículo en El Semanario Pintoresco Español (le acompaña esa bonita ilustración de Cecilio Pizarro mostrada anteriormente), donde se ocupa de la historia del Castillo de Cañete de las Torres, reparando forzosamente en esas estatuas:



     Incluye también una nueva transcripción de lápida encontrada junto a ellas, aunque no las relaciona:



      Francisco Piferrer en su "Trofeo heroico: armas,escudos y blasones de las provincias y principales ciudades y villas de España" (publicado en 1860), también menciona la existencia en Cañete de las Torres de “dos estatuas de dos varas de alto que representan a las diosas Venus y Ceres”, que deben de ser las mismas a las que nos venimos refiriendo desde un principio, asociadas ligeramente a esas deidades femeninas romanas.

     
     Es el Inventario Monumental y Artístico de la Provincia de Córdoba de Rafael Ramírez de Arellano, cuyos trabajos realizan durante los años 1902-1904, en el artículo dedicado a la localidad de Cañete de las Torres, incluye una reseña más descriptiva sobre esta estatuaria: 
     “En uno de los patios del castillo hay dos estatuas vestidas con túnicas y peplos. Una tiene el peplo recogido debajo del brazo y la otra lo tiene por encima del hombro, como hoy se esboza la gente la capa. A ambas le faltan las manos y a una todo el rostro, que, a juzgar por el corte, parece debía ser de pieza distinta y haberse desprendido. Son esculturas de la misma época y aun de la misma mano, bastante buenas. Están bien conservadas, excepto las cabezas y hoy se ven embadurnadas de cal. Estas no atestiguan nada sobre la antigüedad de Cañete, porque el primer Marqués de Priego las compró en Porcuna y las trasladó a su castillo según asegura Franco, su contemporáneo. Las estatuas son de P. Cornelio y su mujer, según la inscripción número 2141 de Hubner”.



     No aparece mención alguna a esas otras estatuas (una masculina), basas y letreros (lápida funeraria con inscripción) mencionadas en las fuentes antiguas.

     Una década más tarde, cuando Enrique Romero de Torres se persona en Cañete para fotografiarlas e incluirlas en su Catálogo Monumental de la Provincia de Jaén, de todo aquel material trasladado por el Marqués de Priego hasta aquella fortaleza en el siglo XVI “no queda más que dos estatuas, las cuales por mis gestiones han sido cedidas al Museo de Bellas Artes de Córdoba”.


Año 1925

      Cuando fueron llevadas a Córdoba, a la escultura que aparece coronada con una cabeza le fue retirada, tal vez por deterioro o por una valoración clara de no corresponderse con su original.
      El pintor Julio Romero de Torres durante sus estancias cordobesas gustaba de la calma y frondosidad del patio de su casa ("delicia para el corazón, reposo para sus ojos"). Esa serenidad clásica transmitida por estas damas obulquenses, entre las que depositaba su caballete, le debió servir en mas de una ocasión como fuente de inspiración.



     El arqueólogo e historiador del arte, Antonio García y Bellido, en su libro “Esculturas romanas de España y Portugal” (CSIC- 1949) les dedica unas páginas y las incluye como ilustraciones. Se ve que debió conocerlas a través del fondo fotográfico del Catalogo de E. Romero de Torres, de manera que durante el proceso de gestación de la obra mantuvo correspondencia con su autor, que le proporcionó información y nuevas fotografías de las mismas:





 (figura izquierda)

    Mármol blanco de 1’50 m. hallada en Porcuna (lugar de la antigua Obulco), en la provincia de Jaén, junto a la que presenta el número siguiente. Según me comunica don Enrique Romero de Torres, parece ser que el marqués de Priego, las trasladó a mediados del siglo XVII, con otra estatua, romana también, de varón, al castillo de Cañete de las Torres, convertido luego en casa de labor, donde se encontraban cuando su propietario, el duque de Híjar, se las regaló “hace muchos años” (carta de 18 de febrero de 1948). Córdoba. Museo de Bellas Artes. Colección arqueológica particular “Romero de Torres”. Propiedad de doña Ángeles Romero de Torres.

    “Muestra paños de pliegues finos y técnica simple, pero suaves de efectos. Tipo corriente y trabajo local, aunque bueno, del siglo I. La cabeza, brazos y manos fueron piezas aparte”.


     Antonio García y Bellido:“Esculturas romanas de España y Portugal” (CSIC- 1949). Páginas 201-202 y lámina 169.






