Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

24 abril 2011

Memoria gastronómica ilustrada de mis semanas santas.

Porcuna: Mar de olivos (José Torres Vallejo)


   Hace ya muchísimos años que no ajustaba mi alimentación a los tradicionales platos de estas fiestas. Esto obedece a mi particular acto penitencial de prescindir de la nicotina (son ya siete los días de abstinencia total).
   En la compra previa a estos días llené el carro de productos con predominio del elemento vegetal, alguna pechuga de pollo para ponerlas a la plancha y bastante pescado en plan delicatessen (buenos lomos de bacalao, mojama, huevas de merluza, boquerones para ponerlos en vinagre, pulpo y algún marisquito que otro) como armas para contrarrestar el aumento del apetito y paliar en la medida de lo posible “placeres” ausentes. 

Tomate aliñao con ajo


   Como la climatología no ha acompañado demasiado como para echarse a la calle, participar como espectador de los desfiles procesionales y alternar de camino con los amigos por bares y tascas, mis penitencias al final han sido plenamente domiciliarias, arramblando con las existencias de mi despensa.
   De lo típico de Semana Santa, casi de lo único que me he privado ha sido del apartado dulce, exceptuando unas magdalenas de una marca comercial que no tienen nada que ver con aquellas que se hacían en el pasado en los hornos por estas fechas y que tanto añoro. En Castro del Río, en concreto, siguen fabricando un tipo de magdalena hechas con aceite de oliva en molde de lata que se aproximan bastante a aquellas, pero como no he tenido la necesidad de trasladarme este año a tierras cordobesas me he tenido que conformar con las otras.



   Eso sí, no todo ha sido devorar, aprovechándome de mi periodo vacacional le he dedicado algunas horas a mis tareas de amo de casa, a mi circuito andariego con menos culos que de costumbre y al Personal Computer, en tareas de seguimiento y mantenimiento del blog al que he incorporado algunas entradas relacionadas con la fiesta.
   Anoche, en conversación telefónica mantenida con un amigo de toda la vida, salió a relucir nuestra particular manera de celebrar el Viernes Santo durante nuestra adolescencia.
   Una terna de mozuelos, por aquellos años en que Nuestro Padre Jesús Nazareno iba propulsado a motor, reacios a maquearnos y ponernos guapos, como era uso y costumbre para ese día, optamos, durante al menos tres años consecutivos, por la excursión campestre.
   Nuestro destino, el hermoso paraje del Cortijuelo y nuestras viandas se limitaban a los avios necesarios para hacer un Aceite y Vinagre en un lebrillo:



   Ingredientes: patata cocida, tomate pelado y troceado, cebolleta, pimiento verde, huevos duros, habas tiernas, naranja, migas de bacalao, atún en lata, aceite, vinagre y sal al gusto.

    Lo acompañábamos con un par de panetes de Anera o Cagana y botellines panzones de cerveza El Alcázar, que manteníamos fresca en un arroyo cercano. 



   El vehículo para el transporte se llamaba Baena, el  borrico negro que tiraba del carro de obras del Ilustre Ayuntamiento junto al Rubico Colorín, padre de uno de los componentes de la terna. Otros elementos que formaban parte de la parafernalia (nada de mesas y sillas plegables) eran tres mantas y un transistor a pilas de petaca, propiedad del tercer espada del cartel Amando Morente  “El Fer”, que se encargaba de sintonizar la música sacra que emitía ese día Radio Nacional de España para estar en consonancia con la fiesta religiosa.
  La procesión partía de la casa del propietario del borrico donde nos congregábamos los penitentes. La indumentaria elegida par echar el día se componía de zapatillas azules de loneta marca “La Tórtola”, pantalón vaquero nacional raído marca “Lois”, camisa a rayas de tirilla como la de los segadores (que se pusieron de moda durante aquellos años de la transición) y una mascota de paja de ala corta. Lastima que no tuviéramos maquina para retratarnos. Baena también portaba un viejo sombrero de paja de ala ancha, artísticamente colocado entre sus orejas.
   Como las mañanas de Viernes Santo, suelen ser de climatología soleada y agradable caminábamos placenteramente en compañía de las risas, borricadas y barbaridades para las que era muy dado el camarada Amando. De vez en cuando un relincho del borrico padre contribuía al descojone, mientras nos íbamos aproximando a la Huerta del Comendador, donde Baena se refrescaba en sus abrevaderos.

