Espacio abierto dedicado al estudio de las historias locales de los municipios de Castro del Río (Córdoba), Porcuna (Jaén) y Motril (Granada), así como sus adyacentes. Recomiendo la utilización del apartado de comentarios para aportaciones, consideraciones, críticas o rectificaciones. De igual manera, está disponible para quienes deseen colaborar con la publicación de artículos o aportando documentos, sobre cualquier tema de carácter histórico relacionado con dichas poblaciones.

28 abril 2011

Al Cerro subimos...



   Con una nueva entrada memorialista cierro de momento el ciclo gastronómico y festivo para retomar durante el ya próximo e inmediato mes de mayo el estudio de la historia del movimiento obrero, algo descuidada en los últimos tiempos.

Al cerro subimos
con gran devoción,
la bota de vino
y medio jamón.
Aveeeeee
Aveeeeeee
Ave María.

   Esta letra, que partiendo de la original mariana que se canta durante la celebración de la  tradicional romería de la Virgen de la Cabeza en la Sierra de Andujar, corazón de Sierra Morena, que deriva en algunos versos hacia lo gastronómico, es la que entonábamos una terna de peregrinos de Porcuna (Jaén), próximos a llegar a la mayoría de edad, que movidos por la curiosidad y cierto espíritu aventurero, naturalista, paisajístico y libidinoso (aspirábamos a comernos nuestra primera rosca), pusimos especial empeño para subir aquel año, por primera vez, al famoso Cerro de la Virgen, donde se celebraba y se sigue celebrando esta antigua y multitudinaria romería.

Preparativos y componentes

   El primer paso consistía en hacerse de algo de peculio y recabar los oportunos permisos paternos. Nuestros padres, que se mostraron colaboradores y orgullosos, por aquello de que sus hijos ya se habían hecho unos hombrecillos, aflojaron el bolsillo con algo de metal y otras aportaciones alimentarías.
   El engaño había funcionado, so pretexto de que estábamos enrolados en una de aquellas cuadrillas de porcunenses que llegaban hasta el cerro en camiones entoldados.  
   En verdad, el proyecto pasaba por una vieja tienda de campaña canadiense y el auto stop como vehículo más económico, con el objeto de derivar esa partida presupuestaria al capítulo lúdico festivo (poder invitar a las potenciales mozas receptivas a saciar nuestros apetitos).

   El cartel de esta nueva terna gastronómica y festiva lo componían:

   Luisito “Panblanco”, mas conocido como “El Ris” (Win Rijsbergen), así bautizado por Antonio Domingo Herrador “el Momi”, por su reconocida destreza en el juego de “la pelotica” y por su rubio cabello rizado, que le otorgaba cierto parecido físico con aquel jugador de la selección holandesa de fútbol que maravilló en el Mundial de Alemania de 1974, junto a Johan Cruyff, Johan Neeskens... (la famosa naranja mecánica).
    

   El segundo espada, ya conocido, el genial, único e irrepetible Amando Morente (Fer, Panssón) y un servidor de ustedes, que carecía de nombre artístico, cerrando terna.

   “La Pelotica”, especie de fútbol sala que se inventó en Porcuna durante mi infancia, ante la ausencia de instalaciones deportivas de ningún género, se jugaba en la plazoleta de la Iglesia, con los pinos como porterías y una pelota de plástico adquirida en el Carrillico de Espiri que rellenábamos de hojas de naranjo para compactarla y que arrastrara mejor.
   Nuestra fe por dicho deporte era tal, que nos saltábamos a la torera la prohibición gubernativa y en más de una ocasión éramos perseguidos injustamente por los agentes de la autoridad (memorias deportivas infantiles en próximas entradas).

   Nuestros planes pasaban por llegar hasta Andujar en auto stop y con posterioridad ascender al Cerro por el tradicional y natural “camino viejo”



   Nos levantamos bien temprano aquel último sábado de abril, con la esperanza e ilusión de que todo saliera como estaba planeado, aunque con cierto miedo e incertidumbre ante el devenir.
   Tras recoger el equipaje y despedirnos de nuestras familias, hicimos la última parada en casa de Amando, donde su padre nos rellenó la bota de Velasco Chacón, de cuya bodega montillana era representante en la localidad. Su madre tuvo el detallazo de ofrecernos una fiambrera con una buena cantidad de las albóndigas sobrantes del día anterior.
   Haré un obligado inciso en las albóndigas. En el domicilio de la calle San Francisco donde moraba la familia de Amando, se profesaba una especial devoción a estas pelotas caseras condimentadas con salsa de tomate. De hecho, exceptuando a la madre y al bueno e intrépido Manuel (el siempre recordado Oliver), el resto de la familia eran todos de buen comer. Amando padre era de complexión barrilete, Amando júnior más alto que el padre pero también hermoso, y Frasco, el hermano mayor, un aguerrido y fortachón mozo. De manera que esa santa madre, el día que tocaba elaborar aquel plato, necesitaba de toda la mañana y parte de la tarde, pues el número aproximado de pelotas a redondear, sin exagerar, giraría en torno a las 175 o 200, para lo que utilizaba una de aquellas cacerolas esmaltadas del tamaño de una plaza de toros.