    Creo que hoy deben seguir expuestas y hermanadas en el patio del antiguo Hospital de la Caridad ( que fuera vivienda de los Romero de Torres), desde el que se accede indistintamente al Museo de Bellas Artes y al nuevo creado en 1931, en el mismo sitio, para perpetuar la memoria del hijo ilustre de la ciudad de Córdoba, el pintor Julio Romero de Torres.




14 febrero 2012

Una Virgen Dolorosa de Castro del Río anterior a 1936.


     Días pasados alojé en el muro de Vivencias Castreñas dos estampas de vírgenes, sugiriendo a los participantes, mediante una especie de concurso (con sustanciosos y rodadores premios: una docena de aguacates y un trompo), que intentaran asociar una de la dos con la titular de una Cofradía de Semana Santa de Castro del Río de las que salían en procesión por sus calles con anterioridad a los tristes sucesos del año 1936.
      Para dificultar la tarea, en paralelo a la presumiblemente auténtica, infiltré la fotografía de otra talla perteneciente a la Semana Santa de la capital cordobesa bajo la misma advocación, que atinadamente dos personas supieron identificar a primera vista o mediante la barra de Google. La cosa quedaba relativamente fácil y la cuestión reducida a las tres advocaciones marianas titulares de las respectivas cofradías históricas.
     El pie de foto que aparece en letra impresa junto a esta virgen, localizada y ubicada en la prensa histórica cordobesa, aunque permite un descarte, no terminaba de disipar mis dudas. 
     Pensé desde un principio que con el concurso podría clarificar la cuestión, como efectivamente ha sido, gracias a los comentarios del saetero y pregonero castreño Juan Luis Navajas Carvajal, hombre muy implicado en la preservación de determinadas tradiciones populares autóctonas relacionadas con esta fiesta, partícipe y muy amante de ella.

     Disipemos en primer lugar la intriga o duda generada en torno a la procedencia de la imagen. 

      Durante el periodo comprendido entre 1932 y 1934, por motivos sobradamente conocidos, en Córdoba capital no sale procesión alguna a la calle. Las diferentes cofradías exponen a sus titulares en sus respectivas sedes, montando las imágenes en los tronos. En la de 1935 con la coalición de centro derecha instalada en el poder de la nación, se organiza un sólo cortejo procesional el Viernes Santo, en el que participan las ocho cofradías existentes en 1931. En la de 1936, con un clima social poco propicio, después de la victoria del Frente Popular en las elecciones de febrero, sólo la cofradía de la Virgen de las Angustias efectúa su desfile procesional el Viernes Santo.


    Como el patrimonio cofrade cordobés, por razones obvias, no había sufrido daño alguno en la capital, para la Semana Santa de 1937 las autoridades militares, civiles y eclesiásticas del nuevo orden pondrán especial empeño en recuperar el  pasado esplendor de su Semana Santa.     
    La prensa provincial de la época se hace especial eco de esas celebraciones, y el diario Azul (órgano oficial de Falange Española y de las JONS en Córdoba) le dedicará el 25 de marzo (Jueves Santo)  un especial, en el que junto al programa de cultos y procesiones, se incluyen oraciones, poesías, elegías y parábolas alusivas a la pasión, entre las que se inserta abundante publicidad y alguna que otra fotografía. 
                                            
     Ilustrando un poema titulado Dolores es donde aparece esta Dolorosa de Castro del Río:

     
     Como podrán comprobar, en el pie pone textualmente: “La Dolorosa de Castro del Río (su paradero se ignora)”.

     Partiendo de la minuciosa información proporcionada por Juan Luis, en vivo y en directo, sobre lo recogido en el último libro del principal estudioso de la Semana Santa de Castro del Río, Juan Aranda Doncel (que no lo tengo en mis estanterías, si el primero que abarca hasta 1900), y la pertinente comprobación y descarte hecho por el propio Juan Luis (que secundo después de ver la fotografía que generosamente me ha remitido), cotejando esa fotografía antigua de La Dolorosa (Mayor Dolor) de la Cofradía de Jesús Nazareno que aparece en la obra de Aranda Doncel, con la espectacular corona de orfebrería que luce la imagen de la foto que mostramos, forzosamente tenemos que pensar de que pudiera tratarse de La Dolorosa o Virgen de los Dolores de la Cofradía de la Veracruz, de la que por lo visto no se conserva referencia gráfica alguna.