Pilar de la Huerta del Comendador (deporcuna.com)


   Una vez en el destino, se buscaba el emplazamiento mas adecuado, sombreado o soleado dependiendo del día, se tendían las mantas en el suelo y por mesa, para que sirviera de soporte para el lebrillo, buscábamos piedras grandes que situábamos en el centro.

   A renglón seguido entraba en acción Amando con la sintonía radiofónica y sus cantos gregorianos, y se abrían los primeros botellines de cerveza acompañados de unas jaruguillas de habas tiernas de las que nos habíamos provisto durante el trayecto sin peligro alguno pues durante ese día no había guardería rural.
   Con la segunda cerveza y navaja en mano, ya con el lebrillo centrado y calzado, empezábamos a desmenuzar los ingredientes en su interior, con alguna ventosidad que otra que disparaba El Fer. No se reparaba en gasto, de manera que el resultado era copioso y aceitoso para que nos permitiera cebarnos con el panete en forma de abundantes sopas. Digamos que la ingesta no era demasiado parsimoniosa pues los acompañantes tenían y siguen teniendo ambos buen saque, de manera que si te descuidabas un poco asomaba pronto el fondo del lebrillo. 

Típico panete de Porcuna


   Como éramos jóvenes, todavía no le tirábamos al Montilla, lo alcohólico se quedaba en 4 o 5  botellines por cabeza,  suficientes para sestearse en la manta durante buena parte de la tarde, mientras Baena (el borrico negro de tersas orejas) permanecía trabado junto al avenate aderezado con las mondas de las habas que le habíamos suministrado.
  Después de la siesta se recogía el campamento y se aparejaba el borrico, no sin antes dar buena cuenta de los pestiños y roscos que Juanita la Pinorra nos había proporcionado para la merienda.



  Tras una larga y lenta ascensión de tipo bahomondiana hacíamos la "Entrada Triunfal" en el casco urbano a la altura de la Venta de El Parral donde sus propietarios nos socorrían con agua fresca mientras echábamos la descansá en sus poyetes sombríos.
  Baena iba a parar a su cuadra y cada mochuelo a su respectivo olivo. No solían quedar ganas de cenar ni de arreglarse para salir a ver la procesión del Santo Entierro, de manera que lo mas socorrido era ver una película de romanos de las que solían poner esa noche.

Lo mas parecido a Baena que encontrado en la red





  En mi particular semana de este año también he romaneado con el visionado de  la maratoniana “Caída del Imperio Romano” de Anthony Mann que pusieron el Miércoles Santo después de la final de copa, que debe ser ya la decimocuarta vez que la veo y me sigue gustando, sobre la todo por Sofía Loren la sex simbol de mi adolescencia.




¡Benditos Sacrificios!

1 comentario:

  1. Como mi más que estimado Amando (El Fer) es demasiado discreto, me ha remitido unas omisiones y rectificaciones a mi correo personal. Permíteme amigo que viole el secreto de nuestra retomada correspondencia:


    “Entre los distintos pasajes que has descrito con exactitud, ha faltado uno relativo a la comida que hicimos ese Viernes Santo. No sé si has olvidado o si te lo habrás saltado para evitar cualquier acción represora con la que la “Congregación para la Doctrina de la Fe” (sucesora de la antigua “Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición”) pueda censurar o lacerar tu condición de magnífico narrador. Lo digo porque todavía existen por ahí algunos torquemadas... (parrafo censurado por políticamente incorrecto).
    Recuerdo y no olvido aquel episodio que acaeció durante o después de tan estupenda comida. Fue El Rubico quien se encargó de sacar de las aguaeras de Furiabenito un algo misterioso lioteado en papel de estraza. Cuál no fue nuestra sorpresa cuando nos ofreció algo de ese algo con las siguientes palabras:
    - Ahora vamos a comer un trozo de este poquito jamón que he traído. Sólo es para pecar”.

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