Ni punto de comparación con aquella

Viaje de ida

   La primera etapa, que consistía en llegar lo antes posible a la ciudad de Andujar, fue triunfal. Un primer trayecto en camión hasta el Pilar de Moya y casi sin solución de discontinuidad otro camión de frutas hasta la ciudad iliturgitana.
   De nuestro inicial proyecto, que pasaba por hacer el camino viejo, de cuya riqueza paisajística tanto nos habían hablado, desistimos casi inmediatamente, cuando un señor de avanzada edad, al vernos tan predispuestos, nos informo de los riesgos (venados, cochinos y ganaderías de toros bravos). Amando, que no era para nada aficionado a la tauromaquia, dio de inmediato contraorden, de vuelta al pueblo en busca de otros medios de locomoción, que no fuimos capaces de encontrar. Sólo algunos taxistas piratas, que nos pedían una cantidad de dinero, que superaba con creces la suma que entre los tres llevábamos en los bolsillos.


   No nos quedaba más remedio que recurrir nuevamente al auto stop en la carretera de acceso al Santuario. La mañana avanzaba y día venía riguroso. Tras andar un par de kilómetros con los bártulos a cuestas, a la altura de un paraje conocido como las Viñas, la frondosa sombra de unos árboles situados a orillas de la carretera, ejerció sobre nosotros un especial magnetismo. El cansancio empezaba a aflorar y también el hambre, de manera que allí mismo dimos buena cuenta de las albóndigas con unos tientos a la bota. Como la mezcla hizo efecto inmediato y el lorenzo pegaba de gordo, consensuamos prolongar el descanso durante unas horas.
   Con la tarde ya no tan rigurosa, reanudamos la marcha con el dedo puesto permanentemente. Era un rosario de vehículos el que desfilaba, pero allí no se paraba ni dios. Una nueva sombra junto a una pequeña explanada nos hizo nuevamente detenernos. Otro conclave para tomar decisiones, pues la tarde seguía avanzando y la noche podía echarse encima. Se decidió por unanimidad prolongar la espera del auto stop durante una hora. En caso de no detenerse nadie desistiríamos del empeño, para dejarnos caer en sentido contrario hasta Andujar con proyecto de instalar la tienda en la ribera del Guadalquivir para hacer noche.
   Obrase el milagro, pues casi inmediatamente se detuvo una furgoneta. Nuestro gozo en un pozo al conocer el motivo de la parada del vehiculo, que además iba atestado de personal. Intentaban recuperar un conejo vivo, que consciente se su cercano despellejamiento, aprovechó la lentitud de la caravana automovilística para brincar desde el asiento trasero. El conejo tuvo la suerte de evitar a sus captores, que desistieron del intento entre aquellos riscos, y que lógicamente tendrían que cambiar el menú para el día siguiente: “Arroz sin conejo”.
   Por fin llegó el alma caritativa y compasiva, una moderna furgoneta matricula de Madrid se detuvo para acogernos en su seno. Era un matrimonio enraizado a su tierra que peregrinaba anualmente a su cita con el Cerro del Cabezo y su venerada imagen.



En el Cerro



  Eufóricos y llenos de ilusión ante las emociones venideras tuvimos nuestra primera toma de contacto con aquel santo lugar. De entrada nos topamos de frente con nuestro profesor de historia en el instituto (Don Cristóbal López) quien sorprendido por nuestra particular odisea, relatada con pelos y señales, se empecinó (estaba ya algo piripi) en invitarnos a unas cervezas y unos bocadillos de chorizo en uno de aquellos puestos de feria regentado por torrecampeños. Nuestras prioridades pasaban por buscar el lugar idóneo para instalar la tienda antes de que anocheciera, pero las cervezas y el bocata nos dieron la misma vida. Con las últimas luces del día, ya casi no quedaba tiempo para inspeccionar el terreno, de manera que en el primer hueco que encontramos disponible nos dejamos caer sin reparar en posteriores repercusiones. Afortunadamente en sus proximidades había una bomba manual que extraía agua de un pozo salobre que nos sirvió para hacernos un lavado ligero después de volver a pasarlas canutas en el montaje de la tienda, pues no había manera de clavar las piquetas entre tantas piedras, y de darle al manubrio del pozo ininterrumpidamente, lo que nos dejo exhaustos.