Dolorosa de Jesús Nazareno anterior a 1936
     Lo que me ha llamado poderosamente la atención son esas palabras entre paréntesis sobre su ignorado paradero.
     Me cuesta entender, que seis meses después de la caída o toma de Castro del Río, la persona que facilitara esa fotografía al periódico o la propia redacción no tuvieran noticia detallada de esos tan aireados “atentados sacrílegos” cometidos contra la imaginería religiosa en Castro del Río y en la mayoría de los lugares donde no triunfó la sublevación militar desde un principio. 
     Cabe la posibilidad, de que esta imagen fuera totalmente consumida por el fuego sin dejar rastro alguno. Pero también la duda nos excita a poner en vuelo la imaginación y contemplar otras hipótesis: como la de que fuera puesta a buen recaudo por alguien que con posterioridad  por miedo no se atreviese  a sacarla; que viajara en unión de milicianos y población civil en aquel precipitado éxodo iniciado el 24 de septiembre de 1936 a través de la carretera de Bujalance, antes de que fuese tomado el pueblo definitivamente  por el ejercito nacionalista; quién nos asegura, en su caso, que durante ese largo periplo por la vecina provincia jiennense, que dio acogida a gran parte de los evacuados por la guerra,  no pudo esa Virgen cambiar de manos… 
     Son todas meras hipótesis. Lástima que la Causa General de Castro del Río no esté digitalizada y de libre acceso en el portal de Archivos del Ministerio de Cultura. Detalles e inventarios de daños sufridos por la Iglesia suelen venir reflejados en este tipo de documentación. Habría que sumergirse en el Archivo Histórico Municipal o en el Diocesano en busca de documentos que ratifiquen su destrucción.
     Incluso, contemplo la posibilidad de que la imagen publicada proceda del archivo fotográfico del diario republicano La Voz, confiscado por los golpistas  y de cuya rotativa se sirve Azul para sus tiradas. Sería cuestión de pasearse por las páginas de La Voz y otros diarios cordobeses de los años treinta y anteriores en busca de información profusa y detallada sobre esta talla con el fin de poder certificar esa presumible asociación que hacemos con la de la Veracruz. 
     Pudiera darse también el caso que al dársele publicidad a esta fotografía emergiese de algún archivo privado alguna estampa antigua sin identificar de similares rasgos a los que claramente se aprecian en esta Dolorosa.

     También se me ocurre y se debe estimar, un posible error humano del cajista o impresor a la hora de seleccionar la foto publicada. Y hasta la posible confusión con vírgenes de otras localidades cordobesas con el apellido “del Río”.

    Abandono definitivamente ese obligado discurrir por terreno hipotético para detenerme brevemente en otras noticias de aquella Semana Santa cordobesa de 1937, que guardan relación con el pueblo de Castro del Río.

Maestro Algaba 1936

    Dentro del programa oficial de actos, el Excelentísimo Ayuntamiento de Córdoba, en colaboración con la emisora de radio local, organizó un Concierto Sacro y un Concurso de Saetas en el Gran Teatro "a beneficio de los niños del Hospicio". El programa incluía “el estreno de dos marchas procesionales de las que es autor el aplaudido compositor don Francisco Algaba Luque, muy elogiadas por los inteligentes”. Cristo del Carmen y Pobre Hija Mía, fueron interpretadas por la Banda del Requeté de Córdoba y debieron formar parte de su repertorio en los diferentes desfiles procesionales en los que tomó parte la banda durante ese año.
     En el concurso de saetas, también haremos constar la participación de un castreño, llamado José Alba, presentado como “Niño de Castro” y clasificado en el 5º lugar, lo que le serviría para embolsarse 25 pesetas de premio.
     Esas dos excelentes marchas procesionales cuando se reconstruye la Hermandad de la Soledad y el Santo Entierro de Castro del Río, pasaran a convertirse en parte indisoluble de la misma, sumándose a los muchos particularismos que caracterizan a la Semana Santa de este pueblo cordobés.