   Con mudas nuevas y rociados de colonia de baño nos lanzamos a lo desconocido. Parecía obligada la visita a la Virgen a la que se accedía a través de una larga y empinada escalinata por la que transitaban de rodillas numerosas personas con promesas. El espectáculo no era demasiado agradable ya que algunas sangraban y mostraban caras de dolor y sacrificio.
   Como nuestro particular sacrificio ya lo habíamos pasado, tocaba ahora pasearse por donde estaban las casas de las cofradías y captar su ambiente. Nuestras miras estaban puestas en unas arjoneras que habíamos conocido el año anterior en Alharilla. Imposible, entre tantísimo personal, hubiera sido un milagro dar con ellas (recuerdo a los jóvenes que puedan mostrar interés en la lectura de estas batallitas juveniles, que otrora no existían teléfonos móviles y que allí los únicos toques que había eran de culo, tambor o campana).
   Como avanzaba la noche, no habíamos encontrado a las arjoneras, y tampoco estábamos provistos de especiales facultades para el del ligoteo, desistimos casi definitivamente de lo pecaminoso. Atendiendo los insistentes requerimientos de Amando, que sólo pensaba en comer, nos encaminamos de nuevo hacia al chiringuito de los torrecampeños que nos habían tratado fabulosamente. Otro bocata, ahora de lomo con tomate, con su acompañamiento espumoso para evitar nudos en la garganta. Cuatro bandazos más por aquellos riscos y con linterna en mano en busca de la tienda para echarnos a descansar.

Nocturno



   Después del madrugón que nos habíamos metido, al que habría que sumar todo ese trajín que os he venido relatando, las cervecitas varias y algún que otro tiento a la bota, se supone que deberíamos de haber caído redondos. Nada más lejos de la realidad. Ya el acomodo en la tienda fue una odisea. Amando ocupaba casi algo más de la mitad y a los demás nos costaba adaptarnos a un suelo duro con picachos de piedra que sobresalían a pesar de la manta vieja que habíamos colocado de fondo. El susodicho empezó a roncar casi inmediatamente, mientras que el resto desesperábamos ante la continua letanía que salía a través de unos sonoros altavoces instalados justo por encima de nosotros, a través de los cuales se convocaba a  misa a las cofradías de los diferentes pueblos que allí concurrían. Pensamos que podía tratarse de algo pasajero, era cuestión de paciencia. Pero nada, consecutivamente se repetía la cantinela “Ilustre Hermandad de Nuestra Señora la Virgen de la Cabeza de Rute, El Carpio, Arjonilla, Arjona, Valenzuela, Lopera…Cuando por fin terminaron las santas misas, y empezábamos a conciliar el sueño, mira por donde se despierta sobresaltado el Fer-nomeno alegando la presencia de elementos extraños (bichos) en el interior de aquel estrecho receptáculo. Allí que nos tienes retirando trastes en busca del bicho que no sabíamos si era de rabo o de pluma. Al valiente diestro le habían puesto sobre aviso de los peligrosos escorpiones y nos metió a todos las cabras en el corral. Resultado, todos con la manta al portal deseando que amaneciera lo antes posible. Menos mal que unos vecinos que llevaban apaños y avíos nos invitaron a una taza de café con leche y a acercarnos a su candela, lo que nos ayudó a sobrellevar la espera del alba.

Un largo y penoso día por delante

   ¡Que ilusos ¡ Creíamos que con la venida del día se acababan nuestras penalidades. Lo primero fue deshacer definitivamente la tienda para cerciorarnos de la inexistencia del terrible Victorino, cargar trastos y poner en marcha la última y definitiva parte del plan: buscar una reunión de paisanos con los que acomodarnos para el regreso. Habíamos dicho en casa que estaríamos de vuelta el domingo por la noche.
   Antes había que ver la procesión. Tras un repetitivo cortejo de bandas de música, abanderados y hermanos mayores con sus atributos, apareció por fin la imagen de la Virgen portada a hombros por sudorientos y enfervorecidos anderos. 



   No podíamos recrearnos mucho, así que tomamos camino hacia el lugar donde acampaban esos camiones procedentes de los pueblos. Como Amando era el menos tímido, más célebre y conocido delegamos en él para la pesca del paisano. Hubo suerte pues de momento quedamos encuadrados en la formación encabezada por Matías “El Regalaillo”, propietario del camión, a quien ofrecimos el dinero que habíamos reservado, de cuyo pago generosamente nos eximió este buen hombre.
   Volvimos a ver el cielo abierto. Asegurado el regreso, libres de bártulos, con posibles en el bolsillo, y un soletazo de rigor, tomamos rumbo obligado hacia los chiringuitos.     Las ganas de comer las habíamos perdido, solo teníamos sed, mucha sed, de manera que las reservas monetarias se invirtieron plenamente en espumosas rubias a palo seco.
  Sin dormir, hartos de andar y de cerveza, era obligada una siesta sombría a la vera del camión de regreso( no sea que se nos escapara). Cuando nos despertaron fue para encaramarnos en su caja. Entre risas y júbilo de sus ocupantes emprendimos el feliz regreso, tras salvar ciertas dificultades iniciales motivadas por la densidad y organización del tráfico rodado.
   Coincidiendo con la quema de la artística colección de fuegos artificiales con la que se pone fin a la procesión de la imagen consagrada a esa misma advocación mariana en Porcuna, nos apeábamos del camión en las inmediaciones del Paseo de Jesús.

  He visitado con posterioridad las proximidades del Santuario (Lugar Nuevo- Jándula) y éste mismo en otras fechas. De aquella experiencia personal salió una promesa, que yo al menos he cumplido, la de no volver de por vida al Cerro durante el día de la Romería. Este año, como casi todos, le echaré un mirotón a la retrasmisión que de ella hace Canal Sur, acompañado de una vermouth fresquito con pepinillos y aceitunas (este año sin tabaco: otra promesa), entonando mi particular:

¡Viva la Virgen de la Cabeza!

   Y escucho anualmente su himno, que me encanta y me trae a la cabeza buenos recuerdos de compañeros de estudios iliturgitanos (Julio Garzón, Paco Reche, Menor…) muy dados a su Virgen, sus cánticos y al jaraneo, con los que viví otros momentos inolvidables.

1 comentario:

  1. Como mi más que estimado Amando es demasiado discreto, me ha remitido unas omisiones y rectificaciones a mi correo personal. Permíteme amigo que viole el secreto de nuestra retomada correspondencia, maravillado por la pervivencia de tu habitual lucidez y tu exclusivo sentido del humor, después de los arrechuchos de salud que has padecido durante los últimos tiempos:

    El dueño de la arcaica tienda canadiense de explotación intensiva, era el Johnny, famoso por sus rifas de Banjo y Pollo.

    Referente a la entrada del aceite y vinagre en el cortijuelo:

    “Entre los distintos pasajes que has descrito con exactitud, ha faltado uno relativo a la comida que hicimos ese Viernes Santo. No sé si has olvidado o si te lo habrás saltado para evitar cualquier acción represora con la que la “Congregación para la Doctrina de la Fe” (sucesora de la antigua “Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición”) pueda censurar o lacerar tu condición de magnífico narrador. Lo digo porque todavía existen por ahí algunos torquemadas... (parrafo censurado por políticamente incorrecto).
    Recuerdo y no olvido aquel episodio que acaeció durante o después de tan estupenda comida. Fue El Rubico quien se encargó de sacar de las aguaeras de Furiabenito un algo misterioso lioteado en papel de estraza. Cuál no fue nuestra sorpresa cuando nos ofreció algo de ese algo con las siguientes palabras:
    - Ahora vamos a comer un trozo de este poquito jamón que he traído. Sólo es para pecar”.



    Unas emotivas reflexiones que me han llegado a lo mas profundo del corazón y han despertado mi emotividad hasta niveles casi lacrimogenos:

    "Ya era mencionada en la Biblia una frase que alude a la cita tan célebre en nuestros tiempos: “No preguntes por qué el tiempo pasado fue mejor que el presente” (Eclesiastés, 10,7). Y nos la refrescó hace más de cinco siglos el poeta Jorge Manrique en su obra Coplas a la muerte de su padre:
    “… cualquiera tiempo pasado fue mejor.”

    Es tiempo de recordar sucesos pasados, de los que en nuestra alma quedan huellas imborrables. Permanecerán por siempre jamás.
    Es tiempo de rememorarlos con la alegría y revivirlos en el presente como si de ayer se tratase. Es lo que nos mantiene vivos. Lo mejor de esta vida está por venir.
    Languidece la memoria, y despierta de pronto al recordar cualquier momento vivido, que nunca nos abandona y que atesoramos para siempre en nuestros corazones.

    El fer.

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