12 febrero 2012

LA TORRE DE PORCUNA (Fotografías 1913-1915)


      Vuelvo a ocuparme de este emblemático monumento de la ciudad de Porcuna con el propósito de divulgar y compartir unas imágenes del mismo para mí desconocidas hasta ahora.
       Creo que sobran las palabras, aunque me detendré someramente en analizar el origen y procedencia de este impresionante material gráfico.
       Por orden ministerial de 20 de enero de 1913 se le encomienda a Enrique Romero de Torres, pintor, arqueólogo y conservador del Museo de Bellas Artes de Córdoba (hermano de Julio), la tarea de catalogar el rico patrimonio histórico artístico de la provincia de Jaén. Ya le arropaba la experiencia, pues pocos años antes había realizado, también por encargo, el de la provincia de Cádiz. Los trabajos que no se ajustaron a los plazos previstos, se prolongaron por espacio de dos años
       Aunque parezca sorprendente, no llegó a publicarse en su momento y permanece aún inédito en nuestros días. El manuscrito original de este Catálogo de los Monumentos Históricos y Artísticos de la provincia de Jaén se conserva en la Biblioteca José NavarroTomas (CSIC), y puesto generosamente a disposición de estudiosos, curiosos e investigadores en formato digital a través de la red.








    Descripción sobre el antiguo castillo y la torre de Porcuna, realizada por E. Romero de Torres para el Catálogo:
El Castillo

    Era una magnífica fortaleza, que ocupaba muchísima extensión, viéndose todavía grandes lienzos de muralla derruidos y otros, sobre los que se han construido modernas edificaciones.
    En el sitio que llaman la Ciudadela, existen dos torreones cuadrados, en muy mal estado de conservación y a poca distancia se eleva una gallarda torre, de forma octógona, cuyos cimientos parecen ser romanos, según indican varios escritores antiguos.
    Está edificada después de la conquista quizás en el siglo XIV, por los Caballeros de la orden de Calatrava y representa una frangía muy curiosa de arquitectura militar, perteneciente al estilo mudéjar.
    Debió servir para torre del homenaje.
    En una de las ochavas de la parte Sur se ve un elegante arimez de arcos gemelos, polilobulados, que le falta la columna o parteluz y al pie de la torre hacia la parte Sur, una lápida en caracteres monacales, cuya transcripción no he podido hacer por la altura a la que se encuentra este monumento epigráfico, conmemorativo de la fecha en que se levantó o restauró la mencionada torre.
    Se compone ésta de dos grandes estancias, una en la parte baja y otra superior, cubierta por elegantes bóvedas formadas por arista y dividida por ocho nervios de ojiva ornamentados al gusto mudéjar, cortados entre sí en la clave, donde aparece esculpida la cruz de Calatrava.
    Cada nervadura o nervio descansa en un salmes. Ornamentado con elegantes labores árabes esculpidas en piedra.
     En la explanada próxima a la torre se conserva un aljibe de mucha capacidad. Este sitio debió de ser la plaza de armas del Castillo que hoy sirve de cárcel.




     Después de aquella litografía publicada en La Ilustración Española y Americana en el año 1884, sacada de una fotografía original remitida por don Manuel Pineda y Aguilera, celoso alcalde comprometido con el patrimonio de su pueblo, quiero apostar o creo que podemos encontrarnos ante las fotografías más antiguas sobre La Torre y su entorno.
     También gracias a ese mismo artículo y otras fuentes, sabemos del estado de abandono en que se hallaba el monumento durante las décadas finales del XIX, en las que mantiene un uso carcelario.  
      Aquella desiderata de urgente restauración, demandada desde las páginas de la Ilustración Española a la Comisión Provincial de Monumentos, parece ser que no fue atendida.      
      Si comparamos estas fotografías de 1913-15 con aquella litografía, aparentemente no se aprecian sustanciales transformaciones en su fisonomía.



      Es más, en base a la observación, por esos grupos de personas arremolinados junto a la entrada principal  y por esos improvisados tendederos diseminados a lo largo de ese espacio principal de acceso, conocido popularmente como "Corralón de la Torre", hemos de pensar que fue aprovechado por los vecinos como soleado punto de encuentro a la hora de realizar determinadas tareas cotidianas, como el lavado y secado al sol de sábanas y vestuario. La presencia de una pila de piedra y las referencias de Romero de Torres sobre la existencia de un aljibe con mucha capacidad facilitarían tal uso.

     Había prometido ser breve, dando la palabra a las propias fotografías y parece que no lo estoy cumpliendo. Impresiones de otros observadores o desde otra óptica en el apartado de comentarios son siempre bien recibidas. Anímense y participen.



  DERECHOS DE REPRODUCCIÓN

    "La propiedad es un robo"

    El divulgador no se reserva ningún derecho, ni ha hecho ningún depósito, ni desea ser perseguido, ni piensa  perseguir a nadie por nada. Antes, se complacería en que se hicieran muchas reimpresiones de estas imágenes.
    Por supuesto, sin ánimo de lucro. Con la cultura y el patrimonio no se puede ni se debe mercadear.